EL PAíS • SUBNOTA
El 29 de junio pasado Jorge Julio López testificó sobre lo que vio, oyó y sufrió durante su secuestro y su paso por varios de los Centros Clandestinos de Detención (CCD) del “circuito Camps”. Ese día, López lloró ante los jueces al recordar que llegó a ver, desde una pequeña mirilla en la puerta del Pozo de Arana, cómo Etchecolatz ordenaba el fusilamiento del matrimonio de Patricia Dell’Orto y Ambrosio De Marco. “Ella les pedía que no la maten, que quería criar a sus nenitas”, contó López, que la conocía de su militancia social en los barrios: “Ella nunca agarró un arma en la mano –declaró–, se dedicaba a cuidar chicos y darles de comer. Esas eran mujeres de oro, y ellos las mataron”.
López conoce bien la mirada de este genocida, que dirigió a la patota que lo secuestró en octubre de 1976 y a quien definió como “un asesino serial, que no tenía compasión”. De hecho, mientras lo torturaban, Etchecolatz lo “miraba desde un costado y les decía (a los otros torturadores): ‘subile, subile más’. La picana era a batería, y él decía que no era suficiente”. Este albañil jubilado también escuchó a una mujer mayor que pedía a gritos que no le pegaran. “Decía: ‘¿por qué no me defendió, padre?’. Le preguntaron quién la había traído, y dijo que era (el obispo Antonio) Plaza” –contó López–. “Ella se había refugiado en la Catedral para que no la secuestraran, y Plaza les dijo (a los represores) ‘yo se las voy a llevar’. Y ahí estaba.”
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