EL PAíS • SUBNOTA › OPINION
› Por Pablo Imen *
El Gobierno anunció con bombos y platillos la revisión de la Ley Federal de Educación. A tres años de gestión ministerial habría un reconocimiento, ciertamente tardío, de los efectos de la política educativa inaugurada en los noventa y aún vigentes. La Transformación Educativa se orientó a los objetivos de gestionar la pobreza (convirtiendo a las escuelas en depósitos de niños y ámbitos de contención del conflicto social); el empleo (en un modelo de creciente desempleo estructural) y las oportunidades de negocios, privatizando todo aquello que fuera posible (especialmente en la educación superior). Asistimos a una política que desmembró al tradicional modelo de instrucción pública, que amplificó la desigualdad educativa, que sumergió a los docentes en procesos de descualificación y empobrecimiento de su trabajo, que hizo del Estado un instrumento de regulación y control, ausente a la hora de garantizar derechos.
La resistencia oficial al tratamiento de una nueva ley podría entenderse mejor si consideramos que el ministro Filmus y el viceministro Tedesco fueron principales protagonistas en la aplicación de las políticas neoliberales hasta el presente. Además de un camino iniciado tardíamente, los primeros elementos de este proceso son francamente decepcionantes. En primer lugar, por la forma. El ministerio difundió un documento que aspira a ser pilar del debate, sobre el cual se elabore una ley para la educación argentina en el siglo XXI. Y para abrir el debate a definiciones tan fundamentales, habilitarán una única jornada de discusión de las escuelas, una decisión que implica un acto de manipulación del consenso más que un proceso de participación real, inscribiéndose en una lamentable tradición que convoca a discutir lo que no admite discusión alguna y que, sospechamos, ya está decidido.
En segundo lugar, alarman los contenidos del documento, pues hay notables continuidades con la política anterior, así como algunas rupturas que intentan adecuar el modelo educativo a la reestructuración del capitalismo argentino en clave neokeynesiana. ¿Qué se conserva? El esquema de fondo propone una política educativa centrada en una particular noción de “calidad educativa”: expertos construirán saberes legitimados por el poder ministerial, conocimientos que los docentes deberán aplicar y los alumnos absorber para luego ser medidos por el sistema. Se anticipa una dinámica que formará engullidores de conocimientos.
En nuestra perspectiva, la educación es una práctica política y los sentidos de la educación son los que merecen un debate amplio y profundo: cómo formar sujetos de derecho, personas con autonomía de pensamiento que puedan participar de un proyecto colectivo, hombres y mujeres omnilaterales (en el pensar, en el hacer, en el sentir) constituyen nuestra agenda de preocupaciones; apenas formuladas, retóricamente, en documento ministerial. No es este punto el único que revela la continuidad con las políticas neoliberales: a la noción de un Estado Evaluador se agrega la continuidad de la enseñanza religiosa en las escuelas, y se convoca al docente a ser, otra vez, pieza instrumental de la maquinaria que haga funcionar una mítica “sociedad del conocimiento”. Reaparecen las consignas que responsabilizan a la educación por el (des)empleo, haciendo revivir la teoría del capital humano en nuevos contextos.
Las novedades reflejan las exigencias del neokeynesiano en marcha, que reclama otros modos de intervención educativa: homogeneidad de contenidos, nuevos dispositivos de cierta igualación promovida desde arriba, las primeras definiciones dan señales de un nuevo centralismo en ciernes que amerita una discusión de fondo. En la perspectiva de un cambio real y no meramente cosmético se inscriben las posibilidades de construir una educación que contribuya a la construcción de un orden igualitario y participativo. El documento ministerial hace campear, reincidente, el fantasma de la desigualdad educativa. La política que lo encarna, consumada como tragedia en los noventa, hoy nos es presentada como farsa.
* Docente e investigador de la UBA, coordinador del Departamento de Educación del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.
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