EL PAíS
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Es el modelo, estúpido
› Por Raúl Dellatorre
Algunos, como la Argentina, merecieron alguna vez el calificativo de ser “el mejor alumno de la clase”, por su apego a las políticas del Fondo Monetario. Otros, como Uruguay, alcanzaron el cetro más deseado por los estimulados seguidores del modelo neoliberal: la calificación de “investment grade”, la recomendación más elevada que se le puede dar a un país ante los inversores. En otros casos, como el de Brasil, lograron demostrar una solidez en su estructura económica y una fortaleza en su comercio exterior que hubiera hecho pensar que jamás un inversor dudaría de elegirlo como destino de su dinero. Sin embargo, la crisis financiera, la especulación de los capitales golondrina y hasta el dedo imperial que marca el destino entre la vida y la muerte castigaron a todos por igual, sin distinciones. “Es el modelo, estúpido”, podría responderse ahora, al estilo que inmortalizó Bill Clinton en una ya lejana campaña electoral, frente a tantas inútiles explicaciones intentadas desde la lógica neoliberal.
Entre los factores en común que pueden mostrar la Argentina, Uruguay y Brasil, hay dos que resultan determinantes de su suerte presente: la gran dependencia externa en materia de capitales y la inequitativa distribución de la renta al interior de sus fronteras. Uno y otro definen la vulnerabilidad de sus economías a un ataque especulativo. Poco debería preocupar a un país sólidamente asentado sobre su actividad productiva, donde la gran mayoría de sus habitantes trabaja, demanda con su consumo y ahorra con sus excedentes, que a los fondos de inversión le inquietara que el FMI mezquine su respaldo.
La otra debilidad que padecen en común estas tres naciones, paradójicamente, es la incapacidad de conducción de la nación que los domina. Las pocas luces de la Administración Bush amenazan hacer más penoso el proceso, en la medida que los gobiernos del Sur sigan apostando su única ficha a esa ayuda que el poderoso les otorgue.
Y es paradójico, porque justamente esa debilidad debería abrir el espacio para generar un modelo de gestión y desarrollo distinto, ya sin el disciplinamiento con una receta que, en definitiva, nada tiene para ofrecer en recompensa. Pero estos tres países en crisis siguen mirando hacia el Norte en vez de mirarse entre sí y ver qué es lo que pueden hacer juntos para salir del pozo, en vez de apostar a salvarse por separado. La puerta de la integración independiente, la que a pesar de los quince años de existencia del Mercosur sigue sin ser ensayada como salida.
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