EL PAíS • SUBNOTA › OPINION
› Por Luis Bruschtein
El destino dio una vuelta redonda y reventó en la cara de Pinochet. Una de las jóvenes que torturó y sometió a condiciones inhumanas, la socialista Michelle Bachelet, ahora es presidenta electa de Chile. Algo parecido sucede en casi toda Sudamérica donde hace treinta años proliferaban dictaduras militares que se ensañaban con una generación, muchos de cuyos integrantes ahora se han convertido en presidentes, ministros o importantes dirigentes en sus países.
Como si Videla, Pinochet y compañía hubieran perdido la imaginaria tercera guerra mundial contra el comunismo que les sirvió de excusa, y ahora, aquellos jóvenes rebeldes que perseguían, los subversivos, guerrilleros, obreros rojos y agitadores campesinos, deciden los destinos de sus países mientras ellos están presos o en vías de estarlo.
Michelle Bachelet no habla de su experiencia en Villa Grimaldi, el campo de concentración que por esa época hacinaba a militantes del MIR secuestrados y más tarde a los militantes del Partido Comunista. Es sabido que estuvo detenida allí junto con su madre, pero ella no dio más detalles. Ni siquiera hizo la denuncia ante la Justicia.
Pero la causa de Villa Grimaldi se convertirá en el talón de Aquiles de la dictadura chilena porque es la primera en la que se ha podido comprobar que en Chile hubo secuestros y desapariciones. No se trata de causas de corrupción o manejo de fondos. La derecha chilena se ofendió por esos delitos, pero no por los cometidos por la represión. Esta causa, en cambio, pega en el corazón del pinochetismo, aquí se juzgan secuestros, torturas y desapariciones.
Que la presidenta Bachelet haya sido torturada en Villa Grimaldi y que la Justicia desafuere a Pinochet por estos crímenes deslegitima aún más a la dictadura ante la sociedad chilena. No lo desafueran por ladrón, sino por criminal, por dictador, algo que la derecha (la mitad del país) se resiste a aceptar con todo tipo de excusas y ambigüedades por sus propias complicidades.
No hay nadie más vulnerable que un secuestrado en la tortura. No hay nada más intocable y omnipotente que un dictador. Para cualquiera que vivió los ’70 es un símbolo extraordinario de los tiempos que esos dos extremos se hayan intercambiado. Y no por venganza. No será juzgado por lo que le hicieron a ella, sino por los que sufrieron lo mismo que ella. El perseguido no persigue y resulta mejor presidente y al dictador le corresponde mejor el lugar del reo.
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