EL PAíS • SUBNOTA › OPINION
› Por Alfredo Zaiat
Ayer hubiera sido un buen día para que expertos en materia energética con particular debilidad mediática aconsejaran cortes rotativos de la luz y, los más audaces, del gas en los hogares. El frío polar es un buen incentivo al ahorro de energía en los hogares, podría ser el argumento de esa tecnocracia energética, además de un justificativo para subir tarifas. También hubiera sido una buena jornada para que los industriales distribuyeran un comunicado quejándose de las restricciones a sus plantas frente a los privilegiados usuarios residenciales. Los discursos de “mano dura” sobre la población, que en la década pasada se expresaban en el “ajuste” de las cuentas públicas y hoy se manifiestan en “cortes rotativos”, se desmoronan en estos días como castillos de arena. En situaciones críticas, como la de estos días de nieve, queda en evidencia la relevancia del criterio político sobre el tecnocrático, elección que no fue precisamente la que predominó en las décadas pasadas, con los costos conocidos.
Ahora bien, descartar el despropósito de cortar la energía a los hogares no implica que no sea necesario implementar un amplio plan de uso racional de un recurso escaso. Existen medidas de emergencia, para ayudar en la actual coyuntura, y otras estructurales, para educar a una sociedad a ahorrar energía, motivada tanto por las dificultades en el abastecimiento como también por razones ambientales. Es una tarea que debe implementarse pero sabiendo que los resultados recién se podrán observar en el mediano plazo. Ejemplo de la escasa respuesta inmediata a una campaña de ahorro, en un contexto de fuerte crecimiento y recuperación de ingresos, la ofrece la exitosa “que Sueiro apague la luz” realizada por la empresa de distribución eléctrica Edenor. El plan oficial Puree ofreció como saldo del último ejercicio que el 67 por ciento de los usuarios de Edenor, Edesur y Edelap optaran por pagar más (multa) antes que ahorrar.
Se sabe que para ahorrar energía se requiere de una cultura solidaria y responsable. Se trata, además, de mejorar la eficiencia energética con un cambio en el hábito de consumo. Por caso, en verano, utilizar el aire acondicionado en una temperatura de 24/25 grados, y no en 17, o utilizar lámparas de “bajo consumo” en lugar de las habituales bombitas incandescentes, al menos en los lugares donde más tiempo se utilizan, como en living, dormitorios, cuarto de baño, cocina. De todos modos, ninguna de esas medidas implicará una solución inmediata a la máxima tensión en el sistema energético. Mientras, en estos días de frío polar la industria podrá sobrevivir sin tantos sobresaltos, como lo demuestran las cifras de producción, pese a las alarmas histéricas que han empezado a sonar.
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