EL PAíS • SUBNOTA
En el Gobierno aguardan con expectativa lo que suceda hoy en el juicio al jefe de Gobierno. Mantienen el discurso de “prescindencia”, pero con distintas señales dejaron claro su cuestionamiento al juicio.
› Por Diego Schurman
De distintas maneras, Néstor Kirchner dejó en claro en estas últimas semanas su postura contra la destitución de Aníbal Ibarra. No lo hizo taxativamente, pero apeló a señales y gestos inequívocos: desde la solicitada contra el “golpe institucional” de su Frente para la Victoria (FPV) hasta las constantes invitaciones al suspendido jefe de Gobierno a la Casa Rosada, a quien días atrás le dedicó un afectuoso y nada inocente “amigo Aníbal”.
En privado, Kirchner siempre fue mucho más directo. Cuando se enteró del juicio político durante una estancia en El Calafate habló de “barbaridad”. Y hasta se valió de ejemplos que en esos días ofrecían los medios para subrayar la precariedad argumental de la oposición. “Con esa misma excusa también tendrían que haber juzgado a Reutemann por las inundaciones”, evaluó sotto voce.
Aníbal Fernández hizo ayer un esfuerzo por mostrar al Gobierno como ajeno al tema. Pero el ministro del Interior fue tan convincente como el Racing del Cholo Simeone. “El Gobierno trata de ser prescindente; no tiene que meterse en esto”, aseguró el funcionario. Resulta difícil imaginar que la solicitada del FPV en apoyo a Ibarra fue sin el consentimiento del máximo referente del Frente. O sea, de Kirchner.
El Presidente se ocupó desde el inicio de la crisis de la Capital. Nunca se sabrá de qué conversó la semana pasada con el diputado Jorge Argüello y seguramente tampoco las tribulaciones de éste con Alberto Fernández. Pero es inimaginable que el mandatario, y sobre todo el jefe de Gabinete –a la sazón, titular del PJ porteño– no hayan abordado el tema. Para los desmemoriados: el referente de Helio Rebot –el único de los tres kirchneristas de la Sala Juzgadora que viene mostrándose indomable– es Argüello, recientemente confirmado al frente de la titularidad de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara baja.
La certeza de tener todo “bajo control” –en el lenguaje llano significa garantizar la continuidad de Ibarra– provenía especialmente desde el gobierno porteño. "No entra en mi cabeza la posibilidad de la destitución de Aníbal Ibarra", fue tajante el jefe de Gabinete de la ciudad, Raúl Fernández, ante una pregunta de Página/12.
En la Casa Rosada no primaba la distensión –después de la experiencia Borocotó, nadie se cree infalible–, pero tampoco el desasosiego: había cierta confianza de que todo parecía encaminado a cumplir el deseo de Kirchner.
En un ábaco imaginario, contaban a Rebot como voto propio y especulaban sobre el pronunciamiento final de Beatriz Baltroc. En tren de especular en voz alta, algunos, incluso, inducían a los periodistas a prestar atención a la letra “A”, un eufemismo para invocar a Daniel Amoroso. Sin embargo, a pesar de ser titular del gremio del azar, el jueves Amoroso le llevó a Mauricio Macri la certeza de que no cambiaría de bando. Y lo mismo habría hecho anoche el resto de la dirigencia macrista que se reunió con Horacio Rodríguez Larreta en la calle Castex.
Cerca del dirigente gremial sostienen que, lejos de las conjeturas, en su argumentación, Amoroso dirá que nadie es golpista por ejercer los mecanismos habilitados por la Constitución. Y estimaba pedir una inhabilitación de seis años para Ibarra. Aunque sólo podrá desplegar toda su argumentación en el caso de que el suspendido jefe de Gobierno sea destituido. Una alternativa que en la Rosada y en el gobierno porteño nadie quería considerar.
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