ESPECIALES › A 5 AñOS DE LA MUERTE DE NéSTOR KIRCHNER
La recuperacion del Estado, el empleo y la industria
› Por Ricardo Aronskind *
John William Cooke afirmó alguna vez que el peronismo –aquel peronismo de la resistencia– era el hecho maldito del país burgués. Unos cuantos años después, muerto Perón, restaurada una democracia condicionada por los poderes fácticos, y triunfante el neoliberalismo, Guido Di Tella sostuvo que el menemismo quería constituir “el hecho burgués del país maldito”. Aunque más no fuera, tener un capitalismo que funcionara era el nuevo horizonte. Lo cierto que ese peronismo menemista fue otro episodio de la larga etapa de calamidades nacionales iniciada en 1976. Junto con la Alianza condujeron decididamente al derrumbe de 2001. No se puede entender a Néstor Kirchner y su papel en la historia nacional fuera de ese contexto.
En las elecciones en las que finalmente se impuso por abandono de quien había conducido hábilmente al país al precipicio, las opciones neoliberales conservadoras convocaron al 42 por ciento (sic) del electorado. Era así: en 2003, las políticas de remate del Estado nacional, de endeudamiento, y de arrasamiento del tejido industrial y de desempleo masivo eran ampliamente populares.
Ese es el país que debió conducir Néstor Kirchner: un país objetivamente arruinado, pero que subjetivamente no había comprendido en profundidad de dónde provenían sus males y desgracias. El bombardeo de crisis sucesivas no había agudizado la comprensión colectiva, sino los peores rasgos de individualismo y desafección. A ese panorama sombrío hay que agregar que el nuevo presidente contaba con escaso capital político propio para tener márgenes de maniobra significativos. Los fue construyendo. Conquistó su propia autonomía personal del caudillo bonaerense que lo había impulsado a la candidatura presidencial, acumuló fuerza política propia, y fue desplegando a través de la acción de gobierno un programa que se basó en un conjunto de sanísimas intuiciones económicas que fueron extraordinariamente útiles en ese momento argentino. Dada la catástrofe, no había tiempo para sutilezas. Había que optar entre trazos económicos gruesísimos: políticas económicas pro vida o pro muerte. Kirchner sabía perfectamente en qué dirección había que apretar el acelerador y lo hizo con la decisión e imprudencia necesarias para que el cuerpo colapsado de la industria local reviviera y comenzara a desplegarse nuevamente. Antes que ocuparse de desarrollar las fuerzas productivas, tuvo que sacarlas del colapso completo. Y lo hizo.
Si Kirchner se hubiera limitado a superar la catástrofe económica, el establishment argentino le hubiera dado el título honorífico de “Gran Bombero”, y lo hubieran enviado a su casa cubierto de elogios. Había acumulado reservas, había reactivado, había estabilizado la situación social. Por lo tanto, Kirchner ya había sacado las castañas del fuego, y ahora les correspondía nuevamente a ellos asumir el control del Estado, para volver a hacer negocios con lo que quedaba de la Nación, como siempre.
Pero algo falló en los cálculos, y el hombre resultó ser más que uno de los bomberos que cada tanto se requieren para salvar del colapso al capitalismo periférico. Porque la acumulación de capital político, a diferencia de lo que sostienen algunos analistas políticos devenidos en psicoanalistas, no sirvió en el caso de Kirchner como mera satisfacción personal. La acumulación política empezó a sostener un proceso de autonomización de la política en relación con el elenco estable del país maldito –las “empresas a las que les interesa el país”, “el campo”, “la prensa”–, y de autonomización del Estado en relación con el staff permanente de prestamistas, acreedores y lobbistas que vivían de la mala administración endémica del Estado.
Néstor –y luego Cristina– se encontraron con la oposición de fracciones de una burguesía poderosa pero fracasada, que ha sido incapaz de construir una nación próspera. Se encontraron con las infinitas campañas de desestabilización que el poder económico es capaz de financiar para demoler a sus ocasionales rivales. El proceso kirchnerista, llamado a ser un remiendo del desvencijado capitalismo local, empezó a desplegar un conjunto de potencialidades que preocuparon y luego alarmaron a los mariscales económicos de la derrota permanente. Sacar al Fondo Monetario de las decisiones económicas luego de 23 años, juntar reservas para blindarse en serio contra golpes de mercado, consolidar las cuentas públicas y usarlas para el progreso común, y luego Cristina retomando el control público sobre el sistema de jubilaciones y pensiones, o enfrentando a los bucaneros internacionales, fueron jalones reales de construcción de soberanía nacional, imperdonables para las pinzas local y extranjera de la globalización. Sentarse en la silla eléctrica de la Presidencia argentina en 2003, y ganarles unas cuantas partidas a los variados protagonistas del país maldito, no puede dejar a ningún cuerpo humano intocado. Corresponde un enorme gracias a Néstor Kirchner, no por su muerte, sino por toda la vida que se empeñó en crear.
* Economista, investigador y docente de la Universidad Nacional de General Sarmiento.
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