EL PAíS • SUBNOTA › OPINION
› Por Mario Wainfeld
Los tiempos en que Richard Nixon se presentaba barbudo y sin maquillar o Vicente Saadi daba rienda libre a su idiosincrasia se remontan a la prehistoria de los debates. En el siglo XXI hay mucho saber acumulado y menos margen para tropiezos colosales. Los candidatos (Daniel Filmus, Mauricio Macri, Jorge Telerman, por orden alfabético) saben que deben llevar traje oscuro, camisa lisa, corbata al tono. Ninguno puede incurrir en la gaffe antipatriótica de omitir una escarapela grandecita, en vísperas del 25 de Mayo. Una carpeta sobre la mesa queda bien, otros ajuares no. Debajo del atril se guardan pequeños conejos para sacar de la galera: un reloj de arena para expresar cuántos delitos se cometen por minuto (adivinen quién), una cita textual de Enrique Olivera despotricando contra Telerman (en boca de Filmus), una tarjeta con la que se cobra el plan de ingreso ciudadano esgrimida por Telerman, por mentar apenas un conejo de los varios que mostraron los candidatos, reseñados esta vez por orden de aparición.
La primera persona del plural debe primar sobre el singular. Macri la condimenta con alusiones a lo que “la gente (o “una señora de Pompeya”) me dijo”. Telerman con énfasis sobre su año de gobierno. Filmus con alusiones a su formación (dos veces recordó que es sociólogo) y su ligazón con el gobierno nacional.
También es “debatísticamente correcto” mencionar a los compañeros de fórmula.
De cualquier modo, por mucho pizarrón previo, algo agregan los competidores. En este caso, un endiablado ménage à trois, se conjugaron para producir un debate interesante en el que hubo algunos choques duros, alguna impiedad, alguna instancia de superposición de voces que por tele da fatal, pero que en general mantuvo el interés, el nivel y no degradó el estilo.
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El set del programa A Dos Voces albergó a once acompañantes de cada polemista y (hubiera dicho José María Muñoz) una nube de fotógrafos cuyo número superaba con holgura al total de invitados especiales. Los periodistas gráficos iban a la zaga de las dos sumas, pero el montante total da cuenta de un dato ineludible: los debates televisivos son insumo de otros medios que los multiplican, propagan y seguramente reversionan.
Desde el piso de la señal TN se pidió a los aliados políticos que no profirieran exabruptos. Tanto caso le hicieron que casi ni aplaudieron las intervenciones más picantes.
A los fotógrafos se les pidió no tomaran imágenes mientras se estaba al aire.
Todos los requeridos se condujeron como, cabe suponer, se actúa en una campaña municipal en Suecia.
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El jefe de Gobierno primereó con las banderillas. En su entrada al ruedo repartió palos a su diestra y a su izquierda donde (por obra y gracia del sorteo que le dejó el centro) habían quedado ubicados el presidente de Boca y el ministro de Educación. Sindicó a uno como emergente de poderes económicos y al otro como posible delegado del gobierno central. Ese fue el eje de su narrativa, mostrarse como el único ocupado ciento por ciento de la ciudad, frente a los “rehenes” del poder económico o del poder central. Fiel a ese relato porteñista –y más allá de la politización del vocablo “rehén”– no hizo mención a Elisa Carrió.
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Daniel Filmus fue de menor a mayor. Arrancó tenso, luego logró soltarse. Sacudió a Telerman recriminándole falsedades de un anuncio publicitario anunciando obras. Incluso le endilgó haberse atribuido una obra que se realiza en Avellaneda. “Decime dónde está la autopista ribereña”, lo chuceó, y se enojó bastante cuando Telerman lo gambeteaba.
En un par de ocasiones hicieron yunta contra Macri, una táctica que puede demolerlo o victimizarlo o darle centralidad, vaya uno a saber antes del escrutinio. La táctica del ministro fue demostrar solvencia, manejo de una jerga calificada e identificación con el gobierno nacional.
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En voz baja, fuera de cámara, en la primera pausa, el líder de PRO le recriminó al conductor Marcelo Bonelli que no respetaran los tiempos asignados para cada expositor. Tenía tan estudiado su guión y se permitió tan poca inprovisación que a él le sobraba. El reclamo era, de cualquier modo, excesivo. Todos se acomodaron a las reglas del debate, mucho más supeditadas a la lógica televisiva que a la de un discurso político articulado. Para las propuestas sobre temas tan desafiantes como educación y salud, un minuto y medio. Otro minuto para “derecho a réplica”. Y nueve de intercambio libre, con mínima intervención de los conductores. Las reglas le ponen sal a la polémica, a costa de restar precisión a los mensajes. El ágora mediática, que le dicen.
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Macri se apegó con fidelidad a las consignas que vertebran toda su campaña. Jaime Durán Barbas lo viene aleccionando: no pelearse con el Presidente, no reñir con nadie, ubicarse por encima de las mezquindades políticas. En cada entrada, miró a la cámara y procuró hacer un spot publicitario. “Propuesta”, “gestión” y “clientelismo” fueron las palabras que pronunció más veces. Se refirió mucho más a objetivos que a instrumentos e hizo un mundo de evitar los cruces. Cada una de sus propuestas se endereza a un target distinto y guay de quien quiera “cruzarlas” con instrumentos adecuados.
Evadió todo lo que pudo (que fue mucho) los intercambios personalizados y dijo de memoria lo que había estudiado bastante bien. Contó mal las manzanas que tiene Buenos Aires, Telerman se lo refregó. A su turno, Filmus pescó a Telerman en un error sobre el montante presupuesto educativo de la ciudad. Esas estocadas fueron propinadas con ingenio y concentración, pero no resultaron letales. Nadie metió la pata de forma definitoria.
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Un debate mano a mano es un género más previsible que uno entre tres. La lectura compartida es que Macri puntea y será el más votado en primera vuelta. Ese escenario fuerza un esquema complejo de competición para los que pujan por entrar, se imagina, segundo. ¿Es mejor polarizar con el de la pole position o desalojar al contendiente directo? Ni Telerman ni Filmus fueron fundamentalistas en su resolución del enigma. En 2003 hubo un panel de cuatro pretendientes: Aníbal Ibarra, Macri, Patricia Bullrich y Luis Zamora. En ese entonces Bullrich eligió limar al empresario-ingeniero y Zamora le pegó mucho más a Ibarra. Ambos ambicionaban reclutar sus votos a expensas de quien le quedaba más cerca en el espectro político.
Pero todos asumían que la pelea mayor era entre dos. En 2007, las cosas son más peliagudas. Los tres postulantes pueden llegar.
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Filmus fue el primero en subrayar que Macri cambió su discurso sobre inseguridad desde 2003. Convencido de que tiene amarrado su 30 por ciento del electorado de derecha, el ingeniero ha elegido un rumbo clásico de campaña, interpelar votantes indecisos, “centrear”. El razonamiento básico es que ninguno de sus fieles lo abandonará por sus devaneos a tópicos centristas o aun “progres”. El jefe de Gobierno se ensarzó en una polémica dura con el diputado de PRO y lo pintó con una frase pronunciada por Aníbal Ibarra en un reportaje concedido a Página/12: “Si dijera lo que piensa, no lo votan”.
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Dos de las tres elecciones anteriores a jefes de Gobierno se resolvieron por margen muy amplio (De la Rúa contra Jorge Domínguez e Ibarra contra Cavallo). Ibarra contra Macri fue más ajustada pero ninguna interpretación ulterior juzgó que el debate fue determinante en su desenlace. En 2005, cuando se eligieron diputados, la generosa diferencia que logró el candidato de PRO no puede explicarse por su desempeño como polemista. En la mayoría de los comicios, a diez días vista, la suerte básicamente está echada. Pero eso es la estadística, el gris de la teoría. En el verde de la vida, habrá que ver si esta vez podría ser la excepción. Al cronista le cuesta creerlo, pero reconoce la finitud de su saber y sus intuiciones.
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Los tres cuarteles vieron ganador a su paladín. Este cronista se confiesa incapaz de decretar una victoria por puntos. Sí se atreve a decir que no hubo knock out, que ninguno se apartó demasiado de sus pretensiones ni de su plan de juego previos. El saldo fue estimulante, una discusión política vivaz, atractiva, que no le cambiará la vida a nadie pero que sería valioso escuchar con más asiduidad.
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