EL PAíS • SUBNOTA
Ese es el cálculo realizado por especialistas del sector para el reemplazo de unas 20 millones de bombitas por otras de bajo consumo. Críticas de algunos científicos al cambio de la hora oficial.
› Por Cledis Candelaresi
Una lámpara incandescente puede costar en promedio el cuádruple que una de bajo consumo, pero demanda apenas el 20 por ciento de la electricidad que insume aquélla. El ahorro posible por esta vía salta a la vista con este dato, que ya tuvo muy en cuenta Brasil cuando tuvo que atacar su crisis a principios de la década. La ventaja es para usuarios privados y públicos, cuyo gasto en electricidad puede atenuarse. Pero también puede haber ventaja para las empresas que, en la medida en que disminuya la demanda global, están menos exigidas de invertir para atender los picos.
Aun después de los anuncios oficiales sobre la voluntad de promover un recambio masivo de lámparas, las distribuidoras hasta ayer no tenían demasiado en claro cómo se resolverá operativamente un tema que los involucra indefectiblemente: estas empresas aportarán la estructura logística para la sustitución de los focos, una inversión que sería costeada íntegramente por el Estado. Una variante analizada consiste en que los propios usuarios vayan hasta las oficinas comerciales de su distribuidora a reclamar el “bombillo”.
En Argentina hoy se venden 120 millones de lamparitas por año. El plan de ahorro implica el objetivo más modesto en términos relativos de reemplazar cinco millones de lámparas, en una primera etapa, y unas quince millones en la segunda. A 7 pesos cada una –según el precio más bajo promocionado por uno de los principales comercios del rubro–, el subsidio para estimular el ahorro por esta vía equivaldría a unos 140 millones de pesos.
Pero este esfuerzo fiscal estaría compensado por la ventaja política de ahuyentar definitivamente el fantasma de una crisis. Tal como imaginaba el ex subsecretario de Energía Eléctrica Bautista Marcheschi, el reemplazo de una sola lamparita por hogar en la Argentina permitiría economizar en un año la energía equivalente a la que produce una central térmica importante (entre 800 y 1000 megawatts). Justamente, un ahorro equivalente a la envergadura del desafío que enfrenta hoy el sistema para atender el crecimiento de la demanda.
Las diferencias entre una y otra bombita son notorias. Una lámpara de 11 vatios tiene un consumo mensual de 1,65 kilowtt/hora; la de 15 vatios, demanda 2,2 y la de 23 vatios, 2,5. Si se compara con una lamparita incandescente de similar poder lumínico, el requerimiento se cuadruplica, con el consiguiente impacto en las facturas.
El foquito tradicional de 40 vatios demanda 6 kilowatts/horas (y su poder de iluminación es similar al de el de 11 vatios); el de 60 requiere 9 y el de 100 consume 15 kilowatts hora por mes. Lo difícil es hacer un cálculo global del ahorro a obtener por esta vía en todo el sistema, en particular si el sistema de canje de las bombillas tradicionales por las otras queda librado a la voluntad de los usuarios.
Argentina no está apelando a un recurso novedoso. Este recambio se hizo forzoso en Cuba, se está instrumentando en Venezuela y ya resultó probado en Brasil, cuando a principios de la década se aplicó un plan drástico que le permitió lograr un ahorro del sistema del 20 por ciento. Pero para estimular el recambio de lamparitas aplicó fuertes multas a los usuarios que no disminuyeran su consumo, al tiempo que alentó con poderosos estímulos a las fábricas de bombitas de bajo consumo.
El problema local es diferente al que enfrentó el país vecino, ya que mientras Brasil sufría una crisis coyuntural provocada por la falta de agua en sus centrales hidroeléctricas, Argentina tiene un problema estructural que se agudiza cuando no llueve, pero subsiste aún en época de precipitaciones copiosas, ya que las dificultades para producir energía se originan tanto en la falta de usinas térmicas como de gas para alimentarlas.
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