EL PAíS • SUBNOTA
Al entregar a Lilia Ferreyra la primera estampilla de una serie dedicada a su compañero Rodolfo J. Walsh, Cristina Fernández de Kirchner recordó que la prensa argentina había nacido con Mariano Moreno, en defensa de un proyecto de transferencia de poder a las mayorías populares. Dos días después de esa conmemoración del día del periodista, se cumplieron cincuenta años de los fusilamientos en el basural de José León Suárez que Walsh investigó en su primera obra maestra, Operación Masacre. En el prólogo, Walsh explica: “Esta es la historia que escribo en caliente de un tirón, para que no me ganen de mano, pero que después se me va arrugando día a día en un bolsillo porque la paseo por todo Buenos Aires y nadie me la quiere publicar, y casi ni enterarse. Es que uno llega a creer en las novelas policiales que ha leído o escrito, y piensa que una historia así, con un muerto que habla, se la van a pelear en las redacciones, piensa que está corriendo una carrera contra el tiempo, que en cualquier momento un diario grande va a mandar una docena de reporteros y fotógrafos como en las películas. En cambio se encuentra con un multitudinario esquive de bulto”. Sólo aceptaron publicar su folletín dos pasquines políticos, uno nacionalista católico y otro marxista, dirigidos por Luis Cerruti Costa y Leónidas Barletta.
El mismo destino corrió en 1977 su última obra, la “Carta Abierta a la Junta Militar”, que comenzó a distribuir por correo minutos antes de que un pelotón de la ESMA intentara secuestrarlo y abriera fuego contra él. Por suerte quedaron copias que permitieron hacerla circular dentro y fuera del país. Muchos años después encontré un ejemplar en el archivo de uno de los grandes diarios, que no publicó la carta ni noticia alguna sobre la desaparición de su autor. Salvo el Buenos Aires Herald y Ariel Delgado, de Radio Colonia, la prensa argentina miró hacia otro lado. La pregunta es por qué.
En agosto de 1978 la Sociedad Interamericana de Prensa, que agrupa a los dueños de periódicos del continente, envió una misión investigativa a la Argentina. Su informe consignó que los principales editores de diarios “dicen que la seguridad nacional tiene prioridad sobre la libertad de expresión” y varios “dijeron que no le dan espacio a la violencia porque están de acuerdo con la campaña del gobierno en contra del terrorismo y que van a cooperar”. También expresó “graves reservas” sobre el proyecto emprendido por tres grandes diarios de Buenos Aires que “compraron acciones en la nueva planta” de Papel Prensa, mediante un “generoso crédito ofrecido por el gobierno militar” y advirtieron sobre el peligro de que “esto casi imponga no antagonizar con el gobierno”. En el momento de esa transacción, los anteriores accionistas habían sido secuestrados por fuerzas estatales que los obligaron a desprenderse de su parte en la sociedad. Para ello los sometieron a torturas en centros clandestinos de reclusión. Allí fue violada Lidia Papaleo de Graiver y murió de un paro cardíaco su contador Jorge Rubinstein.
No integraron la misión activistas por los derechos humanos ni ideólogos marxistas de la relación entre estructura y superestructura sino los propietarios de La Opinión de Los Angeles y del Mercury de Kansas, Ignacio Lozano y Edward Seaton. Su informe fue presentado a la 34a Asamblea de la SIP, que sesionó en Miami en octubre de 1978. ADEPA rechazó el premio ofrecido en forma colectiva “a los periodistas argentinos que por defender la libertad de prensa han muerto, desaparecido o sufrido encarcelamiento y persecución”. En cambio propuso que se cambiara aquel texto por éste: “A los periodistas argentinos en la figura de Alberto Gainza Paz, quien nunca claudicó en la lucha por los principios que sostiene la SIP” (Gainza fue el propietario del diario La Prensa, expropiado por Perón para entregarlo a la CGT). Los asistentes argentinos dijeron que la aceptación del premio “sólo contribuiría a la campaña lanzada por ciertos elementos de la prensa internacional para denigrar el buen nombre del país”. Como la SIP no aceptó el cambio, nadie retiró la plaqueta, que quedó colocada en la sede central de la organización.
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