EL PAíS • SUBNOTA
EL SINUOSO CAMINO DE LA DEFENSA
Por Horacio Cecchi
El vigilador Juan Ortiz fue, con Pachelo, el objetivo franco de la defensa de Carrascosa. A Ortiz lo vapulearon tanto como al vecino díscolo. Cuando el caso todavía se dirimía en pañales, Ortiz apareció en una publicación con una declaración reveladora: “Sí, yo robaba para comer”. El hecho era contundente. Especialmente para una defensa que acusa al fiscal Molina Pico de no profundizar todas las líneas (léase, de investigar a Carrascosa en lugar de a Pachelo). ¿Consideró contundente esa declaración de Ortiz la defensa? Como en todo el caso, dijo hacer una cosa e hizo otra. Hizo como que le dio importancia y no se la dio. ¿Por qué? Antes que declarara Ortiz lo habían hecho otros vigiladores. Tanto la defensa como la querella, que hoy defenderá a Carrascosa, vapulearon a los testigos para sacarles aquella confesión francamente reveladora y que jamás hubiera podido levantar el fiscal. “¿Usted sabe que Ortiz declaró que robaba para comer?”, preguntaban a los vigiladores, y nada, como si nadie hubiera leído esa publicación.
Llegó el turno de Ortiz. Entre los periodistas imaginábamos a la defensa y la querella relamiéndose con la carne puesta al asador y lista para ser servida. Pobre Ortiz, se imaginaba uno, lo van a destrozar. Llegó Ortiz, se sentó en el banquillo, juró decir la verdad... Y nunca le preguntaron nada sobre si robaba o no, sobre si eran verdad esas declaraciones o no.
¡¡Nunca le preguntaron!! El testimonio de Ortiz fue uno de los más cortos del caso. Ayer, cuando el fiscal lo acusó de encubrimiento por declarar que vio a Carrascosa entrar en lugar de salir, a las 19 en lugar de a las 19.14, cuando no le daban los tiempos materiales para llegar a la hora que dijo haber estado en la puerta de la casa de Carrascosa, uno se empieza a imaginar a Ortiz como una pieza de un engranaje cuyo papel debía ser el de victimario.
Victimario ante los ojos de la sociedad, y sin acusación ante la Justicia.
Ayer, el fiscal demostró minuciosamente allí donde el poder familiar no pudo estrechar filas: en las llamadas y en las palabras de esas llamadas. En esas llamadas, en el minucioso conteo de segundos, en los planos gráficos, fue demostrando cronológicamente los hechos, las voces de Bártoli, la presencia de Ortiz, la ausencia de Michelini.
Lo que más le cuesta levantar a la defensa son sus propias palabras.
Y hay que tener en cuenta que no sólo se habla con voces. También hablan los cuerpos y sus posiciones. Hoy es el turno de la querella. La misma que se ofende con los periodistas que la equiparan con la defensa. “No somos lo mismo”, sostiene la querellante Zulema Rivera. La misma que el primer día cometió el furcio procesal de sentarse junto a los defensores. Se tuvo que mudar enfrente para cumplir con las formas.
EL FISCAL NO DIJO CUAL PUDO SER EL MOVIL
Por Raul Kollmann
El fiscal Diego Molina Pico no pudo ayer precisar nada de su acusación. Por qué Carlos Carrascosa habría matado a su mujer, cómo lo hizo, en qué circunstancias, con qué arma y, sobre todo, en base a qué pruebas.
- Durante casi cinco años, el fiscal habló de que toda la familia se complotó para matar a María Marta. Hasta la madre y el padre de la socióloga –algo que es casi único en el mundo– apoyan a Carrascosa: ningún padre y ninguna madre se ponen del lado del yerno si tienen la menor sospecha de que éste mató a su hija. El fiscal necesitaba entonces una razón muy poderosa para semejante complot: el dinero sucio del Cartel de Juárez. Ayer Molina Pico ni siquiera nombró esa hipótesis. No tenía prueba alguna.
- Se volcó entonces a una brumosa explicación. El día anterior al crimen, Carrascosa y MM discutieron. Y esa polémica siguió en los momentos previos al crimen. En el juicio no se probó para nada esa discusión y el único testimonio que existe corresponde a una persona, ya fallecida, de dudosísima credibilidad y que no declaró en el juicio. Es más, todos los testimonios coinciden en que Carrascosa y su mujer tenían una magnífica relación.
- Aun así, el fiscal no pudo explicar por qué una discusión entre marido y mujer derivó en un crimen en el que además participaron el cuñado y la hermanastra. Y, encima, los tres supuestos homicidas terminaron respaldados por todos los demás familiares.
- Molina Pico intentó en algún momento imputarle a Carrascosa haber utilizado el arma de un sobrino. Esa especulación naufragó por todos los costados. El sobrino demostró que hizo la denuncia del robo del revólver tres años antes del crimen. Por lo tanto, el fiscal tampoco tuvo ayer nada para decir respecto del arma del crimen.
- Todo lo que Molina Pico hizo ayer fue, en base a especulaciones disparatadas sobre los horarios, acusar a Carlos Carrascosa, Irene Hurtig y Guillermo Bártoli de estar en la casa a las 19.07. No dice quién disparó, qué papel jugó cada uno, por qué no huyeron de inmediato, por ejemplo hacia el hogar de los Bártoli. Y en lugar de eso llamaron a dos ambulancias, tres médicos (Zuelgaray, Zancolli y Cassagne) y a un estudiante de medicina (Diego Piazza). ¿Es ésa la actitud de alguien que quiere tapar un crimen, alguien que pretende que la menor cantidad de gente posible vea el cuerpo?
- El fiscal afirma que “no pudo ser nadie más que ellos”, por la elemental razón de que sólo ellos estaban en la casa. Falso. Está probado que ahí nomás se encontraban el vecino sospechoso y condenado por numerosos robos, Nicolás Pachelo, además de varios vigiladores, también confesos de robar en las casas.
- Una de las pruebas más nítidas de que ni Carrascosa ni Bártoli ni Hurtig estaban en la vivienda en el momento del asesinato es la declaración del vigilador José Ortiz. El dice que a las 19 horas estaba en la puerta de la vivienda de Carrascosa-María Marta, lo ve llegar a Carrascosa en su camioneta y le advierte que está la masajista. Como esa declaración no le encajaba a Molina Pico, ayer pidió la imputación de Ortiz por encubrimiento, justo cuando ese vigilador fue uno de los que mantuvo una actitud más hostil hacia los García Belsunce. ¿Por qué encubrió? ¿Qué razones tuvo para tapar el crimen? Es una acusación insostenible.
- Igual que la acusación contra el fiscal Juan Martín Romero Victorica. Dice que también encubrió y tapó el homicidio. ¿Por qué razón lo haría? ¿Tapó un crimen por plata? Si precisamente él llamó a la policía y al fiscal, a instancias de los García Belsunce, para que se hicieran presentes en el velatorio, porque algunos miembros de la familia tenían dudas sobre lo ocurrido.
En el ambiente judicial de San Isidro causó estupor el alegato del fiscal. Jueces y fiscales consultados por este diario coinciden en que el alegato es de dudosa validez, porque la acusación por un homicidio requiere que se diga cómo el asesino cometió el crimen, a qué hora, en qué parte de la casa, con qué método y por qué motivo. En el argot judicial se llama: tipificación. Por último, el fiscal terminó con una amenaza a los jueces. “La sociedad los está mirando. No permitan que se siga diciendo en la Argentina que el rigor penal sólo se aplica a los humildes.” En otras palabras, “si no me dan la razón a mí, ustedes están con los ricos”. A los jueces no les tiene que importar que la sociedad los mire. Les tienen que importar las pruebas.
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