EL PAíS
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¿La última advertencia?
› Por Washington Uranga
Por el camino actual vamos inevitablemente hacia un “callejón sin salida” puede ser una síntesis de lo dicho por Bergoglio que, en este punto, refleja la opinión mayoritaria de la jerarquía católica argentina. Los obispos, que estuvieron dispuestos a colaborar con la dirigencia política y el Gobierno para encontrar soluciones a las crisis y aceptaron auspiciar el llamado Diálogo Argentino, están preocupados, cansados de repetir las mismas observaciones sin ser escuchados y casi al borde de la desesperación. Consideran que el Gobierno está demostrando incapacidad para cumplir con los compromisos asumidos. Sin embargo, la irritación es mucho mayor con los dirigentes en general –en especial con los políticos- en quienes no ven disposición alguna para ceder a privilegios, para reconocer errores y asumir actitudes de generoso renunciamiento, que es lo que están reclamando. Muchos de los puntos mencionados por Bergoglio ayer están incluidos en el texto de “acuerdo nacional” elaborado en el marco del Diálogo Argentino con la aspiración de lograr el consenso de la dirigencia política. Hace casi dos meses que ese documento, referido fundamentalmente a la reforma política, está en manos de los jefes partidarios y líderes de los bloques legislativos, sin que se haya avanzado de manera significativa en el consenso. Bergoglio preparó su homilía como una pieza oratoria que, incluso con sus referencias bíblicas, bien podría haber sido pronunciada por un líder político en el Congreso. Hizo un repaso de los que a su juicio son los principales problemas de fondo del país y tuvo la inteligencia de hablar siempre en primera persona del plural (“nosotros”) cuando criticó a la dirigencia, para no excluirse ni excluir a la Iglesia Católica de la autocrítica. Sus referencias fueron inusualmente concretas, en relación con muchos de los habituales discursos eclesiásticos que navegan en la abstracción de los principios. El arzobispo habló de la “disolución nacional” en medio de un “escenario de avaricia casi sin límites, a veces con disfraces legítimos” y de ello responsabilizó particularmente a los dirigentes. Pero, lejos de la resignación y con clara intencionalidad política, sostuvo que el camino de esperanza está en el anhelo del pueblo de “participar y controlar su propia representación”. Una fuente eclesiástica aludió a las palabras de Bergoglio como un fuerte golpe en la mesa, “para que se sienta el ruido pero sin intención, al menos por ahora, de quebrar la mesa”. Y bien puede ser la última advertencia de los obispos católicos antes de cambiar su estrategia frente a la coyuntura.
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