ESPECIALES › ASOCIACION DE MADRES DE PLAZA DE MAYO
› Por Hebe de Bonafini
El día más triste de mi vida fue el día que comenzaron los secuestros en mi familia, que se llevaron a mi hijo mayor. La desaparición de un hijo es como si en el medio de la casa cayera una bomba, como si nada más tuviera importancia, como si no hubiera ni más sol ni más luna ni más nada, como si todo lo del alrededor no existiera. Tuvimos, realmente, sensaciones muy extrañas. Como si de golpe te quedaras ciega, como si de golpe no escucharas más. Inmediatamente buscás a Dios y Dios no está. Fue muy horrible, triste, angustiante y solitario a pesar de estar acompañada por mi marido y mis otros hijos. Parecía imposible de soportar. Ése fue el día más triste.
Después, el día más peligroso fue el día de secuestro en la Iglesia Santa Cruz, al otro día el de Azucena y sentir que todo se venía encima. Todos los pasos escuchados detrás se olían a secuestros; todas las llamadas telefónicas se olían a crímenes; las que estábamos más comprometidas con el movimiento, tuvimos que irnos de las casas, nos fuimos sin saber adónde Laura, Licha, Lidia y yo, todas Madres de la Plata que veníamos siempre a Buenos Aires. Nos fuimos de nuestras casas. Nos dimos cuenta que con irnos no ganábamos nada, que el peligro seguía, que teníamos que afrontarlo, que no podíamos dejar a nuestras compañeras solas, que a Azucena, Mary y Esther teníamos que buscarlas, reclamarlas, pedirlas, gritarlas y volvimos cada una nuestras casas, cada una con su miedo, con el miedo de su familia, con el miedo a desaparecer. No creíamos que nuestras compañeras iban a desaparecer, siempre pensábamos que las íbamos a recuperar. Cada llamada, cada golpe en la puerta, cada amenaza por teléfono olía a la muerte.
Pasaron muchas cosas, pasaron muchos años. Las Madres crecimos, socializamos la maternidad, rechazamos la reparación económica, la exhumación de cadáveres, los homenajes póstumos, peleamos para ser un colectivo, luchamos con mucha fuerza para socializar la maternidad. Y a partir de ahí fueron llegando las alegrías, con Néstor y Cristina llegaron muchas alegrías, y la más disfrutada fue el día que cumplimos 35 años de lucha y tuvimos el coraje de armar una murga con los compañeros uruguayos de “Agarrate Catalina”. Nos disfrazamos de murgueras, nos pusimos los sombreros y ellos nos pintaron las caras de murgueras. Fue un día muy feliz, muy alegre que nos llenó de satisfacción. Nadie lo podía creer porque fue sorpresa para todos.
Lo más emotivo nos pasó el 19 de febrero de 2010, cuando Cristina decidió festejar su cumpleaños con las Madres, en Olivos. Nos recibió vestida con una vestimenta sencilla como si fuera una de nuestras hijas: un pantalón negro, los zapatitos bien bajos, el cabello tomado de arriba, con esa sonrisa, ese afecto, ese amor tan propios de ella, y nos regaló su vida. Nos hizo ir con gente que filmara, que grabara y fotografiara y nos contó toda su vida: su infancia, sus partos, su pareja, su familia. Fue emotivo. Fue un regalo inesperado. En vez de que nosotros le regaláramos a ella, ella nos regaló a nosotros. Nos llenó de emoción cada cosa que nos contaba. No fue para hacerlo público, sino para que lo guardáramos en nuestro archivo. Nosotros tenemos un archivo importante, pero el más grande las Madres lo tenemos en el corazón y ese día Cristina se nos instaló para siempre en el corazón.
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