Mié 11.09.2002

ESPECIALES

Vigilias y recuerdos

Por Beatriz Sarlo*

Millones de dólares en souvenirs del 11 de setiembre se han vendido y continuarán vendiéndose en los días del primer aniversario. Está dentro de la lógica del capitalismo que la vida y la muerte sean celebradas en el mercado. Sería ingenuo pensar que esa lógica podría autosuspenderse sólo porque lo que sucedió en 2001 fue terrible, sangriento e inesperado. A fin de cuentas, el atentado provocó una recesión, probando la sensibilidad de Wall Street ante acontecimientos de esta magnitud.
Precisamente, porque fue un hecho que excedió toda previsión y se colocó fuera de serie, precisamente porque tocó territorio de una nación que, desde Pearl Harbour, ignoraba lo que significa una herida en el centro de su poder, de su cultura y de su legítimo orgullo, el 11 de setiembre impulsa la industria de la recordación. Un asesinato de masas no puede ser olvidado. Y cada país recuerda del modo en que su cultura lo ha adiestrado para hacerlo.
Así, el escenario del mayor torneo de tenis que se disputa en Nueva York fue cubierto el domingo a la tarde por una gigantesca bandera, mientras Garfunkel y su pequeño hijo cantaron “America the beautiful” ante las decenas de miles que llenaban el estadio. La televisión lo registró con esa emotividad que intuye en los grandes momentos, alternando los rostros de dos iconos, como Pete Sampras y Andre Agassi, con la formación de soldados y el cielo azul donde revoloteaban las palomas que los organizadores lanzaron acompañando los últimos acordes.
Esas palomas, por supuesto, están fuera de lugar en los jardines de la Casa Blanca, donde Bush se acerca día a día a una guerra contra Irak. La lógica de la guerra, podría concluirse fácilmente, es también una de las lógicas del capitalismo, aunque las naciones europeas, excepto Gran Bretaña, no parezcan hoy inclinadas a mover sus ejércitos en obediencia.
Pero los Estados Unidos sí están dispuestos a hacerlo. El gobierno de Bush, envuelto en escándalos financieros que también son la enfermedad endémica para la que el capitalismo no encuentra remedio, quiere salir nuevamente al mundo sostenido por la creencia de que sus ejércitos, en lugar de producir muerte, sufrimiento y miseria, producen también los efectos benéficos de la democracia. Y sostenido, sobre todo, en el derecho de una alegada autodefensa que se planea ejercer sin límites.
Desde el 11 de setiembre de 2001, los Estados Unidos resolvieron que ese asesinato masivo habilitaba un intervencionismo militar para el cual su gobierno quiere el realineamiento del mundo según el orden binario de amigos y enemigos, orden que conduce inevitablemente a la guerra si, a diferencia de las décadas de guerra fría, cuando el enemigo era una nación tan poderosa como la Unión Soviética, del lado enemigo están naciones miserables como Afganistán o repúblicas autoritarias como Irak. Ahora se nos informa que Irak puede poseer o fabricar armas atómicas, agregando a la lógica binaria la amenaza que podrían sufrir los Estados Unidos o cualquiera de sus aliados (Israel, por ejemplo, también movido por el primitivo derecho de la venganza y el ojo por ojo).
Conmemoramos la sobrecogedora agresión del 11 de setiembre, en una nueva vigilia de armas. Las vigilias populares, con sus altares cívicos a las víctimas, sus flores y los mensajes escritos por el pueblo norteamericano, las reacciones emocionantes de los sobrevivientes que recuerdan con solemnidad y sentimiento, esas vigilias tienen un siniestro duplicado en los edificios que se salvaron del ataque homicida. El Pentágono vela también sus armas.
*Ensayista, directora de la revista Punto de Vista.

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