EL PAíS • SUBNOTA › OPINION
› Por Luis Bruschtein
Roberto Lavagna tiene fama de poco flexible y de ser una persona de reacciones fuertes. Sin embargo, fue funcionario con los presidentes Héctor Cámpora, Raúl Alfonsín, Fernando de la Rúa, Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner. Todos ellos fueron diferentes, aunque tuvieron algunos elementos tenues en común, algunos más que otros. Seguramente, esos elementos primaron sobre otros en el ex ministro para poder desempeñarse en esas administraciones sin contradecir sus principios básicos.
Para un hombre con ese carácter difícil, le tocaron siempre lugares compartidos, donde le fue necesario hacer concesiones en aspectos secundarios para que prevalecieran los aspectos principales. En política, la mayoría de las veces es así porque es una actividad social y nunca dos o más personas piensan igual en todos los aspectos. Cada quien decide qué prioriza y dónde cede para sumar. El que no actúa así puede ser un gran pensador, pero no hace política. O sea, se trata de un hombre con un carácter fuerte y con una actitud política flexible, lo cual es una combinación difícil de sobrellevar.
El lugar donde eligió insertarse ahora en el tosco tejido de representaciones políticas del país es también un lugar difícil. No se visualiza como opositor furibundo ni tampoco oficialista. Su objetivo es participar en la reactivación del Partido Justicialista, planteando en su seno una línea crítica al kirchnerismo. Encima está obligado a hacerlo en un momento en que el PJ inicia un proceso de normalización. O sea, ese lugar crítico queda todavía más opacado porque integrará una lista única con el kirchnerismo y con otros referentes que no son oficialistas pero que, ya sea por conveniencia o convicción, están dispuestos a la convivencia.
Podría decirse que buscó un lugar demasiado sofisticado para un esquema político todavía demasiado tosco, demasiado gritón, refractario a los matices. La consecuencia es que le llueven palos de todos lados. Este fin de semana Elisa Carrió eligió a los diarios La Nación y Clarín para descargarle artillería pesada: lo calificó de “viejo impostor”. Hasta ahora, Lavagna había tratado de mantenerse más o menos impertérrito tras la andanada de críticas que había recibido de sus antiguos aliados radicales. Evidentemente, el dardo de Carrió hizo impacto y por primera vez salió a responder: “Va haraganeando de playa en playa” le disparó con enojo.
Pero Lavagna tampoco quiere aparecer solamente polemizando con la oposición. Javier González Fraga salió a cubrir ese flanco con críticas a la conducción de Néstor Kirchner y la preponderancia que, según él, mantiene el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, que pondrían en un segundo plano a la presidenta Cristina Kirchner y al ministro Martín Lousteau. Entonces le cayó una arremetida furiosa del otro lado, con el kirchnerista Carlos Kunkel a la vanguardia.
La apuesta de Lavagna está tan verde como la de Kirchner al reorganizar el PJ, la de Macri en su armado nacional, la de Carrió con su Concertación y los radicales con un partido desarticulado. Todas son apuestas a mediano plazo. El sistema de representación política tiene el desorden de una obra en construcción. En ese conjunto disarmónico sobresalen los trazos gruesos. En una casa terminada, la diferencia, en cambio, puede estar en los detalles. La perspectiva para Lavagna es que por un tiempo le sigan lloviendo palos. Tendrá una doble prueba, por un lado aguantar el chubasco de la oposición y hasta de los otros sectores del peronismo. Pero además tendrá que templar su carácter en la convivencia con Néstor Kirchner, una relación que en otras épocas le resultaba exasperante.
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