Jue 24.03.2016

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La búsqueda de los desaparecidos vivos

› Por Abuelas de Plaza de Mayo

Hacía seis meses que las Madres de Plaza de Mayo habíamos convertido la orden policial de “circular” en “la ronda de los jueves”. Pero aquel jueves de 1977 una madre se apartó de la ronda y preguntó: “¿Quién está buscando a su nieto o tiene a su hija o nuera embarazada?”. Un grupo de madres comprendimos que debíamos organizarnos para buscar a los hijos de nuestros hijos apropiados por la dictadura y fundamos Abuelas de Plaza de Mayo. Enviamos escritos a la Corte Suprema de Justicia, a las Naciones Unidas y al Vaticano. Recorrimos orfanatos. Nos entrevistamos con funcionarios, obispos y políticos. Pero la respuesta, en todos los casos, fue el silencio. Recién en abril de 1978 un medio, el diario Buenos Aires Herald, se atrevió a publicar una carta de lectores que daba cuenta de la existencia de niños desaparecidos en el país.

En 1979 viajamos a Brasil para encontrarnos con el Comité de Defensa de los Derechos Humanos en el Cono Sur (Clamor), dependiente del Arzobispado de San Pablo. Allí recogimos testimonios de sobrevivientes que confirmaban los nacimientos de nuestros nietos en cautiverio. En agosto, llegaron los primeros frutos y con la ayuda de Clamor, localizamos en Chile a los hermanos Anatole y Victoria Julien Grisonas, secuestrados el 26 de septiembre de 1976 junto con sus padres aún hoy desaparecidos en el partido de San Martín, provincia de Buenos Aires.

Mientras la dictadura agitaba su campaña “los argentinos somos derechos y humanos”, las Abuelas aportamos archivos a la nómina de 5.566 casos de desaparición que los organismos presentamos a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la OEA. Y en octubre nos lanzamos al mundo a difundir la búsqueda. Para la navidad de 1979, cada una de nosotras recibió miles de tarjetas con fotos de niños y cartas de escuelas y universidades. Eso nos dio una gran fortaleza, porque dentro del país nos marginaban. Los datos que recogíamos en los viajes demostraron la existencia de un plan sistemático de apropiación de bebés, que incluía maternidades clandestinas, personal médico y listas de espera de personas dispuestas a quedarse con los hijos de nuestros hijos. Frente al horror, respondimos con verdad y justicia. Así fue como el 19 de marzo de 1980 logramos nuestra primera restitución, encontramos a Tatiana Ruarte Britos y Laura Malena Jotar Britos, secuestradas junto a su madre y el padre de Laura en octubre del 77 en la localidad bonaerense de Villa Ballester. La publicación del informe de la CIDH, que denunciaba las violaciones a los derechos humanos en la Argentina, coincidió con el llamado de la dictadura a un “diálogo político” con el fin de lograr el aval civil a lo actuado por las fuerzas armadas. Pero la repercusión del tema en el exterior era cada vez más grande.

Entre 1980 y 1983 localizamos a cinco niños desaparecidos y nos fuimos convenciendo de que la restitución era un acto de reparación para nuestros nietos. A la vez iniciamos averiguaciones para saber si existía algún elemento de la sangre que les permitiera probar la pertenencia familiar de un individuo. Con este objetivo recurrimos en 1982 a científicos de la Sociedad Americana para el Avance de la Ciencia, en Estados Unidos. “Lo que piden es posible, pero nunca se hizo. Vamos a investigar”, nos dijeron los científicos. Pasamos seguidamente a Nueva York y en el Blood Center quedaron en estudiar el tema. En 1983 un Congreso Internacional en Nueva York nos dijo: “Sí, se puede”.

Un año más tarde, con la “primavera democrática” en la Argentina, llegaban buenas noticias desde Washington. Los científicos habían logrado demostrar la inclusión de un niño en una familia. Así logramos la técnica para identificar a nuestros nietos, y la ciencia un futuro promisorio, en particular la genética, cuyos estudios sobre ADN han perfeccionado los métodos de identificación de personas hasta hacerlos completamente fiables.

Los años siguientes nos trajeron alegrías y tristezas: entre las alegrías, el juicio a las juntas militares y la CONADEP, la creación del Banco Nacional de Datos Genéticos, la Convención de los Derechos del Niño, la formación de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CoNaDi), y más nietos encontrados; y entre las tristezas, las leyes de obediencia debida y punto final, y los indultos. A mediados de los 90, en razón de que nuestros nietos ya no eran niños sino jóvenes, las Abuelas cambiamos nuestras estrategias. Comenzamos a realizar campañas de difusión para convocar a los chicos con dudas sobre su identidad y hacerlos partícipes de su propia búsqueda.

Muchas personalidades respondieron a la convocatoria. Actores, directores y dramaturgos creamos Teatro por la Identidad; músicos de todos los géneros participaron de Música por la Identidad; arquitectos, fotógrafos, diseñadores, artistas plásticos y cineastas se nos acercaron a colaborar. La difusión permitió a más jóvenes encontrar su identidad y fue creando conciencia en la población sobre el derecho a la identidad.

En 2003 accedió a la presidencia de la Nación Néstor Kirchner. Poco conocíamos de él, sin embargo, lentamente fuimos descubriendo su compromiso y voluntad por construir un país más justo y soberano. Gratísima fue la sorpresa cuando fuimos recibidas en su despacho de la Casa Rosada y nos encontrarnos con un hombre de extrema sencillez, abierto a escuchar y a resolver nuestros requerimientos de larga data. Prometió y cumplió. Fue él quien pidió perdón en nombre del Estado por las atrocidades cometidas durante la última dictadura y así abrió las puertas a la verdad histórica: se anularon las leyes de obediencia debida y punto final; comenzaron los juicios a los genocidas y sus cómplices, y cada lugar de encierro, de tortura y de muerte se convirtió en un espacio de memoria. Estas políticas de estado continuaron durante los dos mandatos de Cristina Fernández de Kirchner: se creó la Unidad Especializada para Casos de Apropiación de Niños durante el Terrorismo de Estado; se jerarquizó el Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG) y se fortaleció la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad.

Cuarenta años después del golpe y con una mirada retrospectiva desfilan por nuestra memoria tantos y variados recuerdos que nos reafirman la convicción de que el camino que nos impuso la dictadura militar no tiene fin. Podemos hablar del comienzo de sus aciagos días en que esperábamos el regreso del hijo, hija, la esposa o el compañero que nunca volvió. La ingenuidad que en la mayoría de los casos teníamos las Madres-Abuelas pensando que los dictadores nos darían respuesta a nuestras preguntas: ¿Dónde están? ¿Dónde nacieron nuestros nietitos? Conservar la habitación intacta, su ropa limpia, el plato en la mesa. Preparar el ajuar para el bebé que debíamos criar esperando el regreso de sus padres, fueron parte de esa ingenuidad.

El paso los meses y los años nos fueron convenciendo de que nuestra misión sería para siempre. Y dejamos todo lo rutinario y habitual para salir a reclamarlos dentro y fuera del país. Con miedo, desconocimiento y soledad al principio, luego con desafío, solidaridad y comprensión creciente con el correr del tiempo. Juntar las manos, elaborar estrategias, buscar caminos y aprender a movernos en ese nuevo mundo no deseado, fueron las pautas que marcaron nuestra decisión.

Hoy nos proclaman por el mundo como las vencedoras del más negro episodio político de nuestro país. Quizá el amor y el orgullo por nuestros hijos, la ternura por nuestros nietos puedan hacernos ver como heroínas de esta historia.

Pero nuestros pasos fueron los que debimos dar, porque seguiremos caminando, brindando por la vida que cada nieto encontrado representa, y por la ausencia de los hijos cuya entrega de vida nos hace renacer para esta lucha que no tiene fin. Porque eso nos han legado y esperamos seguir legando: donde haya un derecho humano vulnerado estaremos, por nuestros hijos, por nuestros nietos, y por nuestro pueblo. Cada día que pasa decimos: ¿Qué más? Para hacer el “Nunca Más”

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