EL PAíS • SUBNOTA
› Por H. V.
A las once de la noche del domingo pasado la página oficial del gobierno de Misiones en Internet consignaba los datos del escrutinio que daba la victoria al No y junto a ellos un comunicado de Carlos Rovira, quien sólo dijo que la voluntad popular no se discute, se acata. La lista encabezada por el Padre Obispo Joaquín Piña obtuvo algo más del 56 por ciento de los votos y la de la Prima Rovira, algo menos del 44. La coalición opositora al gobierno nacional pasó sin transición de la denuncia del clientelismo que se aprovecha de las necesidades de un pueblo al que la pobreza obliga a vender su voto, a la exaltación de su madurez cívica ejemplar en el mundo. En 1990, Antonio Cafiero fue derrotado en el plebiscito que convocó para reformar la Constitución bonaerense; en 1997, Graciela Fernández Meijide batió por amplia diferencia a Hilda González de Duhalde en el apogeo del poder de su marido, y al año siguiente Duhalde forzó a Menem a desistir del intento rrreeleccionista con la mera amenaza de llamar a un plebiscito. En todos esos casos ya era claro en la Argentina que los aparatos sirven para muchas cosas pero no para garantizar un resultado electoral, terreno en el que hasta pueden resultar contraproducentes. Stroessner en Paraguay gobernó 35 años, más que nadie en el siglo XX americano con excepción de Fidel Castro. Tomó el poder por un golpe de Estado militar y fue reelecto siete veces, hasta que lo derrocó su consuegro y también general Andrés Rodríguez. Pero nunca perdió una elección. Monarquías, feudos, repúblicas populares o dictaduras como la de Misiones no se consiguen en cualquier parte.
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