Jue 02.03.2006

EL PAíS • SUBNOTA  › OPINION

A su manera

› Por Mario Wainfeld

En su tercera apertura de sesiones ordinarias, Néstor Kirchner volvió a parecerse a sí mismo y, a esta altura, va siendo hora de convencerse de que el Presidente no cambiará mucho en enunciados, en virtudes, en defectos, en límites, en estilo, en las líneas maestras de su política y de su retórica. Queda abierto al criterio de cada ciudadano inferir si esa persistencia es buena o mala noticia.

La oratoria presidencial, ya se sabe, no es muy florida ni lo será jamás. Pero todo discurso de Kirchner cumple largamente el abecé del mensaje político: define metas, identidades, designa adversarios, propone objetivos. Hasta contiene, como era de rigor en el punto 1.1. de los documentos de los setenta, una “caracterización de la etapa”. Básicamente, siempre dice algo, siempre emite un mensaje comprensible. Puede ser compartido o generar furor opositor y también puede pensarse que el hombre no está a la altura de lo que dice. Pero, así como ni su más irrazonable admirador se atrevería a describirlo como un pico de oro, ni aun sus detractores pueden calificarlo de elusivo o guitarrero. El discurso del Presidente, todos lo asumen, espeja su pensamiento íntimo, lo que discurre cuando dialoga con sus allegados. O consigo mismo, todas las mañanas mientras se pregunta cómo hará para revalidar su legitimidad en las siguientes 24 horas.

Lo que Kirchner piensa hoy día, lo que Kirchner expresó ayer (en un modo algo más sosegado que el habitual), es que está conforme con lo que ha hecho, que no piensa innovar demasiado ni tampoco cambiar o “darse vuelta”. Cada cual lucubrará si es bueno o malo, pero todos pueden descontar que el “modelo” económico será el mismo, que el Presidente no arriará banderas en derechos humanos, que su modo de gobernar seguirá siendo radial hacia adentro y delegativo hacia afuera, que no mutará demasiado su (mala) relación con la oposición. Y, posiblemente, que las demandas de mayor institucionalidad que se le formulan “por derecha” y “por izquierda” no serán especialmente contempladas. En materia económica el Presidente patentizó que ni piensa pisar el freno o aceptar recetas “ortodoxas” (o recetas de otros, tout court). En otros aspectos sigue convencido de que nadie tiene propuestas más sugestivas y realistas que las suyas. Así que no solo persevera en el mismo rumbo, sino en su proverbial, vertiginosa, velocidad de crucero.

Afecto a las medidas y no a las políticas, a la sorpresa antes que a la planificación, a dejar constancia de sus pulsiones, Kirchner seguirá siendo el mismo que viene siendo desde su muy lejana asunción, cuando tenía un puñado de diputados propios, cuando sus votos eran pocos, cuando eran enclenques el poder del Estado y el del Gobierno.

Eso fue lo básico que expresó ayer, con alta autenticidad, con baja autocrítica, en lo que (hasta ahora) es el cenit de su carrera política. Ahora, cuando se le recrimina ser hegemonista y avasallante, es chocantemente congruente con lo que dijo cuando asumió la Presidencia y en marzo de 2004, cuando estaba bajo sospecha de ser el Chirolita del extinto Eduardo Duhalde.

Hermano oriental: Genuino fue también el tramo más relevante de la alocución presidencial, la heterodoxa (en función del ámbito elegido) propuesta de un acercamiento con el Uruguay. El Gobierno ha llegado a la conclusión de que es necesario acercar posiciones por la vía negociadora. Lo había anticipado anteayer el canciller Jorge Taiana, lo machacó ayer el Presidente. Kirchner cree francamente que debe prevalecer el proyecto común por sobre la obstinación mutua.

El tono fraternal elegido no niega que Kirchner anide bronca contra el gobierno uruguayo y en especial contra Tabaré Vázquez, a quienes lee como demasiado cerrados y poco agradecidos de la mano electoral que le significó el “voto Buquebús” de los exiliados orientales en la Argentina. Sucede que, contra el mito que kirchneristas y opositores gustan alimentar, la ira presidencial dista mucho de ser incontrolable. Kirchner es pasional pero sabe dosificar su furia, administrándola como si fuera plata, esto es, de modo funcional al resguardo de su poder. No es usual que Kirchner vea todo rojo cuando no le conviene. No le ocurrió con George Bush, con quien sólo confrontó cuando le pareció estar en el escenario propicio. Ni con Juan Carlos Blumberg, otrora potencial paladín de la derecha electoral o golpista y ayer módico circunstante en un palco del Congreso. No tenía por qué pasarle con Tabaré.

El Presidente hizo un acercamiento público aunque nunca dirá (acaso nunca reconocerá) que la estructural imprevisión del Gobierno que encabeza dejó crecer el entuerto de las papeleras sin anoticiarse de su existencia durante más de dos años. Y queda por verse si su estilo particular es comprendido por los uruguayos, quienes (como la mayoría de los gobernantes del mundo y aún de este Sur) no comparten ni comprenden los modos de la política argentina, cortes de ruta incluidos.

Igualmente el Gobierno, como ya informó Página/12, viene ensayando líneas de entendimiento como la que vienen sosteniendo dos ministros tocayos: el argentino Alberto Fernández y el uruguayo Gonzalo Fernández. Ambos hablan a menudo, sustentados en una cierta afinidad que data de años atrás, cuando se conocieron en congresos de derecho penal.

Se verá si, fuera de las fronteras nativas, el gesto es leído como amistoso y no como prepotente. Sería deseable para catalizar ese objetivo que el gobernador entrerriano Jorge Busti aportara su silencio durante los 90 días que pidió Kirchner. Busti, que asintió con su cabeza cada frase de Kirchner como hiciera antaño con Menem y con Duhalde, ha sido un factor irritativo en este desdichado conflicto. Su solicitada de hace unos días, plagada de un agresivo maniqueísmo, contaminó el medio ambiente político.

Coda: Dueño confortable de la iniciativa política, mucho más acechado por la corcoveante realidad que por una oposición endeble y diezmada, Kirchner ratificó su liderazgo y sus convicciones. Con la hipótesis de reelección sujeta a su merced y a los vaivenes de la economía más que a la destreza de sus contendores, habló a su conocida manera ante un Congreso que no tiene pinta de poder hacerle sombra. El lector dirá si eso es buena o mala noticia.

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