Sáb 29.09.2007

EL PAíS • SUBNOTA  › OPINION

Un despliegue en retirada

› Por Ernesto Seman *

Con el despliegue de la ONU en retirada, Nueva York empezó a ser recuperada por sus habitantes naturales. El jueves al anochecer, con el sol de otoño sobre Manhattan y mientras la mayoría de los presidentes se subía a sus aviones a las corridas, Barack Obama llegaba al mismo comienzo de la Quinta Avenida en el Village, para hablar ante miles y miles de personas en uno de los actos más grandes de la campaña presidencial de Estados Unidos.

Estudiantes que bajaron de la biblioteca por unos minutos, treintañeras, viejos del barrio, negros, algún pobre, militantes con sus mats de yoga, latinos, entusiastas escuchaban a uno de los mejores oradores de la política norteamericana decir que “la política es una misión más que un negocio” y que “mas allá de las intenciones y las ilusiones de algunos, no hay buenas opciones en Irak”.

Es una lástima que tenga tan pocas posibilidades de ganar la candidatura demócrata. Además de su juventud y la falta de fondos respecto de Hillary Clinton, Obama decidió poner una capacidad de liderazgo potencial que recuerda a Roosevelt o los grandes líderes populistas latinoamericanos de la posguerra al servicio de un discurso mediocre y frío, incapaz de movilizar las esperanzas necesarias para ganarle a Hillary Clinton, cuya performance pública, en verdad, genera tanto entusiasmo como la de Cecilia Felgueras.

No hay antinorteamericanismo en esta descripción. La ONU, por ejemplo, reúne al grupo de gente que mejor hace aquello de “sacar lo mejor de cada uno” para representarlo de forma articulada y entusiasta. Y sin embargo este año los discursos en la Asamblea General fueron en su mayoría soporíferos, plagados de lugares comunes, lejos de cualquier interés por algo más que terminar cuanto antes, lejos de la exótica pieza oratoria de Hugo Chávez versión 2006. Monotonía es exactamente lo que se supone que no debería sentirse con tanto personaje alrededor. Si el lugar de Chávez en la región lo ocupó el boliviano Evo Morales, fue en su perfil mucho menos estridente, con más ganas de terminar la tarea que de comenzarla. Morales fue el centro de la atención y los comentarios del resto del mundo, desde Bill Clinton a Rodríguez Zapatero. Su incursión pública en Cooper Union atrajo a varios miles de personas (hablando de Cooper Union, fue allí donde Lincoln hizo el discurso antiesclavista con el que se lanzó a la candidatura presidencial en 1860. Y aunque no existen registros sonoros del mismo, el texto es uno de los más conmovedores de la historia política moderna).

En su variado discurso ante la Asamblea General, Morales llegó a proponer que las Naciones Unidas abandonen su sede en Nueva York para instalarse en algún lugar “donde no existan las visas”. Aunque Estados Unidos otorga las visas para Naciones Unidas como “espacio extraterritorial” (técnicamente, los mandatarios pueden moverse en un radio de 25 millas alrededor de Columbus Circle, en el Central Park), lo cierto es que la obtención de visados se hace cada vez más difícil, sobre todo para las delegaciones de algunos países árabes, africanos y latinoamericanos. Difícil de imaginar hace unos años, otras organizaciones internacionales mucho más modestas como LASA (Latin American Studies Association) ya decidieron abandonar Estados Unidos como la base de su encuentro anual, después de ver amputadas varias delegaciones, notoriamente la boliviana (como a los cientistas sociales tampoco les gusta pasarla mal, la última cumbre fue en Montreal y la próxima será en Río de Janeiro).

Aunque la iniciativa de cambiar la sede de la ONU tiene pocas chances de prosperar, es una metáfora no muy forzada del extrañamiento de Estados Unidos respecto de América latina. Y se acompaña con los tan esperados datos de la economía, que nos dan la sensación de que estamos más o menos en lo cierto. Según el Departamento de Comercio de Estados Unidos, las exportaciones de América latina a Estados Unidos cayeron un 0,17 por ciento en los primeros siete meses de 2007, algo que no ocurría desde hace décadas. El dato, de apariencia modesta, es espectacular por donde se lo mire: si uno saca a México de la ecuación, la caída del resto de la región es del 5,73 por ciento. Las exportaciones del Mercosur se redujeron un 2 por ciento, y las de los países andinos, un histórico 12 por ciento. Y la tendencia va a contramano tanto del crecimiento del comercio como del crecimiento de las exportaciones del resto del mundo a Estados Unidos, de un 5 por ciento.

Las estadísticas son como los sueños y hay mil formas de interpretarlas, pero ninguna es buena. Para el gobierno norteamericano es evidencia contundente de la pérdida de competitividad de la región frente a los productos asiáticos (algo que en parte se justifica con la revaluación de las monedas de algunos países latinoamericanos). Para los gobiernos de la región se explica en parte por las formidables barreras proteccionistas de la economía americana, que hacen más fácil –como siempre supimos– que un rico entre en el Reino de Dios a que un limón tucumano se haga su lugar en los supermercados de California. Y para otros, el dato no es alarmante para América latina, teniendo en cuenta que su sector externo no ha dejado de crecer y que la demanda de China y otros países asiáticos no parece detenerse, por lo cual esto sería sencillamente un cambio de dirección (lo cual no es del todo así, ya que para seguir vendiendo su producción a Estados Unidos a precios competitivos, China necesitará comprarle a América latina a precios cada vez más baratos).

Ese dislocamiento explica y produce, en parte, cierta autonomía que los liderazgos políticos de la región toman respecto de Estados Unidos. Es un proceso que no cambiará mucho si gana Obama, Clinton o cualquier candidato republicano. Y aunque difícilmente alcance para mudar la sede de la ONU de Nueva York a Formosa, podría al menos despertar el interés por resucitar espacios en los que Latinoamérica tiene mayor peso, como la Organización de Estados Americanos (OEA), un organismo del que los países de la región –Argentina incluida– apenas si recuerdan dónde queda.

* Escritor y periodista. Su próxima novela, Todo lo sólido, aparece en diciembre.

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