EL PAíS • SUBNOTA
El rectángulo que separa al Cabildo de la Casa Rosada sigue sirviendo como herramienta para leer el presente, toda vez que, como ayer, aparecen en su espacio diferentes formas de soñar un país distinto. “La verdad, las primeras veces que vinimos nos miraban raro”, aseguró a Página/12 Yole Opezzo. Yole –o “muñeca”, como le dicen todos– conoce cada banco y cada cantero del lugar, porque los recorrió infinitamente para tejer la esperanza de encontrarse algún día con Juan Cabandie, su nieto. “Venía acá y me pasaba las semanas recorriendo provincia de Buenos Aires en un Fiat 600, porque nuestra misión parecía casi imposible. Con una cámara en la mano, nos sentábamos con las chicas en la puerta de los colegios. A veces seguíamos durante días a un chico que por los rasgos podía ser nuestro nieto.” Yole evocó, a casi tres décadas de las primeras reuniones, las luces minúsculas que se veían de vez en cuando entre las sombras de aquellos años de plomo. “En algún momento –rememoró–, las más optimistas fantaseaban con que algún día los chicos robados se iban a acercar solos; y efectivamente las cosas cambiaron. Hoy estamos acá y son los chicos los que se acercan.”
Cerca, Carlotto regaló lo que podría entenderse como un mensaje para el futuro. “Este lugar nos encontró con miedo, y pudimos cambiar eso. Si alguien escribe esta historia dentro de cien años, me gustaría que se refiera a que somos simplemente mujeres comunes que, por amor, supieron convertirse en leonas.”
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