Lun 21.11.2011

ESCRITO & LEíDO

Atrapada sin salida

› Por Javier Lorca

Ningún gobernador bonaerense consiguió ser elegido por el voto popular como presidente de la Nación. Esa misteriosa constante de la política argentina podría hallar una inesperada explicación en Atrapada sin salida. Buenos Aires en la política nacional (1916-2007): María Matilde Ollier demuestra que el distrito más determinante para la política nacional es, a la vez, y por esa misma razón, el más presionado por las determinaciones del poder nacional. En consecuencia, sus gobernadores deben cargar ese sayo de ambigüedad, de fortaleza y debilidad entrelazadas.

Para llegar a descifrar la paradoja bonaerense (la provincia más poderosa es la más vulnerada), Ollier explora “la imbricación existente entre las políticas nacional y provincial, y de ambas con el nivel local del conurbano bonaerense”. Lo interesante del enfoque elegido por la autora, politóloga y profesora de historia, es que implica un cuestionamiento a las explicaciones institucionalistas de la política nacional, así como una evasión de la habitual división de los temas de investigación “en categorías político-territoriales, es decir, nacionales, subnacionales y locales”, como si se tratara de instancias autónomas e incontaminadas y no parte de una misma entidad. Ollier describe tres tipos de impacto entre las dos principales jurisdicciones: de la provincia sobre la nación (provincializador), de la nación sobre la provincia (nacionalizador) y de cooperación.

Después de las tensiones históricas entre Buenos Aires y la federación, a lo largo del siglo XIX y principios del XX “la amenaza del impacto provincializador en la política nacional, basada en su capacidad electoral, institucional y movilizadora, ha dado lugar al efectivo impacto nacionalizador, que implica la decisión del gobierno central de evitar su influencia y doblegar su autonomía”, según explica Ollier. En 1916 se inaugura, entonces, la etapa de subordinación de la provincia, un “coloso doblegado”. Hasta 1983 es sometida mediante la sustracción de su capacidad para seleccionar o sostener a sus gobernadores, designados o removidos mediante una intervención, o presionados hasta la renuncia por el poder central. Una vez recuperada la democracia tras la última dictadura, la confrontación se canaliza exclusivamente por la vía de la disputa política, en general por la imposición de los candidatos a gobernador por parte del poder nacional.

El libro recorre las tensiones y los mutuos impactos bajo los sucesivos gobiernos (Yrigoyen, Perón, Frondizi, Alfonsín, también las dictaduras) hasta llegar a las últimas décadas, signadas por el acuerdo y posterior ruptura primero entre Menem y Duhalde, luego entre Kirchner y Duhalde, y entre ambos procesos, la crisis generada por la imposibilidad de De la Rúa de controlar la política bonaerense, hegemonizada por el peronismo. Ollier analiza por separado las características de las gestiones radicales y peronistas en la provincia, y dedica un último capítulo a las estrategias de ejercicio del poder en los municipios del conurbano, curiosamente atravesados por una lógica de perpetuidad y destitución de los intendentes. La persistencia del predominio peronista en Buenos Aires se fundaría no sólo en el impacto recíproco de Nación y provincia, sino también en la particular forma que ha asumido la relación entre el líder nacional, el bonaerense y los municipales. Si bien, en un contexto de personalización de la política, los atributos del líder pueden incidir en el devenir de su suerte, siempre se realizan “dentro del juego desarrollado centralmente en el conglomerado justicialista”, donde la referencia identitaria termina siendo determinante. Los cuatro últimos recambios en la conducción del peronismo bonaerense (Iglesias, Cafiero, Duhalde, Kirchner) sugieren, para Ollier, que “la cohesión identitaria se debe a la presencia de una serie de jefes locales, en general intendentes, que negocian sus posiciones con el líder correspondiente (sea gobernador o presidente). No se trata simplemente de la subordinación del partido al gobierno”, sino de “la existencia de una configuración partidaria cuyo poder reside en el gobierno, hasta tal punto que este acaba constituyéndola”. En ese sentido, concluye la autora, “el gobierno (nacional, provincial o local) emerge como la única instancia de representación colectiva y, en consecuencia, sus ocupantes se convierten en los verdaderos representantes de la ciudadanía”. Así se explicaría que el PJ, cuando es gobierno, se divide en oficialismo y oposición –como ha mostrado Juan Carlos Torre– y “este desdoblamiento acaba constituyendo la garantía de permanencia en el ejecutivo”.

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