› Por Javier Lorca
“La pluralidad de tono en la narración, la mezcla de lo alto y lo bajo, de lo serio y lo ridículo”, aquellos aspectos que, en un libro famoso, Mijail Bajtín atribuyó a “la percepción carnavalesca del mundo”, son recuperados por Elvira Narvaja de Arnoux para pensar las palabras de Hugo Chávez. Como Bajtín leía en la obra de Rabelais la irrupción de la cultura popular en el mundo de las letras, Arnoux desnuda en los discursos del presidente venezolano esa misma intrusión pero en el entramado de las instituciones oficiales y el Estado. Y los explica e interpreta –con riqueza que el capricho lector debe agradecer– recurriendo al proyecto político que se desarrolla en Venezuela y, en un sentido más amplio, al particular contexto del capitalismo contemporáneo.
“La unidad de los pueblos de América latina y el Caribe, unidad para ser libres, unidad para ser grandes.” Son palabras emblemáticas de Chávez que Arnoux inscribe en la matriz de los discursos latinoamericanistas, definida desde las guerras por la independencia en el siglo XIX por una serie de elementos característicos: la referencia a la amenaza militar y económica, el contraste con la situación europea, el tono épico, un fuerte componente programático con rasgos utópicos, el reconocimiento de la unidad “natural” de la región –que apenas debe ser recuperada y reforzada políticamente–, la convicción democrática, entre otros puntos.
¿Por qué es posible ese discurso hoy, por qué resulta movilizador dentro y fuera de su país? El poder económico del capitalismo exige integraciones regionales y éstas, para darse estabilidad política, precisan un imaginario colectivo; entonces, “la idea –preexistente– de que formamos parte de una gran nación fragmentada que debemos reconstruir es una pieza ideológica importante. El discurso de Chávez se apoya en ella y convoca, al hacerlo, los grandes relatos de la modernidad, relatos que acentúan la dimensión épica de la acción política y que asignan al sujeto una misión trascendente”, observa la autora. Y, como al pasar, alumbra la paradoja de que las fuerzas capitalistas desencadenan una lucha política que tiende a enfrentarlas: la representación latinoamericanista “convoca los fantasmas de las revoluciones democráticas y su cuestionamiento a las injusticias del sistema social vigente”.
La matriz discursiva es configurada, en la palabra de Chávez, por temas y motivos asociados a determinadas coordenadas de tiempo y espacio, que Arnoux describe mediante otra noción bajtiniana, el “cronotopo”. Así como la novela de caballerías o la novela realista se desplegaban sobre series de momentos y lugares asociados al castillo y el salón, el “cronotopo bolivariano” hablado por Chávez designa “el tiempo que se inicia con la independencia” y que “está orientado a la consecución de una tarea que es la (re)construcción de un espacio nacional latinoamericano”; en esa serie se manifiestan el recurso a la memoria heroica, al antiimperialismo militante, a un presagio sobre la inminencia de la emancipación (“la hora ha llegado”). Por supuesto, nunca hay sólo réplica: las innovaciones chavistas añaden cierta vena socialista.
Frente a las interpretaciones y los análisis que perciben en la palabra de Chávez “una militarización del discurso” que conspira contra el ejercicio del diálogo, Arnoux define a su estilo como “dialogismo generalizado expuesto”, es decir, como un discurso donde conviven discursos (lo contrario del discurso monocorde y cerrado, sea del signo ideológico que sea). Se refiere, por ejemplo, al tono conversacional de las elocuciones del venezolano, a sus múltiples citas de lecturas (literarias, bíblicas, científicas), al recuerdo de dichos de personas comunes, a sus interpelaciones a otros actores, a la descripción de escenas cotidianas, también a las expresiones polemistas, las arengas “de barricada”, las amenazas. “Esta exposición discursiva de voces diversas expresa cambios en la estructura de poder existente, acoge una fuerza centrífuga que se opone a la centralización uniformadora propia del Estado.” Una polifonía desacralizadora que expone transformaciones sociales y que, desde la diferencia, interpela a nuevos sujetos políticos. “El desafío –advierte Arnoux– reside en que ese modelo sea incorporado en las prácticas políticas y no solamente sostenido por el decir de una figura prestigiosa.” Un desafío que persiste, según denuncia la reciente apelación a la continuidad indefinida del líder, tácita admisión de una debilidad, de la ausencia de una palabra que aún no es pronunciada.
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