EL PAíS • SUBNOTA › LA MEGACAUSA QUE COMENZO CON LA NOTA DE PAGINA/1
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› Por Cristian Alarcón
La “causa compleja”, o la “megacausa”, como le dicen algunos en la Justicia, es un expediente de casi veinte cuerpos que acumula en sí mismo otras diez investigaciones de los últimos siete años. Se inició con una historia publicada en Página/12 el 2 de noviembre de 2005, lejos de la voluntad de este cronista, autor de aquella nota. En ella se narra por primera vez la trama de un territorio narco en la ciudad de Buenos Aires. En la villa 1.11.14 la inteligencia y la praxis de un clan de peruanos, con una extraña mezcla de criterios militares para controlar los pasillos y generosidades arbitrarias con reminiscencias senderoluminosas para negociar con la comunidad, lograron una zona inexpugnable. El expediente o “megacausa” es conocido en la Justicia porque en él confluyen investigaciones de varias fiscalías y juzgados, todos en un mismo y voluminoso expediente, ahora tramitado en el federal 2, a cargo de Jorge Ballesteros. Y porque de esa megacausa fue apartada por su llamativa inactividad la Policía Federal.
La crónica que la originó relata la masacre del Señor de los Milagros, un ataque de diez sicarios a la procesión del cristo limeño, que también tiene su altar en la villa del Bajo Flores. El 29 de octubre de 2005 un grupo de diez hombres atacó a los fieles que caminaban por la Avenida Bonorino tras la figura del Señor. Intentaban eliminar a Marco Estrada González, alias “Marcos”, el hombre investigado por la Justicia como supuesto líder narco de la zona (ver recuadro). Hubo ocho heridos y cinco muertos. El juez Domingo Altieri procesó a Rutilio Ramos Mariños, alias “Ruti”, por los homicidios. La fiscalía del caso, a cargo de Betina Bota, intentó acusarlo por homicidio en riña, ya que consideró que dos de los cinco muertos en realidad formaban parte de la banda de sicarios que atacó la procesión y cayeron cuando los hombres de Marcos repelieron a los de Ruti.
Página/12 investigó qué había detrás de la masacre y descubrió, a través de testimonios de vecinos, ex soldados de los narcos, dealers, abogados, sacerdotes y líderes vecinales, un poder territorial con diez años de historia y leyes propias. Esa trama, que era popular para cualquier vecino de la villa y de los barrios aledaños, como el Rivadavia I y II, parece haberse gestado y fortalecido sin que las comisarías de la zona y sus temibles brigadas se hubieran enterado. Así, resulta notorio para quienes ahora en la Justicia rastrean el origen del poder narco en el Bajo Flores, que el comisario Norberto Velasco, al mando de la seccional 38ª en el momento de la masacre del Señor de los Milagros, nada supiera del tema. Lo que los hace sonreír, es que tras dos años de haber sido el jefe de esa comisaría, Velasco decidió al leer aquel domingo Página/12 que por fin había que investigar en la Justicia federal qué estaba pasando ante sus narices con el tráfico de drogas.
Quizás, especulan en tribunales, haya sido ese reflejo tardío pero seguro, lo que le permitió a Velasco conseguir dos meses después de la masacre en su jurisdicción acceder a un virtual ascenso en la fuerza al ser designado como comisario de la 15ª, de Suipacha casi avenida Santa Fe, una de las comisarías mejor cotizadas en el esquema policial de la Capital. Algunos fiscales que sospechan de la actitud pasiva de la 38ª durante 2004 y 2005, remarcan que antes su destino también fue un sitio clave en la ruta de las drogas: la delegación Salta, en la frontera norte.
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