EL PAíS • SUBNOTA › OPINION
› Por Luis Bruschtein
El fallo del tribunal cierra un capítulo en la vida de Juan Carlos Blumberg y abre otro. El mismo lo dio a entender así cuando aclaró que no discutiría ningún ofrecimiento político hasta que finalizara el juicio por el secuestro y asesinato de su hijo Axel. Visualizaba de hecho que su intervención en política enturbiaba el lugar de padre de una víctima, su reclamo de justicia, como parte afectada por un delito grave.
El lugar del político y el del padre de una víctima tienen para él un punto en común que es la discusión sobre la seguridad. Y sin embargo, aunque se den en una misma persona, tienen andariveles marcados, son caminos diferentes, la sociedad los percibe con significados distintos y en consecuencia los mecanismos de legitimación del discurso también son diferentes.
Pero la realidad se empeña en mezclar lo que aparece tan diferente desde lo racional. La idea de Justicia independiente, del juez como tercera parte lo diferencia de las otras partes, la víctima y el victimario. La comunidad entiende el dolor y la rabia de la víctima, justifica ese desborde y se identifica con ella, pero al mismo tiempo requiere que el juez no actúe con dolor, rabia ni desborde emocional. Los fallos de la Justicia en estos casos nunca repararán esa pérdida porque no existe reparación por la vida o la salud de un ser querido. Y en ese plano ningún fallo será satisfactorio para la víctima o sus familiares.
A pesar de la diferencia, los caminos se mezclan y en determinadas situaciones la misma sociedad los confunde y no sólo en casos extremos, como arrebatos de linchamiento o de justicia por mano propia, sino en territorios menos obvios como las legislaciones o el accionar policial. Una policía de mano dura que no respete garantías individuales puede aparecer como justiciera en un caso puntual, pero se convierte en un peligro mayor para la sociedad en su conjunto. La víctima va a exigir que se castigue al delincuente de la manera que sea, es lo que ellos sienten, pero la sociedad no puede aceptarlo porque quedaría inerme frente a otros delitos peores. El discurso del familiar es entendible desde ese lugar, pero es peligroso desde la política. Son lugares distintos.
Blumberg ha transitado ese camino desde el dolor de un padre que perdió a su hijo, hasta el lugar de la política. Conscientemente o no, esos lugares se han ido mezclando y en la confusión se legitima en política lo que es entendible como reacción de una víctima. Es probable que el fallo de ayer permita a Blumberg decidir con más claridad su lugar, lo cual despejaría esa zona ambigua.
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