Vie 26.07.2002

EL PAíS • SUBNOTA

Modelo que reproduce desocupados y pobres

La persistencia del modelo de concentración económica y desarticulación productiva continúa mostrando su rostro más crudo. Surgen “economías de emergencia”.

› Por Claudio Scaletta

Luego de 48 meses de recesión las proyecciones sobre la evolución de indicadores clave de la economía no permiten prever, al menos en el corto plazo, mejoras en la situación del empleo. Exportaciones, demanda interna e inversiones no muestran señales de recuperación. En un contexto caracterizado por la precarización generalizada y el surgimiento compensatorio de “economías de emergencia”, las perspectivas más sombrías se ubican sobre los puestos de trabajo formal. Mientras la devaluación, descontrolada tras la explosión de la convertibilidad, explica una parte del aumento de la pobreza y la marginalidad, la persistencia del modelo de concentración económica y desarticulación productiva continúa mostrando su rostro más crudo.
Los servicios fueron el sector demandante de mano de obra por excelencia durante la década del 90. Hoy las cosas han cambiado. Agotado ese ciclo tras el corralito y la devaluación, las previsiones más optimistas estiman que en el sector financiero los alrededor de 100 mil empleos que existían a fines de 2001 se reducirán, en el mejor de los casos, a la mitad. En el comercio las perspectivas son similares. La retracción de la demanda retroalimenta la concentración en los supermercados con la consecuente destrucción de empleos en los pequeños y medianos establecimientos.
Pero si se observa la evolución de las nuevas variables dinámicas de la economía argentina, el panorama tampoco es alentador. A pesar de la ganancia de competitividad, las áreas vinculadas a las exportaciones no están generando nuevos puestos de trabajo. El efecto conjunto de estancamiento de los precios internacionales y las restricciones crediticias marcan una performance por debajo de la esperada.
Agotados los efectos benéficos del comercio internacional, en el mercado interno no aparecen señales de salida de la recesión. Antes bien, la caída de ingresos por la devaluación significó un duro impacto para la demanda doméstica. En este marco, el aumento de tarifas, que impactará de lleno en el ingreso disponible del segundo semestre, significará un nuevo golpe contra la demanda agregada y, por lo tanto, contra el producto, el empleo y, en consecuencia, la extensión de la pobreza.
El estancamiento de las exportaciones y la contracción del mercado interno podrían compensarse con un aumento de la inversión. Pero a pesar de la nueva estructura de precios relativos, sobre las potenciales decisiones de invertir en la Argentina aún pesan tres restricciones: la limitación crediticia (que no corre para la inversión extranjera), las dudas sobre la demanda futura y, especialmente, la gran incertidumbre sobre cuál terminará siendo la tasa de ganancia de la economía.
Para el economista de la CTA Martín Hourest, uno de los efectos más preocupantes de la evolución del empleo no lo representa sólo su disminución neta sino también la precarización del existente. Esto es, desde que comenzó la recesión existió una destrucción de empleo formales, y en los casos en que ese empleo fue reemplazado, lo fue mediante trabajo informal con menor retribución y mayor carga horaria.
Hourest señaló además que la medición de mayo incluye a una parte de los 1.800.000 trabajadores que reciben el subsidio para jefes y jefas de hogar desocupados –la encuesta del Indec incluyó al 10 por ciento de esa cifra- considerándolos ocupados, lo que significa una baja artificial del nivel de desempleo. No obstante este encubrimiento de la situación real podría ser más contundente en la nueva medición de octubre, cuando se registre a la totalidad de quienes cobran el subsidio.
Entre los efectos de la actual estructura ocupacional argentina que no se ven reflejados en la tasa de desocupación record del 21,5 por ciento, se destaca el fortísimo deterioro de la calidad del trabajo. Una vez más, no alcanza con decir que la subocupación llega al 27,2 por ciento del total de los ocupados. Otros indicadores son más alarmantes. Uno de cada cuatro trabajadores recibe ingresos inferiores o iguales a 200 pesos, un valor menor al costo de la canasta básica de alimentos. Con el fenómeno anterior coexiste otra clase de desocupados que no figuran en el índice. En el contexto de una población económicamente activa estancada, se encuentran quienes desalentados por el deterioro de la condiciones laborales y la bajas remuneraciones ya no buscan empleo y, por lo tanto, ya no son desocupados.
Por último, entre quienes aparecen como ocupados comienzan a incluirse también a los integrantes de las “economías de emergencia”, por ejemplo personas que declaran que su ocupación es ser cartoneros o integrantes de los clubes de trueque. Se trata del primer registro sistemático de un fenómeno que si bien no es nuevo, parece consolidarse en la nueva economía argentina. Frente a un aparato productivo devastado, en el que los antiguos propietarios de las principales empresas retiraron sus riquezas del país, una parte de quienes quedaron fuera del sistema se ven obligados a recrear de manera autónoma –y como única alternativa al ajuste malthusiano que el “mercado” les propone– su actividad laboral.

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