Sáb 05.08.2006

EL PAíS • SUBNOTA

La mano de obra

› Por Laura Vales

“El Turco Julián siempre llegaba con un perro y una botella de whisky”, contó de él Omar Torres, un gendarme que hacía guardia en el centro clandestino de detención El Olimpo. Sargento de policía, el primer condenado por la Justicia tras las anulación de las leyes de punto final y obediencia debida encarna el prototipo de los represores que en los grupos de tareas se ocupaban del trabajo más sucio, el de secuestrar y torturar.

Participó en tres de campos ilegales de detención: El Atlético, El Olimpo –ubicados en la Capital Federal– y El Banco, en el conurbano, todos comandados por el general Guillermo Suárez Mason. Allí el Turco Julián se inventaría su apodo; su nombre verdadero es Julio Simón.

Nació el 12 de agosto de 1940. De joven quiso ser marino; de hecho, estuvo cuatro años y siete meses como voluntario de esa fuerza, pero terminó en un destino de menos reconocimiento, como suboficial de la Federal. Ingresó a la policía en 1967 y diez años más tarde, cuando se desempeñaba como sargento, los militares lo reclutaron.

Su desempeño en los centros clandestinos de detención sería conocido a través de los sobrevivientes. Contó Mario Villani, una de sus víctimas: “En El Olimpo, como yo pertenecía al Consejo (el grupo de detenidos que hacía el mantenimiento del lugar), yo tenía que preparar la comida, lavar los platos, limpiar baños, o sea, tenía que moverme. En uno de esos movimientos paso frente a una habitación que estaban usando como sala de torturas, donde habían dejado la puerta abierta, y estaba Julián interrogando a un detenido, torturándolo. Pero no lo torturaba con una picana. Lo tenía apoyado sobre la mesa de torturas, boca abajo, con los pies colgando hacia el suelo. Había enchufado un cable con la punta pelada y lo torturaba con los 220 del enchufe. Esto no le alcanzaba, parece, porque le había metido en el ano un pedazo de palo de escoba. Entonces, la persona, al ser torturada con electricidad, se retuerce y salta y la presencia del palo de escoba en el ano lo destrozó todo. Esta persona se le murió en la tortura”.

“El Turco Julián tenía un papel protagónico”, testimonió por su parte Ana María Careaga, secuestrada cuando tenía 16 años, embarazada, que fue llevada a El Atlético.

Y Rebeca Sacolasky: “En El Olimpo, el Turco Julián me aplicaba la picana por no conocer el padrenuestro, mientras aseguraba ‘esta noche vamos a hacer jabón’. Ponía el equipo de música a todo volumen con marchas nazis”. Por su comportamiento, era mirado por los prisioneros como una especie de amo del lugar.

En 1984, terminada la dictadura, el Turco Julián se refugió temporalmente en Brasil, donde trabajó como guardaespaldas del manosanta Garrincha, pero pronto las cosas anduvieron mal y se quedó sin dinero. Volvió al país y trató de hacer negocios vendiendo información sobre los centros clandestinos. En 1985, le pidió a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos treinta mil dólares. Para entonces ya se acumulaban denuncias en su contra por torturador: la Justicia lo investigó por cincuenta y ocho casos de tormentos, sin embargo, quedaría libre con la obediencia debida.

Por varios años poco se supo de él. En 1995, las declaraciones del ex marino Adolfo Scilingo sobre los vuelos de la muerte que partían de la ESMA para tirar prisioneros al Río de la Plata abrieron un debate público en el que varios represores se sumaron a la discusión. El Turco Julián encontró entonces la veta que buscaba. Ofreció testimoniar a cambio de dinero a varios medios sin tener éxito, hasta que finalmente se sentó gratis –así lo aseguró el canal– ante las cámaras de “Telenoche”.

Durante tres jornadas, el noticiero emitió un reportaje en el que el represor desplegó su histrionismo. Dijo que “los hijos de Hebe de Bonafini” estaban “vivos en España” y que había actuado “en un grupo de tareas para frenar la horda asesina que nos traían del exterior”. Con el tiempo, el Turco Julián se convertiría en un invitado permanente de los programas de Mauro Viale, parte del show de banalización del terrorismo de Estado. Cuando lo criticaron por su exposición, el represor dijo que tenía una novia prostituta y necesitaba dinero para sacarla de la calle.

La televisión le traería consecuencias no deseadas: su cara se hizo conocida y fue uno de los primeros represores en ser escrachados. En octubre de 1997 un grupo de jóvenes lo descubrió y echó de la barra de Maluco Belleza, mientras tomaba una cerveza junto a una señorita. En julio del 2000, en un bar cercano al Congreso, un integrante de Hijos lo reconoció y lo golpeó en la cara.

El juez Gabriel Cavallo dispuso su captura ese año, por el robo de una beba hija de desaparecidos, Claudia Poblete. Al ser interrogado, el Turco Julián aseguró que vivía de la venta ambulante de “guantes mágicos” y “piedras de afilar”. Lo trasladaron a la Unidad 16 de Caseros. Ya no recuperaría la libertad: las cárceles de Marcos Paz y Devoto fueron algunos de los destinos en los que permaneció mientras la investigación judicial avanzaba y se anulaban las leyes de impunidad. Ayer, los jueces del tribunal oral le ofrecieron hacer uso del derecho a decir sus últimas palabras, pero él dijo que prefería no declarar.

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