EL PAíS
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Adónde miran los halcones
› Por Mario Wainfeld
Paul Wolfowitz, propuesto al efecto por George Bush, ya se prueba el traje para presidir el Banco Mundial. Página/12 le pide a un funcionario de Economía, habituado a viajar a Washington, un pronóstico sobre la futura gestión de ese cuadro neoconservador, en ese lugar, para él exótico.
“No es fácil predecir nada –responde el hombre–; a W. no se le conoce pensamiento económico...”
“Pero se le conoce el pensamiento ...”, induce este diario.
“Si es congruente con su pensamiento, va a bombardear el Banco Mundial.”
El hombre ríe, aunque casi no bromea. Wolfowitz es uno de los tantos halcones de la administración Bush. Coartífice (junto a Donald Rumsfeld que ayer pasó por Argentina) de la invasión a Irak. Su saber económico podrá ser endeble, ideológicamente no tiene fisuras.
Hace un tiempito, desde el norte, se proclamó la caducidad de las ideologías. Incluso un académico, Francis Fukuyama, proclamó en un libro que se hizo canónico “el fin de la historia” a mano de un universal sentido común capitalista. El devenir de los hechos no le dio razón a Fukuyama, un intelectual bastante más agudo que su best seller. Las ideologías siguen vivitas y coleando, empezando por la primera potencia del mundo, gobernada por una derecha consistente, revalidada por una carrada de votos. Una derecha radicalizada que no cede nada en un ningún terreno.
Hay algún matiz, a su interior, que resulta apenas perceptible desde la perspectiva de este confín del globo. Rumsfeld, Condoleezza Rice y Wolfowitz son (ligeramente) más de derecha que Colin Powell y por eso se los apoda halcones, pero las “palomas” republicanas también son carnívoras y tienen sus bonitas garras.
Los comandantes de la cruzada son hombres de negocios (turbios como el petróleo), pero se equivocaría quien creyera que el dinero es su sola bandera. La brega feroz que sostiene en estas horas George Bush por mantener ¿viva? a Terri Schiavo demuestra que los temas culturales lo incitan tanto como los financieros. El hermano Jeb, gobernador de Florida, ya se había jugado a fondo, algo no tan inusual en su país en tales casos. Pero que el propio presidente contienda en un tópico de esa naturaleza (sesión parlamentaria de madrugada incluida) mune una señal acerca de la entidad que le otorga Bush a la disputa entre cosmovisiones.
El gobierno argentino, cuyo Presidente hace un señalado esfuerzo por ideologizar la discusión política, tiene una relación no demasiado conflictiva con la gestión Bush. Néstor Kirchner, contra lo que suelen decir sus adversarios, no obra como un esclavo de sus pasiones setentistas. La verba antiimperial no fluye de su boca, en un tácito reconocimiento a la correlación de fuerzas.
El gobierno argentino, además, coopera en Haití (sí que con un sesgo político común con Brasil). También tiene lazos crecientes (bien preocupantes) con la DEA, una de las más perversas y capciosas agencias norteamericanas, y ya es decir.
Otro factor que favorece la relativa calma es que la mirada de los halcones, desde el 11 de septiembre, pocas veces se posa en este Sur. Hay algunas excepciones que a veces les quitan el sueño. No Colombia, que se percibe bajo control. Sí la Venezuela de Chávez y la volátil Bolivia que ahora es millonaria en gas. A diferencia de algún comunicador argentino, en Washington se cree que Evo Morales podría llegar a gobernar Bolivia y (cuentan diplomáticos argentinos de primer nivel) esa hipótesis les hace llevar la mano a la cartuchera. Por ahora, sólo son aprontes aunque los ojos de los halcones (comentan sus contrapartes argentinas) miran a El Alto no menos que a Caracas.
De momento, conjugando todos esos factores, la gestión Kirchner no ha tenido choques con Estados Unidos. Y anuda buenos lazos con Bolivia (Evo incluido) y Venezuela. Ese aparente portento (del que ayer dio cuenta la serena aunque concesiva reunión de José Pampuro con Rumsfeld, quien se pasó un aviso sobre Venezuela) no tiene por qué ser perpetuo. Depende de que Estados Unidos siga con la libido puesta en Medio Oriente, sin pensar mucho en estos confines del Sur.
Predecir el porvenir en un mundo cambiante es un albur excesivo, algo de lo que podría dar fe Fukuyama. Aun con esas reservas, es dable augurar que, si alguna vez los halcones “piensan” en este Sur, seguramente serán tan predecibles como Wolfowitz en el Banco Mundial.
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