EL PAíS
• SUBNOTA › LA CENA DE GALA OFRECIDA POR LOS REYES DE ESPAÑA
Entre la realeza y Saramago
› Por F. C.
Desde Salamanca
Un salón del medioevo, manjares en los platos, una pintura proyectada en el techo, un concierto de campanillas, un Nobel de Literatura entre los comensales. La cena de gala que los reyes de España ofrecieron a los presidentes que participaron en la Cumbre Iberoamericana dejó en la comitiva argentina un mal sabor porque fue allí que el presidente Néstor Kirchner probó algo que lo dejó fuera de combate. Pero fue un encuentro exquisito con ingredientes fuera de lo común que quienes tuvieron la suerte de participar, aseguraron, no van a olvidar con facilidad.
El ámbito fue el Patio de las Escuelas Menores, una de las dependencias de la histórica Universidad de Salamanca, fundada en 1218, por la que pasaron estudiantes de la talla de Calderón de la Barca o Miguel de Cervantes y en la que hoy cursan unos 30 mil alumnos. Unos metros más allá del patio, y esto fue motivo de recuerdo en la mesa de los argentinos, Miguel de Unamuno –quien fuera profesor de griego y luego rector de la Universidad– les largó su “ganaréis pero no convenceréis” a los franquistas que vivaban a la muerte.
Junto al presidente Kirchner y a Cristina Fernández, esa noche se sentaron Luiz Inácio Lula da Silva, el príncipe Felipe de Borbón y su mujer Letizia Ortiz, de ocho meses de embarazo, quien se mantuvo lejos de los papparazzi. El techo estaba cubierto con una lona en la que se proyectaba El Cielo de Salamanca, un bellísimo fresco de Fernando Gallego, cuyo original, que data del siglo XV, se encontraba a cubierto unos salones más allá, en el museo de la ciudad.
Los mozos fueron trayendo los platos. El primero, un salteado de verduras con frutos de mar. El segundo, faisán de Castilla asado con migas dulces. Mientras comían, a los presidentes les explicaron el artesanal trabajo que había demandado la construcción de los arcos de las galerías colocadas encima de pilares de piedra de arenisca, típicos de la ciudad. A los postres, más esquisitez. Luces tenues y un concierto de campanillas compuesto especialmente para la ocasión.
El Premio Nobel de Literatura, el portugués José Saramago, fue uno de los que disfrutaron la cena. Cholulo si se trata de escritores que admira, el canciller Rafael Bielsa se acercó hasta su mesa y le dijo algo que hacía tiempo que le quería decir. Que creía que desde que en 1951 el norteamericano William Faulkner había recibido el Nobel, ningún escritor pronunció un discurso de agradecimiento tan emotivo como el del portugués. Ambos recordaron que Faulkner lo había dicho borracho. “Yo me tuve que parar en el medio para no emocionarme. Me dije: ‘Ahora no, no podés llorar’”, recordó Saramago. El portugués le contó que la semana que viene estaría en Buenos Aires para cumplir con algunas actividades. El canciller se despidió contento.
Nota madre
Subnotas