EL PAíS • SUBNOTA
› Por Pierre Ostiguy *
La elección del domingo, ¿fue una victoria más para el muy duradero peronismo, bajo el rótulo coyuntural de Frente para la Victoria (FpV)? ¿Fue una victoria de una pareja presidencial asociada a un alto nivel de crecimiento económico? ¿O es una etapa crucial de un sueño postergado de la intelectualidad, es decir, la llamada “normalización” de la política argentina a través de un eje izquierda-derecha? Sin duda, Cristina, como producto clase media de una militancia setentista y en su época izquierdista, anhela lo último. Mi postura, producto de numerosos estudios de campo en barrios humildes del Gran Buenos Aires, corazón demográfico del justicialismo, cuestiona este entusiasmo presidencial. Y lo cuestiona, lo que es más raro, desde un ángulo sociocultural “peruca”.
La primera pregunta pertinente es si, al fin y al cabo, y especialmente desde el 2005, el FpV no es, en la práctica, nada más que el nuevo nombre partidario del gran movimiento nacional y popular peronista. En vista de su electorado, del comportamiento de sus militantes y de su “aparato” institucional, creo que, con la excepción de la oposición peronista más de derecha, lo es.
Esta breve columna no es adecuada para examinar dónde queda, si lo hay, el punto “espacial” de ruptura en el eje izquierda-derecha entre el peronismo oficialista y el peronismo disidente. Pero, lo que es seguro para mí es que hay una gran brecha entre la figura de Cristina, a nivel de liderazgo “peronista” nacional, y las bases peronistas que fundamentalmente la votaron. Esta brecha es observable tanto a nivel de estilo político (y de estética), como a nivel de proyecto “ideológico” (el comentado nivel simbólico abarca ambos aspectos). Y esta brecha es mucho más grande, opino, que la que existía con Néstor Kirchner.
El proyecto de Cristina está claro. Como lo quisieron siempre muchos intelectuales –Torcuato Di Tella no se cansa de pronosticarlo cada tanto desde hace ahora media vida–, Cristina quiere liderar un gobierno que sea básicamente de izquierda moderna, identificada con el socialismo francés, o el socialismo español, o el modelo chileno de Michelle Bachelet. Eso es muy irónico, teniendo en cuenta el odio profesado tantas, pero tantas veces –y con pasión– de parte de votantes y militantes peronistas hacia el socialismo europeo, “que no tiene nada que ver con el peronismo”. Odio que se actualizó hace dos décadas cuando lo asociaban claramente con el alfonsinismo. Y, sin dudas, el peronismo es populismo retóricamente nacionalista.
Para mí, que vengo visitando y estudiando la Argentina desde hace ahora más de veinte años, la realidad política, cultural y social de la Argentina sigue estructurada en gran parte por la división entre peronismo –y más genéricamente lo que he llamado en otros escritos “lo bajo” (que supo incluir movimientos no estrictamente peronistas como el Modín en el pasado)– y el no (o anti) peronismo, también llamado “gorilismo” por parte de los peronistas, y que yo llamo “lo alto”, abarcando desde el socialismo culto hacia los liberales “bien educados”.
Después de haber estado en suelo argentino para la campaña actual, llegué a la conclusión de que Cristina, para sobrevivir políticamente a mediano plazo, tendría que adecuarse eventualmente y más de lleno a su propio electorado peronista. Es decir, que hay una distancia significativa entre su proyecto (sus “deseos políticos”) y la realidad, en parte creada por el General. Por otra parte, no es la primera vez (y quizá sea inevitable) que existe esta brecha entre “peronismo puro” y el presidente de turno con trayectoria peronista. Fue memorable la conmoción provocada por Menem en 1989-91, con su entonces inesperado giro neoliberal. Pero eso no le impidió a Menem adecuarse a su propio electorado peronista. Muy por el contrario. Los que tienen memoria recordarán que su discurso de marzo de 1991 para vender el neoliberalismo en el corazón del peronismo fue remarcable.
Cristina no parece empeñada, probablemente por la magnitud de su éxito electoral, en efectuar esa adecuación. Como lo vimos el domingo otra vez, está más bien profundizando el giro simbólico, político y de proyecto mencionado arriba.
Los Kirchner saben de política; queda claro que la gran “valla de seguridad”, al respecto, la estará construyendo el marido Néstor, iniciador de ese nuevo proyecto, con sus planes políticamente muy racionales de llegar a liderar al peronismo, es decir, al gran movimiento heterogéneo que sirve en la práctica de sustento político a la pareja presidencial.
La brecha a veces llega a niveles alucinantes o, por lo menos, surrealistas. El domingo, por ejemplo, mientras Cristina llamaba a la concertación plural, a tender la mano, a “superar viejas antinomias” (cita sólo comprensible como alusiva a peronismo/antiperonismo), sin mencionar ni una sola vez al peronismo, se escuchaba a sus militantes, a sus votantes, entonar cánticos típicamente peronistas (festivos y agresivos a la vez, como siempre), como “hay que saltar, hay que saltar, que los gorilas se quedan sin ballottage”. Me arriesgo a decir que dichos militantes, con su idioma crudo, tienen una perspectiva más acertada de las dicotomías reales de la Argentina que Cristina. Luego, la presidenta elegida habla sobre la necesidad de incluir a los jóvenes, en un modo discursivo que recuerda el leitmotiv francés socialista sobre la inclusión de los jóvenes (l’inclusion des jeunes). Feliz e irónicamente para el analista, su propio público peronista resignifica inmediatamente (como corresponde) el planteo, cantando “ya lo ve, ya lo ve, es la gloriosa JP”. Y luego le avisan: “Cristina, Cristina, Cristina corazón, aquí tenés los pibes para la liberación”. Pero lo más memorable ocurrió al final. Su público, su propia gente, empieza a cantar de corazón y a capella la marchita, símbolo de la identidad peronista. Se escucha: “Perón, Perón, qué grande sos; mi General, cuánto valés; Perón, Perón, gran conductor”. Rápidamente, esta euforia de las bases queda enteramente tapada por el jingle oficial y grabado de la campaña (donde Perón no existe) y, momento fuerte de la noche, aparece entonces en primer plano, vestida de rosado, inesperadamente, tomada de las manos entre Néstor y Cristina, Ségolène Royal, representante suprema del tan insultado socialismo francés.
Dudo mucho de que el verdadero peronismo pueda ser asimilable a una fuerza como la de Bachelet en Chile. El peronismo nunca fue eso. De insistir en un proyecto tan poco peronista, la única fuente de salvación de Cristina estará en la capacidad de su marido de liderar –ahí sí, un proyecto más realista– o domar el movimiento peronista. Y permítanme escribir que las chances de éxito de Néstor serán más grandes mientras lo pueda hacer con más “pelotas”, es decir, no en un ánimo democrático-liberal, sino con autoridad, carácter y prepotencia “peronista”, aptos para suscitar admiración y respeto dentro del peronismo profundo. Mientras tanto, y muy a pesar de mi propio nombre francés, recomendaría a Cristina no empezar las anheladas giras afuera con París, a pesar del buen gusto de dicha ciudad. Pues, al fin y al cabo, los bombos sonantes forman una “música maravillosa” que, como lo sabemos todos, es la del pueblo peronista, por lo menos de La Matanza a La Rioja. Dicho en términos setentistas, habrá que ver en los próximos cuatro años si la “patria socialista” y la “patria peronista” pueden desarrollar sentimientos de amor mutuo, que no supieron tener en la época añorada. En cierto modo, sería también triste que el cuidado (y el miedo) con las apariencias que sin duda está presente en muchas mujeres de clase media en la Argentina (y que, por cierto, no deja a nadie indiferente) termine empujando de a poco a la primera presidenta elegida en el universo sociocultural del “gorilismo” y sus gustos, dejando a los famosos muchachos de la marcha solamente los clásicos del fútbol para expresarse, hacer lío y sentirse reconocidos.
* Politólogo canadiense, profesor del Bard College (Nueva York).
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