EL PAíS • SUBNOTA › OPINION
› Por Mario Wainfeld
El cronista supone que es factible que, si Mauricio Macri es elegido jefe de Gobierno, se lance como candidato presidencial de la derecha. Legalmente, nada lo impide, los tiempos electorales dan holgadamente. Su asesor (ver nota central) propone dilatar toda decisión hasta junio.
Políticamente es imaginable un escenario de potenciación de la figura del líder de PRO y de la autoestima opositora sin otro candidato de la derecha (o dispuesto a aliarse con la derecha) de similar potencialidad. Trasladar parte de su capital a Roberto Lavagna (un extrapartidario que lo ningunea) o Ricardo López Murphy (un aliado tan debilitado como rezongón) puede parecerle demasiado generoso.
El éxito embellece, ensoberbece un poco. Voces de PRO, analistas, medios afines al sector multiplicarían por dos la importancia del resultado. El triunfalismo crecería. El encuestador Artemio López entrevé esa hipótesis en su blog RambleTamble.
El cronista consulta a dirigentes políticos, a encuestadores, a analistas políticos. Se descubre integrando una irrisoria minoría. Casi nadie cree en esa perspectiva ni siquiera como posibilidad remota.
Página/12 habla con un dirigente macrista, peronista de origen. La idea atrae atención, no da la traza de haberla imaginado, da la impresión de que se tienta. Pero luego, el hombre se suma al rebaño. “Mauricio no aceptaría jamás. El tipo es un ingeniero, cuando decide algo, no lo cambia nadie”. Que Macri sea poco dúctil, he ahí un argumento creíble. Pero el cronista porfía.
Los consultores de imagen oscilan entre el escepticismo y la risa. Hasta suponen que se les plantea una chanza. El electorado, especulan, jamás le perdonaría algo así a Macri. ¿Cómo hacer un desquicio institucional después de cuestionar al Gobierno por su carencia en ese plano? Agregan data: en Capital la intención de voto de Macri para presidente llega apenas a un tercio de la que consigue para jefe de Gobierno. Si encima se da vuelta, lo desahuciarán hasta los que lo apoyaron.
Otro punto, que el cronista admite sólido, es que Macri arriesga parte de su aureola vencedora en pos de una elección que suena a testimonial, sus perspectivas de ganar son escasas. ¿No lo debilitaría un segundo puesto? ¿No “retornaría” herido a su gesta porteña?
Ese obstáculo es el más peliagudo seguramente, aunque puede que la embriaguez de la victoria distorsione las proporciones, o las altere.
Aun apichonado por la multitud en contra, el cronista redondea su idea. El electorado argentino, como sus dirigentes, tiene más un ethos democrático y plebiscitario que una adscripción plena a la lógica republicana. Los ciudadanos, en tendencia, son resultadistas, quieren ganar. En aras de ese objetivo central resignan apego a las reglas, formalismos. La legalidad (y aun los buenos modos) tienen poco peso en el imaginario argentino medio y si no lo cree haga de peatón por la gran ciudad o acate la velocidad máxima en una ruta.
A Fernando de la Rúa no le costó nada dejar de gobernar la ciudad para competir por la presidencia. Graciela Fernández Meijide pasaba de una Cámara a otra, de un distrito a otro mientras duró su estrella electoral, sólo la criticaron los que desde el vamos no estaban de su lado. Carlos Ruckauf, Cristina Fernández de Kirchner adecuaron el domicilio a sus necesidades electorales, su electorado no se compungió mucho. Daniel Scioli es un prospecto parecido.
El cronista supone que el candidato no está pensando en eso, le falta tanto. Pero ha visto cuánto influyen los cambios de circunstancias en la lógica de los dirigentes y en la de sus representados. Hay que ver a la gente cuando ocurren los hechos (el éxito, el operativo clamor) no cuando se fabula acerca de ellos. Un escenario de triunfo sería, literalmente, otro mundo. En otro mundo, todo es imaginable. Hasta que se torne realidad una moción de la minoría.
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