EL PAíS • SUBNOTA › OPINION
› Por Daniel Goldman *
La entereza que deviene del sufrimiento sólo provoca congoja y admiración. El lugar del sufrimiento permite que las convicciones más profundas puedan surgir sin tapujos, sin velos, sin relativizaciones. Los vacíos escondidos detrás de la voz sufriente pueden arrullar lo que se presume. El llanto que corre como un río sólo puede ser contenido por el silencio del firme y conmovedor alegato. Esto es lo que me produce cada testimonio de un familiar muerto en el trágico atentado.
Pero cuando escucho la enajenante y omnipotente minimización de la palabra, a través de “El familiar habla desde el dolor”, es como si el testimonio que surge de la aflicción y del tormento careciera de valor. Es como si el sufrimiento limitara o invalidara la razón, en lugar de convalidarla.
“El familiar habla desde el dolor” coloca al deudo en un espacio en donde se entremezclan la lástima y la incapacidad. La sensación que domina al damnificado al escuchar la lapidaria frase es la misma que aquella que poseía el sobreviviente de la Shoá cuando era tratado como pobre inválido, fabulador y resentido, cuando se reincorporaba a la vida detrás del horror vivido en los hornos crematorios. Y es la misma que sufrió cada madre de Plaza de Mayo cuando minimizaban su desventura detrás de la siniestra categoría de “loca”.
Esta tétrica forma de utilizar la razón para combatir las sensaciones más genuinas que la propia razón no puede superar deja a la instancia y al testimonio de quien perdió al ser amado en la AMIA en el lugar más desgarrador, que únicamente puede asociarse al hondo sentido de orfandad de justicia.
* Rabino de la Comunidad Bet El.
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