Lun 26.12.2005

EL PAíS • SUBNOTA  › OPINION

Lo que esperamos no nos espera

› Por Juan Sasturain

En casos como éstos de la encuesta sobre qué esperamos o qué nos espera (son las dos miradas), los verbos que utilizamos para expresar –desde nuestra perspectiva actual– cómo será lo que aún no es se pueden agrupar genéricamente en dos tipos: los verbos que rigen indicativo, es decir, que desembocan en una afirmación con pretensiones de realidad –digo que será así; creo que será asá, supongo que será de este modo, incluso imagino que será de este otro– y los verbos que rigen subjuntivo, es decir, que desembocan en una afirmación matizada, sin pretensión de realidad: espero que sea así; quiero que sea asá; deseo que sea de este modo; temo que sea de este otro. La primera serie (decir, creer, suponer, sentir) se refieren a lo que el hablante sabe o cree saber, transmiten un (supuesto) saber; la segunda serie (esperar, desear, querer, temer) se refieren a lo que el hablante siente, transmiten una (aparente) sensación.
Toda apreciación personal respecto de circunstancias futuras que nos involucren se moverá siempre dentro de esos dos polos. Cuando se hace una polla futbolera, por ejemplo, el participante hincha de un cuadro determinado debe elegir, al apostar en el partido de su equipo, una de esas dos perspectivas: la “objetiva”, que indica quién tiene más posibilidades de triunfar y, por lo tanto, hacerlo ganar a él; y la “subjetiva”, que lo inclinará por elegir siempre a su equipo, más allá de las probabilidades que tenga de alcanzar el triunfo. Como no siempre –o casi nunca– las dos perspectivas coinciden, hay un tironeo entre un saber objetivo (es muy probable que gane el rival) y el no menos flagrante deseo (yo siempre quiero que gane mi equipo). Algo nos dice que el hombre de bien, ante esa alternativa, elegirá siempre con su corazón, pues de lo contrario, en determinadas circunstancias extremas, podría llegar a sentirse obligado a desear que su equipo pierda –ir contra su deseo– y privilegiar su interés o beneficio.
Feliz el hombre que sabe qué es lo que lo hace feliz y espera que suceda, y desgraciado aquel que no se pregunta qué lo hace feliz sino sólo qué le conviene, y espera que suceda. Tal vez en ningún otro caso esa diferencia de expectativas se exprese mejor que en dos usos de temer: cuando uno dice “temo que el año que viene todo se vaya a la mierda” es genuinamente doloroso porque le duele que pase y espera que no pase, y cuando otro dice “me temo que el año que viene todo se irá a la mierda” no teme en realidad sino afirma que eso pasará y espera –sobre todo– tener razón.
Por eso, más allá o más acá del oportunismo oficialista que respira, la encuesta trata de dos cosas: qué esperamos algunos y qué nos espera, según otros.

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