EL PAíS • SUBNOTA
En la Unidad Básica de Larrea y Córdoba se está organizando una Corriente de Católicos Argentinos y Peronistas, vinculados con el jefe de la Iglesia, cardenal Jorge Mario Bergoglio. La conducen Pascual Albanese, Luis Calviño y Víctor Lapegna. En su documento fundacional difundido al comenzar la campaña electoral en Misiones afirman que la Argentina está “crispada por enfrentamientos, reproches y acusaciones” que impiden “la concertación y la puesta en marcha de un proyecto nacional”. Su objetivo es la “restauración moral que garantice la defensa de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural” y “la defensa de la familia, basada en el matrimonio de varón y mujer”. Su plan de trabajo comienza con un seminario nacional acerca de la Doctrina Social de la Iglesia y la Doctrina Justicialista y otro internacional sobre la Exhortación Apostólica “Ecclesia in America” de Juan Pablo II a la que contemplan invitar a políticos católicos de los partidos del centro a la derecha de Estados Unidos, México, Colombia, Perú, Chile, Bolivia, Uruguay y Brasil. Ya solicitaron al cardenal que designe a un sacerdote como capellán del grupo para brindarle “dirección espiritual”.
El diputado Hugo Franco presentó un proyecto de ley por el que se admitiría una deducción de hasta el 5 por ciento del impuesto a las ganancias para financiar a la Iglesia, a voluntad de cada contribuyente. Ése es el modelo que en apenas un par de años llevó a la Iglesia española de la bancarrota a la prosperidad, con ingresos que un banquero de visita habitual a la Argentina estima en más de 7000 millones de euros al año. Fue acompañado por una abierta beligerancia contra el gobierno secularizador de Rodríguez Zapatero, canalizada a través de una cadena de radios de la Iglesia, que cultivan el estilo que aquí hizo conocida la radio 10. Bergoglio cuenta con una cadena similar, a la que Julio Bárbaro sumó un canal de televisión abierta. ¿Intentará darle el mismo uso político que sus hermanos españoles?
La corriente de Albanese, Lapegna y Calviño fue la pata peronista que Bergoglio introdujo en el Primer Congreso de Evangelización de la Cultura, organizado en la Universidad Católica de Buenos Aires para tratar el rol de “Los católicos en la sociedad civil y la política”, con mayoría de asistentes de edad avanzada y posiciones liberales. El propósito de Bergoglio es preparar para la acción política a miles de laicos que actúen en forma homogénea, a mitad de camino entre la Acción Católica y Guardia de Hierro. Su predicación fustigó a “elites ilustradas, de laboratorio” que se aíslan de Dios y del pueblo y la hipocresía y la suficiencia de quienes se repliegan ante la verdad (es decir ante los dogmas de su fe). Su amigo uruguayo Guzmán Carriquiri Lecour, subsecretario del Pontificio Consejo para los Laicos, atribuyó las acusaciones de intromisión eclesiástica en la vida pública al “laicismo anacrónico” y al autoritarismo del poder terrenal que no admite límites. La declaración del Episcopado, al terminar una semana de reuniones en El Cenáculo de Pilar, volvió a plantear el “espíritu de reconciliación que nace de la verdad, se afirma en la justicia y se plenifica en el amor”, los mismos términos que Bergoglio le dictó a Elisa Carrió. También declaró su preocupación por la pobreza, la exclusión social y la inequidad “todavía altos”, pero esta vez reconoció “los logros que, con el esfuerzo de muchos argentinos, hemos obtenido en estos últimos años”. El otro tema de la declaración final fue el diálogo, concebido como “el gran instrumento de construcción y consolidación de la democracia” para “superar la excesiva fragmentación que debilita a nuestra sociedad” y encontrar los consensos necesarios para “reafirmar nuestra identidad y crecer en la amistad social”. Quien dialogó con Kirchner no fue Bergoglio sino Fernando Bargalló, el obispo de Merlo-Moreno y coordinador de la caridad eclesiástica. Al terminar el acto del jueves en Moreno, le dijo que muchos obispos estaban de acuerdo con lo que estaba haciendo el presidente y que aprobaban su relación directa con la gente, una alusión clara a las malas compañías pero carente de la hostilidad indisimulable que emana de cada meliflua peroración del cardenal.
A los fines de cualquier diálogo, conviene presentar a los interlocutores. El ex guardián Albanese fue subsecretario de Medios de Carlos Menem; Bárbaro su secretario de Cultura y contacto con empresas; Calviño actuó en 1997 como encargado de Relaciones Públicas y Prensa de la Policía Bonaerense durante la gobernación de Eduardo Duhalde; Lapegna fue jefe de prensa del ex almirante Emilio Massera y su asistencia a la ESMA, donde según los sobrevivientes sabía que se torturaba y asesinaba, se menciona en el legajo 0476/2365 de la Conadep. Lilia Ferreyra pidió a la justicia que lo llamara a declarar, por la desaparición de Rodolfo J. Walsh y de sus escritos inéditos. Calviño y Lapegna escribieron un libro apologético sobre la transición “Del menemismo utópico al menemismo científico” y junto con Albanese son autores de un documento contra “las redes del terrorismo internacional y los regímenes dictatoriales como el de Saddam Hussein en Irak” que “sólo pueden ser conjuradas mediante el mal menor que implica el uso de la fuerza” por Estados Unidos. Según la Asociación Madres de Plaza de Mayo, el ex guardián Bárbaro fue enlace entre Menem y Massera. Franco hizo el camino inverso: a través de Massera llegó a Isabel Perón. Durante la guerra sucia, Franco fue bautizado en la ESMA como “El Dibujante”, por las inversiones de Massera que se encargaba de dibujar. “Entró a la Escuela en un Renault 4 y salió en un BMW”, recuerda un oficial que lo conoció allí entonces. Hace tres décadas Bergoglio fue parte de los acuerdos entre Massera y Guardia de Hierro, que en aquellos tiempos sin tanta crispación ni hipocresía incluyeron una condecoración al marino por la Universidad del Salvador.
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