Mié 11.09.2002

ESPECIALES

Los reales ganadores de la muerte

› Por Osvaldo Bayer

El 14 de agosto de 1927, la Justicia de Estados Unidos hacía cumplir la condena de pena de muerte por la silla eléctrica de dos inocentes: Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti. La ira de los pueblos fue incontenible. En la Argentina, una bomba bien colocada hizo volar por el aire a más de quinientos metros la estatua de Washington, en los bosques de Palermo. Medio siglo después, las autoridades norteamericanas pedían disculpas por la irreparable injusticia hecha para con esos dos luchadores del pueblo, I am sorry.
Claro, el atentado contra la estatua de Washington fue explicado por la izquierda: era la consecuencia directa, cuando se ejerce violencia de arriba siempre se producirá la respuesta de abajo.
¿Qué pasó aquí, en la Argentina, cuando llegó la noticia del atentado terrorista contra las Torres Gemelas? Después de la desorientación general y de ponerse el gobierno de De la Rúa a total disposición de las autoridades norteamericanas, de ofrecerle hasta soldados, comenzaron los ritos obligados de misas y funciones religiosas por las víctimas, los actos de desagravio por la mayoría de las asociaciones civiles, clases especiales en las escuelas, discursos amenazantes unos y otros patéticos. Y por supuesto la consiguiente discusión entre los intelectuales. Fue la presidenta de Madres, Hebe de Bonafini, la primera en expresar su júbilo por la derrota de los todopoderosos dueños de Estados Unidos, y fue David Viñas el que más se definió defendiendo el acto aparentemente venido de los cielos talibanes.
En general, la mayoría de los intelectuales argentinos repudiaron el acto terrorista e hicieron llegar sus condolencias al pueblo norteamericano.
Me tocó a mí en ese entonces advertir a la izquierda que el gobierno talibán se trataba de una fuerza de extrema derecha donde los ciudadanos de Afganistán, principalmente las mujeres, no gozaban de ningún derecho a la libertad y la dignidad. Escribí que es como si hubiésemos saludado la voladura de la torre de Londres o de la Cámara de los Comunes por un cohete de Hitler, en aquellos tiempos en los que todavía Gran Bretaña era el país imperial por excelencia. Pero que eso sí, no nos debíamos conformar con las condolencias por las víctimas sino invitar al pueblo norteamericano a ser más protagonista, es decir, a actuar para terminar con la política agresiva del Estado norteamericano como lo había demostrado en la guerra del Golfo y sus consecuencias, segura causa del atentado terrorista talibán. Era hora ya, y justo en este caso en que los norteamericanos pasaban a ser víctimas propias de su política imperialista, de parar y comenzar una época de paz que llevara una vida digna a todos los pueblos de la Tierra. Desgraciadamente, pasó todo lo contrario y después de los atentados el apoyo a Bush subió hasta el 90 por ciento entre los estadounidenses. Ese deber del pueblo norteamericano de hacerse protagonista de una política de paz vale hoy más que nunca en las puertas de la nueva guerra contra Irak. Ya no lo apoya el noventa por ciento, pero obedientes mandarán a morir a sus hijos a Irak junto con sus bombardeos devastadores y criminales.
Lo que el gobierno argentino hizo hace justo un año fue, como siempre, anodino y con ansias de ser el mejor servidor. Con voz muy emocionada, De la Rúa prometió soldados argentinos, en lo que fue respaldado por Alfonsín y especialmente por los justicialistas. Dio un poco de vergüenza a todos aquellos que recordaban la política anticubana del gobierno argentino.
Ha pasado un año y el bloque del primer mundo muestra profundas grietas en cuanto al lanzamiento de una nueva guerra. Después de la experiencia de Afganistán, Alemania –por ejemplo– ha hecho la experiencia de cómo las tropas americanas se manejan por su cuenta, bombardean de improviso los lugares elegidos por ellos y consideran a las otras tropas aliadas como una especie de aliados por obediencia debida.
La verdadera síntesis del drama de las torres gemelas está en una noticia difundida por todas las agencias del orbe a las dos semanas del ataque a las Torres Gemelas: “Empresas militares ganaron hasta el 36 por ciento. Fue por la suba de las acciones en Wall Street. Son las compañías que fabrican aviones, misiles y accesorios para la guerra. También se beneficiaron las firmas de biotecnología, ante un eventual ataque con armas químicas”.
Por allí habría que comenzar la investigación.

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