EL PAíS • SUBNOTA › DE SECTOR ESTRATEGICO A MONOPOLIO DESREGULADO
› Por Raúl Dellatorre
No pasó tanto desde los tiempos en que la familia Acevedo era presentada, en los foros empresarios, como “los reyes del acero”. Hoy, el ingeniero Arturo Acevedo, nieto del fundador del emporio, es director ejecutivo (CEO) de la empresa, pero en calidad de empleado jerárquico del grupo indio que lidera Lakshmi Mittal. El poderoso grupo Arcelor no se conforma con ser el segundo productor mundial de laminados de acero y responsable del 10 por ciento del acero en crudo que se produce en el mundo. Ahora va a la conquista del mercado latinoamericano de aceros no planos, entre los que el hierro redondo para construcción es el más atractivo. Con Acindar bajo su control, en la Argentina domina algo más del 50 por ciento de la oferta.
El restante 49 por ciento del negocio del hierro redondo no está mucho mejor repartido. Sipar, controlada por la brasileña Gerdau, tiene una participación del 26 por ciento, mientras que Acerbrag (la antigua Acerías Bragado) participa con otro 22 por ciento. Menos del uno por ciento corresponde a Aceros Zapla. Pero tal nivel de “competencia” no es seguro que se mantenga: Gerdau insiste desde hace diez meses en apropiarse de Acerbrag, operación trabada por desacuerdos internos en la familia Varas, dueña de aquella.
La marcha hacia la concentración en el negocio del acero es una tendencia mundial, como se recordó, casi a manera de justificación, en el congreso siderúrgico que tuvo lugar en Chile a fines del año pasado. Y lo que sucede en el mercado del acero, donde los 10 principales productores mundiales ostentan casi el 30 por ciento de la producción mundial, no es más grave de lo que se observa en la producción de mineral de hierro, principal insumo del sector, en la que tres compañías concentran más del 50 por ciento de la oferta. El pronóstico es que seguirán las fusiones siderúrgicas y, con ellas, la paulatina desaparición de la competencia.
La realidad circundante no puede ser un consuelo. Más cuando Argentina, como Estado, viene de un proceso en el que no perdió una batalla contra los monopolios, sino que hizo todo lo posible para alentarlos. A las ventas de Somisa y Altos Hornos Zapla en los ’90, las acompañó una desregulación del sector que facilitó a los monopolios no sólo el control de la oferta interna sino también de la importación, la distribución interna y, como no podía ser de otro modo, de los precios al mercado local. Hace poco más de medio siglo, en la Argentina se consideraba que tener industria pesada (siderurgia, petroquímica, energía atómica) era estratégico, un símbolo de desarrollo e independencia económica. Hoy, muchas naciones con vocación de potencia siguen pensando lo mismo, mientras acá se dejó de lado.
En la Argentina de estos tiempos, la concentración económica parece estar vista más como un fenómeno natural que un mal a combatir. Si Acindar tiene el 51 por ciento del hierro redondo y el alambrón mientras otras dos empresas se reparten el resto, pareciera importar tan poco como que Siderar produzca el 99 por ciento de la chapa laminada en frío y el 84 por ciento de la laminada en caliente. O que Aluar tenga el monopolio absoluto de la producción de aluminio, que dos petroleras (Repsol-YPF y Petrobras) tengan el control de insumos básicos de la industria petroquímica o que la producción de envases para todo tipo de alimentos –de plásticos, hojalata, aluminio, vidrio o cartón– estén, en cada caso, en manos de no más de dos fabricantes.
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