ESPECIALES
La caída del Estado nación
› Por José Pablo Feinmann
En algún lugar del libro de Huntington sobre el choque de civilizaciones se afirma que, durante la Guerra Fría, las guerras entre las superpotencias se dirimían en otros territorios, en espacios ajenos a los verdaderos contendientes. Esos espacios fueron básicamente los del Tercer Mundo. El atentado a las Torres lleva la guerra al corazón del Imperio y –herido en su orgullo, en la centralidad de su poderío militar y económico– el Imperio lleva la guerra a todo el planeta, la universaliza. Desde el 11 de setiembre, todo el planeta es territorio de conflicto para los EE.UU.
El concepto central que se elabora es el del “terrorismo”, que tiene una amplitud que surge de su ambigüedad. Terroristas no sólo son los terroristas sino los países que los cobijan o que pueden potencialmente prestar o ceder (aun sin saberlo) sus territorios a ese ubicuo enemigo. Así, EE.UU. asume para sí el derecho de intervenir donde sea necesario, dado que asistimos, por primera vez, a una guerra verdaderamente mundial: no hay neutrales. El lenguaje de Bush (que incorpora, no tan curiosamente, las desmesuras de El Corán) señala a sus enemigos como “el mal”. Habla, sobre todo, del “eje del mal” (Irak, Irán y Corea del Norte), pero ese eje puede reproducirse en cualquier territorio. De hecho, la triple frontera que forman Argentina, Paraguay y Brasil podría, en cualquier giro de la paranoia belicista de EE.UU., encarnar la versión sudamericana del “eje del mal”, o éste podría tener ahí una súbita encarnación, lo que justificaría una intervención de las tropas norteamericanas sin dilación alguna, ya que la hipótesis de guerra planetaria le entrega al Imperio la potestad de intervenir impunemente donde sea necesario. Se trata de una guerra entre Civilización y Barbarie, en la que se está con la Civilización o se es cómplice de la Barbarie; eso que Bush expresa muy gráficamente cuando dice “con nosotros o contra nosotros”.
Lo primero que surge de esto es un debilitamiento considerable en la soberanía de los Estados. Si el Estado nación venía agonizando por las embestidas de la globalización mercadista, el belicismo post 11 de setiembre le ha propinado su golpe de muerte. Ya no hay fronteras. El Imperio intervendrá militarmente donde sea necesario hacerlo, y para ello se basará en sus propios criterios, sin importarle el punto de vista de los Estados nacionales, quienes, si reclaman por la autonomía de su territorio, estarán poniéndose del lado del terrorismo al entorpecer las acciones de las fuerzas del “bien”.
De modo que una primera y grave consecuencia para nuestro país radica precisamente ahí: caídas las Torres han caído (o se han debilitado casi por completo) las soberanías de los Estados. La lucha del Imperio es una y esa lucha no reconoce fronteras. Se deriva de esto la presión en el campo económico. Si los agredidos el 11 fueron Wall Street y el Pentágono, nada es más coherente que se unan en la misma lucha. Wall Street reforzará el expansionismo guerrero imperial apoyando financieramente a aquellos países que se sometan a los arbitrios del generalato norteamericano. Si quieren dólares, no les cierren ni por asomo las fronteras a nuestras santas tropas en su santa guerra. Duhalde lo ha comprendido así, y ya que se trata de uno de los mandatarios más sedientos de los dólares del FMI será, coherentemente, quien menos resistencias ponga a la militarización imperial del país. Abrirá las puertas a los marines y les entregará todas las libertades, todas las impunidades que requieran.
Un gobierno que se oponga a esta colonización abiertamente militar deberá enfrentar –en el plano económico– al FMI, ya que será condición de sus préstamos la apertura al belicismo antiterrorista. No sería raro que un país que se niegue a la instalación de tropas santas en su propio territorio sea calificado de país proterrorista. Será una calificación aúnmás dura que la de riesgo país. En suma, de aquí en más el Imperio ofrecerá la ayuda de Wall Street al precio de que se acepte también la libre instalación de las tropas del Pentágono en el territorio nacional, que de nacional cada vez tendrá menos. Son los tiempos que se vienen, son los tiempos que ya están, es la política militar y financiera que (en su guerra planetaria antiterrorista) impone la administración Bush.