› Por José Natanson
¿Por qué un político en campaña decide escribir un libro? No ha de ser para conseguir votos: un libro como el de Lavagna puede vender, en el mejor de los casos, algunos miles de ejemplares, poca cosa para un padrón de más de 20 millones de votantes. No será tampoco para conseguir sponsors, pues parece difícil que un empresario deseoso de colaborar con algún candidato repare en estas cosas. Ni para seducir aliados: ¿alguien se imagina a un intendente radical leyendo el libro de Lavagna para decidir si es encolumna detrás de él o se pasa a los K?
Será que un libro genera la ilusión de algo sólido, articulado y bien meditado. En el caso de La Argentina que merecemos, el texto que escribió el ex ministro como presentación de su candidatura es más bien un plan de gobierno que parte de un diagnóstico no muy sorprendente: todo comenzó a marchar bien desde que Eduardo Duhalde lo designó ministro de Economía en abril 2002 y todo empezó a empeorar desde que Kirchner le pidió la renuncia, en noviembre de 2005.
Así, Lavagna repasa la situación de crisis extrema que vivía el país cuando ingresó en el gobierno, describe el plan económico que diseñó en aquel momento y la negociación de la deuda que impulsó después, ya con Kirchner presidente. Las críticas actuales incluyen el manejo de la crisis energética, la falta de respuestas a la inflación y el ingreso de Venezuela al Mercosur. “Los argentinos nos merecemos algo más. Venimos de la experiencia traumática de la megacrisis del 2001, de la cual fuimos capaces de salir solos, sin ayuda de nadie. Una nación que fue capaz de esa hazaña merece construir una sociedad más próspera y justa”, asegura. Para lograrlo, dice Lavagna, es necesario consolidar la base económica, generar movilidad social ascendente y recuperar las instituciones debilitadas por la concentración de poder.
Este último aspecto es interesante. Al criticar los superpoderes y la firma sistemática de decretos de necesidad y urgencia, Lavagna no explica que durante su gestión como ministro –durante los gobiernos de Duhalde y de Kirchner– las cosas se manejaban del mismo modo. De hecho, los presupuestos que envió al Congreso se aprobaron con superpoderes incluidos, y no solo en los momentos más duros de la crisis, sino también después, cuando las cosas se habían acomodado. Tampoco dice nada acerca de una de sus contribuciones más innovadoras al arte de acumular poder de decisión en el Ejecutivo: la subestimación de las metas de crecimiento y recaudación fiscal como modo de evitar los controles del Parlamento sobre los recursos sobrantes, una creación suya que aún perdura.
Aunque tiene algunos momentos que valen la pena, sobre todo el capítulo dedicado a la crisis energética, el libro no deja de asumir un tono entre electoralista y predicador, lo cual es una lástima, pues seguramente Lavagna podía haber escrito un texto más profundo y sólido. Finalmente, un tema central al que el candidato directamente no se refiere: sus socios políticos. Falta una definición más clara sobre sus aliados, sobre la coalición que lo acompaña y que incluye a los restos del viejo tronco alfonsinista, incluyendo a dirigentes de la talla de Ricardo Alfonsín y Leopoldo Moreau, junto al duhaldismo residual que integra, entre otros, el ex agente de la SIDE Juan José Alvarez. Lavagna no se refiere a este aspecto de su candidatura, como si no hubiera poderes territoriales e institucionales, relaciones de fuerza, equilibrios. En otras palabras, como si todo se limitara a diseñar un plan, ponerlo en papel y, una vez en el gobierno, simplemente aplicarlo.
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