› Por Javier Lorca
Asumiendo riesgos, poniéndole el cuerpo a las previsibles –por dogmáticas– críticas de la militancia ortodoxa, Ezequiel Adamovsky ofrece en Más allá de la vieja izquierda una serie de “ensayos para un nuevo anticapitalismo”, escritos que indagan las crisis y las nuevas modalidades del pensamiento y la práctica de la emancipación. Historiador, ensayista y activista, Adamovsky abre el libro con una intensa crítica a los partidos tradicionales de izquierda, sigue con una revisión de ciertos movimientos alternativos y cierra con propuestas concretas.
El capricho lector elige aquí algunas de las muchas ideas anotadas en cada sección. Para empezar: “Una de las carencias más grandes de la tradición de izquierda quizá sea la de una dimensión ética de la acción política”, escribe Adamovsky. Al amparo de una verdad mayúscula y trascendente –confiada por la ciencia, la historia o un libro sacro–, la izquierda se ha hecho “impermeable al prójimo”, se ha vuelto “inmune al juicio de los demás” y se ha retirado del mundo de los iguales, asumiendo la misma lógica instrumental del capital, relegando la igualdad –en el mejor de los casos– para cuando la revolución sea presente. “El principio y el fin de cualquier política anticapitalista –entiende el autor– debe ser una ética radical de la igualdad (...), firmemente anclada en este mundo” y basada en el compromiso “con el otro concreto, tal como éste existe a mi lado” –no tal como una teoría lo imagina o desea–. Y, se podría añadir, no sólo como un fin, sino también como un medio.
La debilitada identidad tradicional de izquierda ha sido contrastada en los últimos años por la aparición global de nuevos grupos y movimientos anticapitalistas que se oponen “al vanguardismo, al autoritarismo, al centralismo, a la mentalidad ‘guerrera’ y a la confianza exclusiva en la clase obrera como agente de cambio”. Adamovsky analiza y repasa aportes y limitaciones de los proyectos o esbozos de libertad expresados en Seattle en 1999 y en el movimiento asambleario argentino en 2001-2002, cuyo mayor logro sería haber generado “una enorme productividad emancipatoria justamente porque contribuyó a interrumpir las narrativas del poder (tanto las del Estado como las de la izquierda tradicional)”.
Cuando aquellos movimientos parecían señalar un nuevo escenario global y posnacional, en la realidad argentina posterior a la crisis se fortalecieron las apelaciones a la nación y sus símbolos. Frente al viejo internacionalismo de izquierda, Adamovsky observa la aparición de discursos que valoran lo nacional como un regreso al modo concreto del vivir de una comunidad, como único camino posible hacia la libertad. Para el autor, esa perspectiva no sólo omite que toda nación se funda en la exclusión –la tierra y la lengua son herederas de la guerra–, sino que hoy también ciega “los deseos de vida más allá del Estado y de los políticos” atisbados en 2001. Dentro de esa misma perspectiva considera al kirchnerismo, al que interpreta como “un pastiche de temas populistas y progresistas” (la liberación nacional de los ’60, los derechos humanos de los ‘80, la resistencia al neoliberalismo de los ’90) con el mero propósito de “colonizar y obliterar los elementos de discurso emancipatorio que emergieron tras la debacle del régimen social”.
Ante el declive o amesetamiento que están sufriendo los movimientos anticapitalistas, Adamovsky propone, como cierre del libro, un curso posible para configurar una política autónoma. Lo hace, por ejemplo, pensando “¿qué verdad hay en el apoyo popular a la derecha?”, sugiriendo la necesidad de una interfase que les permita a los movimientos sociales ligarse con el plano de la política y la gestión de una sociedad, asumiendo que la horizontalidad también requiere instituciones.
El aspecto quizá más atractivo de los escritos de Más allá... recorre a sus ideas por encima, las antecede, viene de su origen situado en la infrecuente sombra compartida por la praxis y el debate intelectual. En su pasaje al libro tras aparecer –la mayoría– en una revista como El Rodaballo, estos ensayos conservan el aliento de una riqueza solapada en la cultura local, la riqueza de la crítica que germina en la discusión con lo real y, sobre todo, con otras lecturas de lo real, la crítica que vive en numerosas publicaciones culturales que se leen entre sí –en este caso, flagrantemente, con El Ojo Mocho–, defendiendo su autonomía ante los rigores del mercado. Además, estos ensayos son hijos de ese escaso linaje que es el de la reflexión militante o, para decirlo mejor, la militancia reflexiva. Adamovsky escribe menos desde la academia que desde el lugar de quien ha intervenido –junto con otros– en el movimiento estudiantil, en la asamblea popular del Cid Campeador, en redes de resistencia global, recuperando la experiencia de pensar, e intentar hacer, otro mundo.
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