› Por José Natanson
En 1910, la Municipalidad de Buenos Aires exigió a todas las panaderías de su territorio que instalaran una máquina amasadora de pan. La medida, que buscaba mejorar las condiciones de trabajo de los panaderos, generó una huelga masiva, pero también permitió crear una demanda antes inexistente: Torcuato Di Tella, un inmigrante italiano de 18 años, vio la oportunidad de un mercado nuevo y cautivo e inventó una máquina que permitía dejar reposar la masa unos minutos (algo que las máquinas importadas no contemplaban), lo cual mejoraba la calidad del pan. En poco tiempo, el joven Di Tella se convirtió en el principal abastecedor de las panaderías de Buenos Aires.
Así nació SIAM, que más tarde comenzó a fabricar surtidores de nafta y con el tiempo creció hasta convertirse en una gran empresa metalmecánica, muy diversificada, capaz, en sus mejores años, de competir de igual a igual con otros gigantes internacionales. La empresa llegó a fabricar heladeras, motos y hasta automóviles, y contaba con divisiones financieras y comerciales. Cercana al ideal de empresa shcumpeteriana, SIAM se expandió gracias a sucesivos “saltos mortales” y se transformó en un ejemplo de empresa nacional. Después, con los años y las crisis, ingresó en una larga decadencia que terminó con una quiebra estruendosa.
La historia de SIAM es el centro de Las grandes empresas no mueren de pie. Sin embargo, lo más notable del libro no es tanto el relato del auge (muy transitado por la producción especializada) y el ocaso de SIAM (un tema apenas investigado hasta el momento), sino la capacidad de integrar este caso particular en la evolución dramática de la economía argentina. Sus autores, Marcelo Rougier y Jorge Schvarzer, son especialistas en historia económica. Schvarzer, uno de los grandes referentes del tema en Argentina, es además autor del best-seller académico La industria que supimos conseguir, que retrata descarnadamente la decadencia de la industria argentina.
La tesis que subyace al libro es que la expansión notable de SIAM fue posible porque combinó una serie de circunstancias presentes durante la etapa de su mayor crecimiento pero que luego dejarían de existir: un empresario que combinaba la cabeza para los negocios con una alta capacidad de innovación técnica y una Argentina que, pese a la inestabilidad política, creía en la importancia de las empresas productivas como vectores del desarrollo económico. Del mismo modo, la decadencia de la creación de Di Tella es un reflejo de las elites empresariales parasitarias, el agotamiento del modelo estadocéntrico de crecimiento, el estrangulamiento del mercado interno y, sobre todo, de la construcción, por parte de SIAM, de una relación opaca con el Estado, que incluyó su estatización, su posterior intento de privatización y, finalmente, su liquidación definitiva.
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