Mié 24.07.2002

EL PAíS • SUBNOTA  › OPINION

Enamorados de Carlitos

Por James Neilson

Según todas las encuestas, una mayoría abrumadora opina que Carlos Menem es indigno de ser presidente otra vez. Sin embargo, buena parte de la población parece haberse convencido de que dentro de un año Menem estará de vuelta en sus lugares favoritos, lo cual quiere decir que millones que juran odiarlo se saben dispuestos a votar por él. Esta anomalía se presta a diversas interpretaciones. Además de probar que un orden político que ofrece a la ciudadanía un menú de opciones tan irrisorio como el actual es una cosa de locos, la mera posibilidad de que Menem podría regresar nos obliga a preguntarnos si “la gente” es tan masoquista como parece o si a pesar de los insultos que le tira en verdad ama al transgresor riojano.
Aunque los resultados electorales de las décadas últimas, para no hablar de la bienvenida cariñosa que solía recibir el salvador militar de turno, sugieren que el masoquismo tendría bastante que ver con el asunto, es más probable que en el fondo muchos sientan cierto amor por el hombre, acaso por las mismas razones que los hacen confesar su admiración por aquellos estafadores que se las ingenian para burlarse de la ley sin que nadie logre atraparlos. Es como si creyeran que Menem es tan astuto, tan “pragmático”, que sería capaz de congraciarse nuevamente con los poderosos del mundo para que se olvidaran de todos aquellos miles de millones de dólares que fueron desviados hacia no se sabe dónde.
Claro, los más entenderán que a Menem no le sería dado reeditar los milagros de su primera gestión pero, ¿qué importa si el espectáculo resultara emocionante? Para colmo, si realmente regresara, no cabría duda alguna en cuanto al gran responsable de las calamidades nacionales. Puesto que para muchos “denunciar” a los culpables del desastre más reciente es una actividad mucho más interesante –y decididamente más fácil–, de lo que sería pensar en cómo remediarlo, las ventajas de contar con un presidente condenado de antemano serían incuestionables. En efecto, con Menem en la Casa Rosada todo volvería a “la normalidad”: las distintas fuerzas políticas podrían repetir las mismas críticas que formulaban antes del interregno aliancista, los progres cerrarían filas en torno a personajes cuya razón de ser es parar al riojano, los pobres que para horror de los bienpensantes están acostumbrados a respaldar a caudillos populacheros estarían felices por saber que el Jefe está donde debería estar y los empresarios más quisquillosos, luego de insinuar su desaprobación de sus modales y de sus pautas éticas, seguirían haciendo lo que siempre han hecho.

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