EL PAíS • SUBNOTA › LA DECEPCION AL CONOCER EL FALLO
› Por L. V.
Desde Gualeguaychú
Hay malas caras, hay tristeza y rabia. Llegar a Gualeguaychú después del fallo de La Haya es encontrar ese paisaje; no podía esperarse algo distinto tras el rechazo a frenar la construcción de las pasteras. Pero lo que sorprende es otra cosa: la insistencia con que aquí se repiten ciertas palabras. Se hable con quien se hable, quien venga a la ciudad terminará escuchando los mismos términos: “gran capital” y “globalización”. Las pronuncia por primera vez, a la entrada a Gualeguaychú, Carlos Gómez, remisero: “los grandes capitales dominan al mundo”, dice mientras nos conduce en su auto al teatro donde los vecinos, reunidos desde la madrugada, escucharon el dictamen del Tribunal y ahora tratan de recuperarse del mazazo. El día es frío y ventoso. En el hall del teatro, envuelta en un poncho, Saril Corti habla con un grupo de asambleístas. “No esperaba que ganásemos, pero nunca imaginé que el fallo podía ser tan malo. Ahora me doy cuenta de que estamos frente a empresas de un poder inconmensurable”. En el grupo hay una breve discusión sobre si sirve, ahora, volver a cortar la ruta, hasta que otra vecina, Liliana, retoma el hilo del argumento: “La Haya defendió las inversiones de Europa. En esto, los uruguayos son tan víctimas como lo somos en Gualeguaychú, aunque ellos todavía no se den cuenta. Es el poder contra nosotros”.
Esas parecen ser las palabras claves, las que aquí ayudan a entender qué está pasando, por qué pasó lo que pasó. La decisión de La Haya ha puesto a la ciudad frente a una imagen difícil de mirar: la debilidad propia, la pérdida de la ilusión en el gran Tribunal Internacional como equilibrador de fuerzas. “Quien debía mediar –dicen los asambleístas– jugó para los grandes capitales”. Son palabras dichas con rabia, pero mezcladas ya con la pregunta de cómo seguir. En el teatro, el impacto de la noticia fue tan fuerte que un vecino propuso hacer un piquete en la ruta 14 –la del Mercosur– entre críticas “a los políticos que en el Senado dedican su tiempo a votar superpoderes”.
La secretaria de Medio Ambiente, Romina Picolotti, estaba con los asambleístas cuando ocurrió. “Doctora, usted ya hizo lo suyo, pero nosotros queremos lo nuestro –le dijo el vecino–. La felicito por las presentaciones judiciales, pero me parece que fue en vano. Que decida el pueblo de Gualeguaychú y no los políticos lo que tenemos que hacer”. La asamblea llamó a un cuarto intermedio hasta las ocho y media de la noche, para discutir el rumbo “con la cabeza fría”. “Pero quién sabe –dice ahora Saril Corti, envuelta en su poncho– si a lo mejor no volvemos más calientes”.
Marta Gorosterazú, la secretaria de la asamblea, recibe a Página/12 en la oficina de la organización. Como todos, tiene un día negro. Durmió dos horas, escuchó el fallo y, para rematar, le toca recibir los mails enviados a la asamblea. “Espero que se HAYAn enterado de su error, señores piqueteros”, dice el que ahora lee en su computadora, “seguro que procedente del Uruguay”, dice ella.
La noche anterior en el teatro montaron una pantalla gigante para seguir la transmisión del dictamen. Hubo gente que se quedó de vigilia. A las cuatro y media el lugar comenzó llenarse. “El rechazo de La Haya me dio tristeza, desilusión. Si bien sabía que era difícil conseguir la cautelar, tenía esperanza en una medida intermedia, en que por lo menos los jueces ordenaran un estudio de impacto ambiental”.
A las ocho, dos horas después del fallo, la secretaria de Medio Ambiente Picolotti pasó por el teatro y dio su lectura del contenido. Gorosterazú coincide con ella en que hay un aspecto positivo, el de que “de ahora en más el gobierno uruguayo será responsable de los daños que se produzcan, así lo estableció la Corte. Si nos ponemos a pensar, eso era algo que noteníamos: hasta ahora Tabaré Vázquez no se hacía cargo. ‘Yo no puedo hacer nada porque las empresas no quieren parar las obras’, dijo cuando fracasó la negociación bilateral”.
La asambleísta cuenta una anécdota. “En la ciudad está una socióloga finlandesa, haciendo un estudio sobre nuestro movimiento. Ella dice que en Finlandia mucha gente no quiere que Botnia venga a instalarse acá, porque tendrán menos fuentes de trabajo. La socióloga habla el castellano con dificultad, pero se hace entender. ‘¿Y por qué viene Botnia, entonces?’ le pregunté. ‘Acá vida barata, muerte barata, mano de obra barata’”, me dijo. “Eso”, dice Gorosterazú, “es lo que se de la globalización”.
¿Van a volver los cortes? No hay dudas de que el conflicto se va endurecer, aunque no está claro cuándo ni cómo. Oscar Vargas dice que además del corte de ruta hay otras posibilidades, como pedirle al gobierno que tome medidas directas contra el Uruguay, del tipo de cortarle el gas o impedir que los uruguayos se abastezcan en la frontera de combustible barato, cuestiones que luego se tratarían a la noche en asamblea. Marta Gorosterazú escucha la conversación desde la computadora a la que van entrando nuevos mails de apoyo o de agravio. “Hay que volver a salir, pero con algo bien pensado”, opina.
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