Dom 04.08.2002

EL PAíS • SUBNOTA  › ACUSACIONES Y CONSPIRACIONES DETRAS DE LOS INCIDENTES

El pequeño Bin Laden y los saqueos

En Uruguay los supermercados no se saquean muy distinto que en la Argentina: hay hambre, aunque notoriamente menos, vandalismo y también, faltaba más, intereses políticos en la violencia. El martes se decretó el feriado bancario. El miércoles a las 14 horas se saqueó un único supermercado, en las cercanías del Palacio Legislativo, cuya propiedad se atribuye a una organización de izquierda: la entrada la forzaron unos hombres y atrás de ellos mujeres y chicos, que fueron quienes se llevaron alimentos. No rompieron nada.
El jueves fue más violento, con un herido y 4 detenidos, dos de ellos menores. El Ministerio del Interior reportó 16 supermercados saqueados, más 14 intentos frustrados. La prensa sólo pudo corroborar 4. Todos fueron en barrios habitualmente violentos, pero esta vez la noticia de la violencia de los pobres fue tema para el poder. Ya el miércoles el ministro del Interior Guillermo Stirling, del sector del ex presidente Sanguinetti, expresaba no tener dudas de que había sido un saqueo planificado. El jueves se vieron efectivamente indicios de esto, en la presteza con que aparecían cubiertas incendiadas en el camino de los patrulleros, para darle tiempo a escapar a los saqueadores. El Ministerio de Defensa, también ocupado por la cuota de poder de Sanguinetti, informó de tres radios clandestinas llamando al copamiento de supermercados.
El viernes Stirling reafirmó su convicción de que los saqueos habían sido planificados, y se citaron frases premonitorias al respecto de dos dirigentes dirigentes históricos de los tupamaros, y una en el mismo sentido del ministro de Defensa Luis Brezzo, hombre del riñón de Sanguinetti. Uno de los viejos tupas fue citado por la conducción del Frente Amplio para que diera explicaciones sobre sus premoniciones. Negó responsabilidades y especuló sobre una provocación de la derecha: “En la izquierda no tenemos hoy esa capacidad”.
Stirling afirmó el viernes que los saqueos fueron organizados nada menos que “por un pequeño Bin Laden”. El sacó a la calle a todos los efectivos policiales disponibles, unos 5.000, y el patrullaje de dos helicópteros de la Fuerza Aérea en una intromisión en los asuntos de seguridad interna que merecería un cuestionamiento político. El partido de fútbol entre Juventud y Cerro no se pudo hacer esa noche por falta de custodia policial.
El viernes, Montevideo fue un infierno de rumores sobre centenares de personas que avanzaban desde los barrios pobres hacia los de clase media, de patotas agazapadas, dispuestas al saqueo, y hasta de una columna que avanzaba sobre los autos estacionados de los legisladores. Nada de eso resultó cierto, pero en algún lado funcionaba una usina de rumores y en todos lados se percibió el temor de un país con una ancha clase media para la cual la seguridad es uno de sus valores primordiales, que temía el derrumbe del sistema de vida junto con el feriado bancario.
Hay pobres y hay hambre en Uruguay, y también hay bronca, aunque con diferencias cualitativas importantes con la Argentina.
Todos los saqueos fueron en los barrios que resultaron empobrecidos por los años de democracia, mientras prosperaba la burguesía gerencial en barrios de la costa. A no más de 15 cuadras de cualquiera de los lugares saqueados funcionan comedores gratuitos. Sólo en Montevideo el gobierno nacional repartió 50.050 comidas en la semana que terminó el último domingo de julio, y esta semana se agregan 30.000 comidas más, aunque informan que no hay rechazo de comensales por falta de comida. A su vez, la IMM tiene un plan de merenderos que en algunos casos incluye comida.
La línea de pobreza (216 dólares por persona en 1999) comprendía al 16,4 por ciento de los hogares de zonas urbanas. Apenas un 1,2 por ciento era miseria real, definida como gente que sólo puede pagarse la comida. Uruguay tiene el menor nivel de pobreza de 90 países en desarrollo, según el informe mundial de desarrollo humano 2000, PNUD. De modo que la situación no es tan mala como la del Gran Buenos Aires, pero tal vez por eso mismo el susto de la gente ante la ruptura de un orden fue mucho peor. La ciudad estaba desierta, muchos, muchísimos comercios de los barrios periféricos cerraron o atendían sólo a vecinos conocidos y a través de las rejas, y la televisión mostró a comerciantes que vaciaban de mercadería sus propios locales para guardarla preventivamente en su casa, así como el ahorrista saca su plata del banco para ponerla en el colchón.

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