EL PAíS • SUBNOTA
› Por H. V.
La decisión presidencial de no enviar tropas al Líbano intenta proteger al país de un conflicto en el cual no tiene nada para ganar. Pero eso molesta al gobierno de Estados Unidos, que está encontrando resistencia similar en muchos países del mundo. Seymour Hersh (quien hace tres décadas descubrió la masacre de My Lai en Vietnam y el año pasado las torturas en la cárcel iraquí de Abu Ghraib), afirma en un artículo que acaba de publicar el semanario The New Yorker que Estados Unidos participó junto con Israel en la planificación de la campaña contra El Líbano. Dos meses antes de la captura de un par de soldados israelíes en la frontera, dice, funcionarios israelíes viajaron a Estados Unidos para sondear hasta qué punto contarían con el respaldo del gobierno de Bush para su plan de atacar a Hezbolah. Con citas de anónimos funcionarios y ex funcionarios, Hersh afirma que “la captura de los soldados en julio fue un pretexto para una gran ofensiva en preparación desde hace largo tiempo. El ataque de Israel debía servir de modelo para el ataque estadounidense en preparación contra Irán”, con el propósito de destruir sus instalaciones nucleares. La Cancillería y el ministerio de Defensa de Washington lo negaron. Sólo el tiempo permitirá apreciar en qué medida Israel afectó la capacidad militar de Hezbolah, pero es ostensible que no menguó su implantación política, sino todo lo contrario. Otro tanto ocurrió en 1982 con la OLP. Ese año la milicia falangista cristiana protegida por Israel produjo la masacre de palestinos en Sabra y Chatila. La menguada demografía del estado judío no le permite sostenerse por largo tiempo en el territorio ocupado luego de destruir la infraestructura y amedrentar a la población civil libanesa. Por eso la presencia de una fuerza multinacional que ocupe esas posiciones es esencial para Israel y Estados Unidos. A diferencia de la campaña angloestadounidense contra Irak, la creación de esta fuerza de paz fue ordenada por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y consentida tanto por Israel como por el Líbano. Pero Hezbolah es un actor no estatal y la fluidez de la situación puede derivar en algún momento en un enfrentamiento entre esa fuerza y el Estado libanés, en cuyo caso las tropas de la ONU deberían reprimirla. Ésa no es una tarea sensata para un país cuyas grandes colectividades árabe y judía han preservado una convivencia respetuosa pese a las demasías retóricas de algunos de sus dirigentes.
En estos días la Procuración General de la Nación recibió un pedido para que se declare de lesa humanidad e imprescriptible el atentado contra la embajada de Israel de 1992. La Corte Suprema de Justicia ha sindicado a Irán como responsable de aquel atentado, sobre la base de informes de inteligencia pero no de pruebas judiciales. Si ahora accediera a la solicitud presentada ante la Procuración, brindaría un pretexto perfecto a Estados Unidos para atacar a Irán, lo cual arrastraría una vez más a la Argentina a un conflicto ajeno a sus intereses. El otro riesgo está en la Triple Frontera, donde Estados Unidos sostiene que las actividades comerciales ilícitas sirven para financiar lo que describe como terrorismo. Pero, además de ser un partido político de inspiración religiosa y una milicia armada, Hezbolah es una organización asistencial surgida a raíz del colapso del Estado libanés durante la anterior invasión israelí, lo cual introduce un elemento de complejidad no apto para binarios planificadores estadounidenses. La propuesta brasileña aceptada por la Argentina de establecer un monitoreo conjunto de inteligencia en el área intenta prevenir que esa situación ambigua pueda ser utilizada por Estados Unidos para justificar alguna forma de militarización, directa o vicaria, de la región, con la amenazante doctrina de los territorios sin gobierno.
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