Jue 27.10.2005

EL PAíS • SUBNOTA  › OPINION

De cómo ganar y cómo perder

› Por Mario Wainfeld

Dos derrotas importantes sufrió el Gobierno el domingo, en un contexto triunfador. Néstor Kirchner no queda afuera de la caída porque, fiel a sí mismo, puso su cuerpo en Capital y Santa Fe. Es muy sencillo encontrar diferencias entre Hermes Binner y Mauricio Macri, pero esta nota pretende hurgar en qué tuvieron de común sus campañas, permitiéndoles batir al Presidente.
Recorramos, de todos modos, las sensibles asimetrías. Binner es un dirigente político desde su juventud y revista en el centroizquierda. Macri es un menemista reconvertido, advenedizo en la política. Binner es un sanitarista; Macri, el rico heredero de un imperio construido con malas artes. Macri se llena la boca con la palabra “gestión”, que jamás ejerció en un espacio público. Binner funda su prestigio en el modo en que administró la ciudad de Rosario en años muy difíciles y tiempos muy cambiantes.
Todo esto dicho, sus campañas y su actitud luego de conocerse el escrutinio tuvieron una serie de puntos tácticos en común. El básico fue eludir la crispación de cara a la sociedad y la frontalidad respecto del gobierno nacional. Una gestualidad de templanza (a los ojos de este cronista mucho más creíble en uno que en otro, pero eso es otro cantar) acompasó sus discursos del domingo a la noche y el lunes. No plantearon la elección como una opción de todo o nada, algo que les evitó chocar de frente con un adversario muy potente. Y, cabe suponer a la luz de cómo se votó en todo el país, conjugar mejor con una sociedad que no quiere una belicosidad permanente.
No es sencillo pensar en dirigentes más diferentes que Macri y Binner, como modelos de acción política y hasta de vida. Pero a ambos les cupo percatarse de un clima de época, que no es el de tiempos del menemismo, ni el de 2001. El actual gobierno amerita críticas y oposición, pero no es desdeñable ni digno de confrontación en un ciento por ciento. Y, acaso, el colectivo ciudadano ansía bajar las pulsaciones y, aunque no puede vivir del todo una vida normal, empezar a procurarla.
Muy de otro modo obró Elisa Carrió, que terminó su campaña tratando mejor a Macri (a quien nombró “Mauricio” y con quien nada tiene que hacer en el futuro) que a Binner, su aliado virtual y, como poco, una figura estimada por una porción apreciable de sus votantes. La líder del ARI había hecho un esfuerzo por moderar su discurso apocalíptico y aportar propuestas en su campaña. También se había comprometido a no hacer denuncias durante la puja electoral. En los últimos días, pisó el palito tras una operación de baja estofa contra su aliado Enrique Olivera que el Gobierno buscó capitalizar, si es que no hizo algo más. Lilita se enredó en la trampa que le habían propuesto, denunciando, perdiendo la calma, relegando la ironía y olvidando todo lo que no fuera confrontar.
Ya el lunes, Carrió sermoneó al electorado, a quien acusó de haber avalado lo peor del Gobierno y sólo lo peor. Esa traducción, que carece de base empírica y que muchos de sus compañeros más fieles no comparten, es un penoso mensaje democrático. Un traspié electoral debe motivar introspección primero y autocrítica después. Carrió sabe, muchos de sus correligionarios y personas afines se lo dijeron, que la figura de Olivera era controvertida, no por la denuncia que se le hizo, sino por su pasado político y sus retintines de clase. También era opinable la obsesión del ARI de “ir solo” en muchos distritos y contra Binner en Santa Fe. Y, tal vez, el discurso del contrato moral no fue tan claro o tan adecuado a los tiempos como su emisora creyó.
La mayoría de los votantes de Carrió lo comprobaron encuestas previas y bocas de urna, no tienen sobre Kirchner una opinión lapidaria. Integran un conjunto muy tangente con los que optaron con Rafael Bielsa. Los operadores del Gobierno registraron esa porosidad, perceptible en más de una mesa de café. Suponer esa opción ciudadana como una lucha entre el bien y el mal fue una demasía, chocante con el perfil de los que pudieron votarla. Y, si bien se escudriña, de los que la votaron.
Sin que mediara contradicción frontal con su referente fueron sugestivas las declaraciones de Marta Maffei, la candidata a senadora por Buenos Aires, por la que tanto esfuerzo hizo Carrió. Maffei no arremetió contra el veredicto de las urnas. Prefirió definir al ARI como una “fuerza de centroizquierda”, un rótulo que Lilita venía dejando de lado propugnando definiciones preideológicas. Y habló de la necesidad de articular alianzas, que (esto es innegable aunque quedó implícito) requiere más tolerancia horizontal, menos intransigencia de la que hizo gala Carrió.
El día después suele ser muy instructivo. Binner y Macri, que supieron ganarle a Kirchner por centroderecha y centroizquierda, eligieron modos útiles para seguir creciendo. Carrió –que debería aprovechar el tiempo menos excitado que se le viene para reflexionar y asumir sus equivocaciones– optó por el aislamiento.

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