ESCRITO & LEíDO
Discusión a través del tiempo
› Por José Natanson
Siempre hubo en Argentina un interés por la historia, desde los records de venta de los libros de Félix Luna hasta el éxito de documentales de la primavera democrática como La república perdida. Sin embargo, es evidente que en los últimos tiempos, quizás como un efecto más de la crisis del 2001, ese interés se ha renovado y multiplicado al compás de dos debates superpuestos: uno antiguo, que separa la tradición revisionista de la liberal, y uno más nuevo y mediático, que enfrenta a los historiadores masivos con los académicos. Es en este particular contexto que se publica El revisionismo histórico argentino como visión decadentista de la historia nacional, donde se reúnen tres artículos de Tulio Halperin Donghi.
Considerado por muchos como el historiador nacional más destacado, Halperín Donghi aclara desde un comienzo su posición frente al revisionismo histórico, al que define como “esa corriente historiográfica cuyo vigor al parecer inagotable no ha de explicarse por la excelencia de sus contribuciones, en verdad modestísimas”. Para el profesor de la Universidad de California, el altísimo predicamento de esta tradición intelectual se encuentra no en la calidad de su producción teórica sino en su capacidad para fijar un punto, una positividad, a partir del cual –se argumenta– comenzó el proceso de decadencia nacional. El revisionismo toma sus esquemas básicos del nacionalismo de Maurras y de la derecha francesa y, situando su línea divisoria en la etapa pos-independencia, provee, sino una solución para la decadencia nacional, al menos una inspiración para solucionar los problemas actuales.
Con la edición de los tres artículos –El revisionismo histórico como visión decadentista de la historia nacional, Estudios sobre el pensamiento político de Rosas y Republicanismo clásico y discurso político rosista– en un solo volumen, Halperin Donghi se ubica claramente en el interminable debate sobre la historiografía revisionista. Lo curioso es que lo hace en un momento particular, en el que las revistas especializadas y algunos suplementos culturales reflejan una discusión cada vez más abierta entre los historiadores de pretensión masiva (muchos de ellos autorreivindicados como revisionistas) y aquellos de formación y espíritu académico.
Un par de ejemplos. El profesor Luis Alberto Romero no ha ahorrado críticas a los libros de Felipe Pigna, al que acusa de dividir la historia en buenos y malos, e incluso se burló de una comparación de Pigna, que definió a Mariano Moreno como el primer desaparecido de la Argentina. Inmune a las críticas, Pigna sigue multiplicando ediciones de Los mitos de la historia argentina, que ya se imprimió 14 veces. Halperin Donghi bendijo a Romero en un reportaje en Ñ y criticó a su rival. Se trata, en verdad, de dos campos bien diferentes: Pigna conduce un programa de televisión, escribe regularmente en los medios masivos y ha logrado que las editoriales se disputen sus libros; Romero es el titular de una de las principales cátedras de la carrera de historia y acaba de ganar la beca Guggenheim. Como se ve, cada campo tiene sus referentes, sus defensores y sus gratificaciones, y parece difícil que dialoguen entre sí.