EL PAíS
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Con Grosso, con Menem, con Duhalde
Por Luis Bruschtein
No se puede decir que el nuevo ministro de Justicia sea un peronista de opereta, pero sí de ópera, porque Alberto Iribarne es cantor lírico y suele entonar Plaisir d’amour para relajarse. Barítono y amante de la ópera, esta pasión por un arte tan cortesano tiene algún parentesco con la muñeca florentina que le ha permitido sobrevivir a los sucesivos y drásticos recambios del justicialismo desde los ’80 hasta la actualidad –y sobre todo del justicialismo porteño–, que devoraron a varias generaciones de dirigentes.
La figura de Iribarne se mantuvo siempre en una segunda línea de influencia desde la época del chaqueño Felipe Deolindo Bittel que encabezaba al PJ durante la dictadura. Además del PJ, Iribarne forma parte de otra secta más o menos oculta de la política porteña, conformada por los ex Nacional Buenos Aires, donde cursó la secundaria. En esa época militó en la Juventud Católica y en los años universitarios, cuando estudió derecho en la UBA, integró la FORP, una agrupación que estaba enrolada en el peronismo combativo universitario, pero que mantuvo distancia del espectro de agrupaciones que luego lideraría la organización Montoneros.
En esas primeras incursiones políticas juveniles se relacionó con Carlos “Chacho” Alvarez y con Carlos Vladimiro Corach, que de la izquierda frondicista había dado un giro hacia el peronismo combativo en la Facultad de Derecho. Iribarne es esencialmente una especie de sobreviviente. Sobrevivió a la derrota del ‘83 frente al radicalismo, cuando trabajó como asesor de campaña de Italo Luder. Sobrevivió luego al derrumbe del grossismo en la Capital Federal. Sobrevivió a la derrota de la renovación cafierista frente al menemismo, y finalmente sobrevivió a la derrota de Eduardo Duhalde, de quien también fue asesor en la campaña del ’99.
Durante la dictadura, Iribarne fue asesor legal de Bittel en el PJ, al mismo tiempo que se reunía con Chacho Alvarez y Corach para diseñar una línea interna del PJ porteño. En esa función trabajó en el documento que el justicialismo presentó ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Como todo ese grupo, quedó en la órbita de Carlos Grosso, que despuntaba en los ‘80 como una de las cabezas jóvenes de la renovación peronista, junto con José Luis Manzano y José Manuel de la Sota. Cuando Grosso ocupó la intendencia porteña, Iribarne fue su secretario de Gobierno, y cuando el intendente debió renunciar acusado judicialmente por corrupción, fue uno de los pocos que siguió con Saúl Bouer, hasta que fue obligado a renunciar.
En esos entreveros, participó junto a Antonio Cafiero en la interna contra Carlos Menem. Ganó Menem, pero Iribarne entró como diputado nacional por el PJ de la Capital. En 1993 fue convocado por el gobierno menemista como viceministro del Interior, cuando Carlos Ruckauf, otro caudillo capitalino, estaba al frente de esa cartera. Chacho Alvarez y otros de los que habían circulado por la línea que dirigía Iribarne en la Capital ya habían fundado la revista Unidos y luego iniciaban su retirada del justicialismo con el Grupo de los 8. Pero otros, como Corach, se subían al carro de la estrella fulgurante del PJ, el presidente Menem. Por esa vía llegó al gobierno y luego continuó cuando Ruckauf fue reemplazado por Corach en el ministerio.
Lo cierto es que Iribarne nunca se asumió como parte del riñón menemista, pero duró cuatro años en el corazón del poder oficialista, como hombre de confianza de Corach, en un ámbito atravesado por muchos de los misterios aún no develados de aquella época, como por ejemplo –y para mencionar solamente uno de los más resonantes– la voladura de la AMIA y la escandalosa desinvestigación oficial, o por manejos oscuros como la manipulación de jueces en numerosas causas. Si no fue hombre de Menem, sí lo fue de su monje negro. Sin embargo, Iribarne se opuso a la re-reelección de Menem y fue asesor de Eduardo Duhalde en la campaña del ’98. Pero al mismo tiempo, fue uno de los pocos que retuvo su lugar en el ministerio pese al doble pecado de oponerse a la re-re y alinearse con Duhalde.
Cuando Duhalde perdió las elecciones ante Fernando de la Rúa, fue premiado por el bonaerense con la dirección del Bapro, desde donde siguió la política porteña para respaldar en 2000 la Alianza Cavallo-Beliz que intentaba enfrentar a Aníbal Ibarra. En todos estos desvelos del justicialismo de la Capital participaba Alberto Fernández, que también conoció a Iribarne haciendo sus primeros pininos en la política. El justicialismo de la Capital iba en picada y esa última alianza terminó de desbarrancarlo. Iribarne conocía a Alberto Fernández, que tras esa derrota se sumó al kirchnerismo, pero él era un hombre de Duhalde. Cuando el bonaerense asumió la presidencia en 2002, lo llevó primero a la Casa de la Moneda y después a la Subsecretaría de Seguridad. Y cuando ganó Kirchner lo nombró en la Sigen.
En ese período, Iribarne fue desplazando su afinidad principal hacia el sector de Alberto Fernández en el kirchnerismo, que finalmente lo mantuvo como carta de recambio del ministro Rosatti. En realidad, este cambio en el ministerio ya se daba por hecho desde que Kirchner impulsó la candidatura de Rosatti en Santa Fe. En ese momento, algunos medios anunciaron la designación de Iribarne que, finalmente, se produjo ahora.
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