EL PAíS
• SUBNOTA › INES IZAGUIRRE Y EL DOCUMENTO DE LOS OBISPOS
“El que los desordena es Kirchner”
› Por Alejandra Dandan
Una de sus tesis fundamentales plantea al Operativo Independencia como la inauguración de “la matanza constitucional argentina” previo al derrumbe democrático del ’76. Pero su tesis más polémica instala a los protagonistas de aquellos años como participantes de una guerra: fuerzas sociales castrenses y civiles, dice, armadas moral y políticamente. Inés Izaguirre no pertenece al espacio de la Iglesia ni a los sectores del centroderecha. Fue investigadora del Conicet, una de las primeras directoras del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la UBA y ahora desde la carrera de Sociología de la UBA dirige el taller de conflicto social donde investiga la evolución de los castigos sociales. Desde esa línea, analiza el último documento de la Conferencia Episcopal Argentina con una clave novedosa: un concepto de Jean Piaget que le permite entender por qué aún después del genocidio de Estado cometido durante la dictadura existe una mayoría de “todos los sectores sociales” que responsabiliza a los “subversivos” o a la “izquierda” cuando responde sobre los “desaparecidos”, la “violencia social”, “Cromañón” o los “piquetes”. Su perspectiva también incluye a la Iglesia de la polémica: aquella que no se queja de conflictos sociales espontáneos, dice, sino de los que dan cuenta de un principio de organización.
–Tras la difusión del último documento, el Episcopado aclaró que el mensaje no estaba dirigido al Gobierno sino a la sociedad. Distintos referentes lo dijeron varias veces y de distintas maneras, sin embargo, el Gobierno lo tomó como un mensaje personal. ¿A quién le habla la Iglesia cuando habla?
–La Iglesia reaccionó como quien se encuentra defendiendo un orden social. Me hizo acordar a la película alemana Los Edukadores. Ese desorden que generan los chicos con sus iniciativas se trata de un desorden subversivo. La Iglesia reacciona igual que aquella sociedad: cuando nota un “desorden” que violenta y asusta al mismo tiempo no se le ocurre reaccionar de otra manera.
–¿Cree que la agenda política del Gobierno causa ese “desorden”?
–Creo que el desordenador es Kirchner. Y lo que desordena, por ejemplo, es el apoyo que ha dado a los organismos de derechos humanos con aquello de sacar a los militares de la ESMA. Esas medidas generan un desorden que un sector que no quiere. Aquel sector exige una reconciliación del tipo: “Miremos para adelante”. Es decir, “tapemos el pasado”.
–¿La última pronunciación de la Iglesia sobre la dictadura apunta a esa dirección?
–Como ejemplo, voy a contar lo que me sucedía años atrás con los Montoneros: a mí me sorprendía mucho que ellos siempre encontraban una explicación para justificar a Perón. La mayoría estaba convencidísima de que Perón no era el que los había abandonado o el que los había echado de la Plaza. “Es el entorno”, decían. Sé que algunos veían que no era así, pero eran muy pocos. Aunque no es el único ejemplo, eso es un tipo de resistencia que no tiene un nombre, pero los psicoanalistas como Jean Piaget llaman “ideas tenaces”. Esas “ideas” son fuertes porque provocan un bloqueo epistemológico: la gente no puede avanzar en el pensamiento.
–¿Cree que la mirada de la Iglesia sobre el ’70 tiene que ver con eso?
–No, la Iglesia es orgánica. Hablo del común de la gente. Cuando cree algo o tiene algo en lo que cree, es muy difícil convencerla de lo contrario. Probablemente con el tiempo la cosa cambie. Lo notamos con una encuesta reciente de la facultad cuando preguntamos sobre los castigos. Vimos que después de tantos años de campaña psicológica, ahora la gente cambió el concepto de obediencia: acepta que lo mejor no es pegarles para que aprendan. Pero cuando la pregunta avanza hacia los grupos sociales como “piqueteros”, “las dictaduras” o “Cromañón”, todo cambia.
–¿En qué sentido?
–La mayor parte de la gente, sobre todo los sectores populares, ni siquiera sabe que hubo muertos o desaparecidos en los ’70. Y frente a una lista de eventuales responsables, señala: la izquierda o los subversivos.
–¿Cree que se trata de un proceso reversible como aquello de los niños?
–Reversible, pero lento. El punto es que ya no hay conocimiento directo, se perdieron los lazos con los militantes de base, muchos se murieron, algunos ni saben que existieron. Es poca la gente que sigue reivindicando a sus militantes. Hay, pero es poco. Este es el contexto.
–Eso parecía haber cambiado con la crisis de 2001.
–En un momento hubo algo, pero fueron insurrecciones espontáneas, no organizadas. Ahora no, la gente no se junta. El hecho de juntarse crea otras relaciones. Como se veía estos días en Francia, la gente ahora se conecta por celulares o vía mail.
–Contacto impersonal, pero aparentemente efectivo.
–Claro, pero lo efectivo fueron las condiciones materiales: la bronca. Si se juntan 50 que están igual, seguro que es efectivo.
–La Iglesia parece advertir sobre la posibilidad de estallidos similares en su documento.
–Pero la Iglesia no está pensando en Francia. Habla y piensa en los últimos paros. Hablan en el documento de esas huelgas “casi salvajes” que son las que molestan: molestan los que protestan organizadamente.
–¿Por eso llega la advertencia?
–Desde la antigua ley del Talión, las sociedades generan distintos grados de Justicia. Desde la expiatoria como la venganza (éste me mató yo lo voy a matar) hasta lo reparatorio, con un reconocimiento más reflexivo. Esto es clave para entender la cuestión del orden en la Iglesia: la Iglesia habla de obediencia espiritual, que en realidad es una obediencia a la Iglesia misma, el mantenimiento de un estado pre-crítico, no reflexivo. Porque la reflexión que se hace después de la misa no es una reflexión sino una religión: un re-ligarse ante un acto litúrgico.
–En su interpretación, ¿el ideal de la Iglesia sería la construcción de una sociedad apolítica?
–No es apolítico sino profundamente político, porque se basa en el sometimiento de los cuerpos: cuerpo y conciencia. El discurso de la Iglesia somete el cuerpo a la voluntad de Dios, que es el padre de todos, y la madre de todos. Las sociedades, en el camino de su evolución, pasan del estadio religioso al estadio político.
–¿Y en ese camino perderían la idea de Dios?
–La idea de “pérdida de Dios” no es pertinente. Lo cierto es que unas de las grandes preocupaciones de la Iglesia fue y sigue siendo la secularización. Desde la “la laica y la libre”, en adelante. Y una sociedad secular, reflexiva, organizada, implica que es posible comenzar a pensar en el comienzo de la separación entre Iglesia y Estado.
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