EL PAíS • SUBNOTA › OPINION
› Por Mario Wainfeld
Cada visita del presidente venezolano Hugo Chávez desencadena consecuencias repetidas, no por eso menos apasionadas. Se habilitan proyectos energéticos, el líder bolivariano banca una partida de bonos argentinos, el presidente local y Cristina Fernández de Kirchner le deparan gestualidad preferencial, como una cena en Olivos tras una visita fugaz. Según la narrativa del Gobierno, todo es ganancia. Para la oposición, política o mediática, una oportunidad para despotricar contra el supuesto tirano caribeño, contra el interés de las operaciones financieras, contra lo faraónico (o utópico, o las dos cosas) de las inversiones en infraestructura. Es de rigurosa etiqueta la comparación con la política exterior de Brasil, juzgada como clímax de la excelencia y como imitable por cualquiera, así sea un país tanto más chico como la Argentina.
Este rol playing, que va llevando cuatro años, atraviesa circunstancias particulares. Los choques entre Lula y Chávez son más frontales tras las elecciones en sus respectivos países, que ambos ganaron con más del 60 por ciento de los votos frente a desbaratadas fuerzas de derecha y pese a fenomenales embates de los grandes medios. “En la cumbre de Cochabamba –recuerda un importante funcionario de la Cancillería argentina–, estando ambos revalidados, se sacaban chispas.”
Con recursos dispares, compiten por una suerte de liderazgo regional, que Brasil tiene “comprado” por razones evidentes de talla y como proyección inexorable de una política internacional que lleva medio siglo.
Chávez aspira a hacerse un lugar con ímpetu, con discurso, con banderas remozadas. Y sobre todo, con fenomenales recursos que aporta a desvencijadas economías de países cercanos (varios de Centroamérica, Cuba). Aunque se sepa menos, su designio de procurarse apoyos políticos a cambio de combustible barato o gratuito se proyecta al Primer Mundo: el “déspota” tropical provee combustible subsidiado al municipio de Londres, veinte por ciento de rebaja en el petróleo destinado al transporte público. El alcalde, el laborista radicalizado Ken “el Rojo” Livingstone, puede trasladar la rebaja al precio del pasaje del bus. El mensaje bolivariano, cosas veredes, viaja en bondi por Picadilly Circus.
Néstor Kirchner preside un tercer país, que convive con Brasil y Venezuela. Quizá la política internacional no sea su pasión, pero si lo fuera jamás soñaría con liderar la región, un sayo imposible para la Argentina. Sus objetivos en estos años, sensatos e igualmente difíciles de plasmar, fueron consolidar y ampliar el Mercosur y zafar al país del comando de los organismos internacionales de crédito. Una herramienta central fue un new deal, bastante fructífero en términos comparativos, con Brasil y Venezuela.
El ingreso de Venezuela al mercado común regional fue un propósito compartido con Lula, más allá de algunos visajes menores. Otra acción conjunta, bastante impresionante y olvidada en tantos análisis superficiales, fue empujar al mandatario venezolano con delicada firmeza (más asociable a los modales de Itamaraty que al estilo K) a conceder a sus opositores un referéndum revocatorio en el que los batió por goleada. Contener a un caudillo indócil y bravío no es moco de pavo, pero dedicarse a eso es mucho mejor que enfrentarlo o dejarlo a merced de la vindicta de Estados Unidos o de su derecha vernácula.
El acceso al Mercosur se traba, en buena medida, por trancas que coloca Venezuela. Exportador de petróleo a Estados Unidos, importa desde allí cantidades fastuosas de productos primarios. El esquema es simplote y ha de permitirles vivir bien a nutridos grupos corporativos venezolanos. Para la Argentina sería interesante que una parte de esa millonada de dólares adquiriera tales bienes acá y no en California. Brasil puede tener intereses simétricos. Chávez de momento veta esa posibilidad, aunque invocando un discurso nac & pop clásico, el de proteger a la incipiente industria nativa del aluvión de manufacturas de países mejor dotados en ese aspecto. Romper (o mejor, matizar) esa madeja de intereses no es cosa simple, pero tiene el encanto de los acertijos con buen premio: el ingreso cabal del tercer PBI de América del Sur al Mercosur.
Chávez tensa de la cuerda, eventualmente la afloja. Hasta ahora ha venido registrando que Kirchner y Lula son los más relevantes entre todos sus aliados, sin que esto implique desmedro a Fidel, a Evo Morales, a Ken el Rojo o al comandante Ortega. Su verba y las pasiones que desencadena son tropicales pero hay realpolitik en el bagaje de un líder que no come, precisamente, vidrio.
Entre tanto, a Kirchner no le cae nada mal la velocidad con que se pueden urdir pactos con Chávez. “Brasil es un imperio, todo requiere una arquitectura legal, si no hay una estructura sólida de tratados no se avanza –describe nuestro contertulio VIP de Cancillería–, con Chávez se pueden resolver temas concretos en horas.” Eso sí diferencia a Itamaraty del estilo K.
En ese trance, Chávez atravesó Argentina durante un ratito, para no incordiar la agenda del Presidente y de Cristina que incluía a México días atrás y a una alta representante del gobierno español mañana. Es un aporte, a su manera. Chávez ansía que el oficialismo argentino gane las próximas elecciones.
¿Y Lula, tan distinto a Chávez, tan centrado, tan consolidado como estadista? ¿Qué espera Lula, tan predilecto de la retórica del antikirchnerismo?
Mire usted, ese presidente tan diferente de una nación tan diferente anhela lo mismo.
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