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› MARIA FUX, CIUDADANA ILUSTRE DE BUENOS AIRES TRAS MAS DE 60 AÑOS DEDICADOS A LA DANZA
“Hoy decir me duele es decir nos duele”
Para María Fux el cuerpo pasa a ser la geografía del país y la danza una manera de enfrentar la discriminación o las injusticias. Ha enseñado el misterio de la danza a chicos sordos y también a chicos con síndrome de Down y ha llevado sus enseñanzas al Borda, a cárceles y a asilos de ancianos. La Legislatura de la Ciudad acaba de declararla ciudadana ilustre.
› Por Luis Bruschtein
María Fux tiene más de 80 años y más de 60 dedicados a la danza. Todavía mantiene activo su estudio-escuela en la calle Callao por donde han pasado cientos de niños y adultos discapacitados que encontraron en la danza una vía de comunicación e integración. En Italia hay un instituto que lleva su nombre y adonde viaja todos los años para dar seminarios y talleres de danzaterapia. La Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires la distinguirá como ciudadana ilustre el miércoles 5 de junio. “Cada día me destruyen las imágenes de lo que está pasando –afirma–. Pero también siento la fuerza que tenemos de tanta gente que está trabajando con los mismos ideales, no me siento sola.”
–No es que yo busque el escenario, el escenario está en la vida, lo que me empuja no es la búsqueda del escenario, sino el deseo de ser útil, de sentir que la vida ha tenido un sentido para mí hasta ahora y que me ayuda a comenzar esta etapa con más energía, quizá con más madurez, también con más miedos, porque me siento responsable de lo que voy sembrando. No he tenido otros maestros que la vida. Nadie que me indicara usar tal música o tal movimiento, todo ha partido de mi vida creativa, de las cosas que suceden. Porque el escenario para mí significa mostrar de qué manera me golpean las cosas que vivo. Como en este momento me golpean la miseria, el hambre, el hambre de los chicos es algo que me destruye. Y pienso en la educación, que nosotros estamos haciendo a la gente que dentro de veinte o treinta años va a dirigir al país y si esa gente son los chicos que han salido en la portada de Página/12, con los cuerpitos famélicos, que se veían en la India o en Africa, algo que estaba aparentemente lejano, nos toca en la sangre, nos toca en el cuerpo, me duele... Y la discapacidad, la gente que está señalada por los otros, los miedos que tenemos de acercarnos a ellos.
–Usted ha trabajado sobre esos temas, sobre todo con las discapacidades y con la problemática social...
–Acá en la Argentina, muchísimo, he estado en el Borda, trabajando para la gente que hace teatro, he dado espectáculos, mostrado trabajos en todos los lugares que me llamen, para mostrar que se puede. Se puede si uno encuentra formas de comunicación a través de esa experiencia que me ha ido nutriendo toda la vida. Yo no enseño, soy un puente para comunicarme con la gente.
–Su idea de la danza siempre estuvo más relacionada con el crecimiento que con una técnica física o gimnástica...
–No soy una bailarina entre comillas, no soy una bailarina de hacer piruetas o de tener la pierna más arriba de mi nariz. Trato de saber a través del movimiento quién soy, para qué lo hago y qué pasa de mí hacia el otro. No puedo dar respuestas, pero sí siento que algo pasa, porque me convierto en una especie de transmisor donde el cuerpo colectivo de la gente se identifica con el mío y con las cosas que me suceden, porque soy parte del todo. No soy la persona individual que vive mirando su ombligo para perfeccionarse, todo lo contrario...
–Hay una entrevista en “Página/12”, donde contó que casi con esas mismas palabras se presentó ante Leónidas Barletta cuando fue al Teatro del Pueblo en 1942.
–Es cierto, esa continuidad me ayuda a crecer. Aunque no mido más que 1,52, me hace crecer por dentro, me hace sentir que la vida tiene un sentido, aun cuando nos caemos y nos lastimamos, como en este momento nos estamos lastimando como país, porque yo me siento el país. No siento que lo que me pasa no tiene que ver con el otro. Cada día me destruyen las imágenes de lo que está pasando. Pero también siento la fuerza que tenemos de tanta gente que está trabajando con los mismos ideales, no me siento sola. Aunque no vea quiénes son...
–¿Tiene esa vivencia también con los grupos que vienen a sus clases?
–Muchísimo, acá y en cualquier parte del mundo, porque el tipo de encuentro con el cuerpo a través del movimiento pertenece al ser humano,no es propiedad mía ni de nadie y tampoco es que yo haya encontrado una aguja en el pajar. Cuando construyo movimientos, los entrego. Hoy trabajamos en mi estudio con la idea del laberinto, que es un poco la sensación que tenemos, yo por lo menos, la gente como uno, todos estamos pensando en cuál es la salida...
–¿Cómo es la gente que viene a las clases?
–De todo tipo, vienen señoras de sesenta años que tienen problemas, todos tienen problemas. No puedo escucharlos, porque cuando abro la puerta para mí todos tienen posibilidades, si no, los problemas personales me envuelven de tal manera que me quitan la energía. No hay más que preguntarle a cualquiera, al portero, al profesor, o al obrero, y todos están pensando en cuál es la salida. La salida es lo que vivimos. Buscamos salida en ese laberinto misterioso. He puesto cañas en todo el piso, pasamos, entramos y salimos y abrimos el laberinto y quizás encontremos la salida. Tal vez es algo poético, pero es la verdad. La gente entra de una manera al encuentro con el cuerpo y se va de otra. Se va gratificada aunque sin entender en el plano intelectual qué les ha sucedido, porque no hago ningún tipo de interpretación ni me hago la psicóloga.
–Pero ese proceso también es muy parecido al del pensamiento y la toma de conciencia de uno mismo.
–Claro, porque es lo que vivimos. No hablamos de príncipes, ni de bosques encantados, hablo de la vida. Es la forma de conectarse con uno mismo a partir del cuerpo y el movimiento. Ahora estamos como todos, no voy a hablar de la angustia personal, sino de la que sentimos todos. Hoy decir me duele es decir nos duele. Tenemos que usar ese plural. Y vamos a salir. Yo tengo la esperanza de que vamos a salir. Hay una diferencia muy grande con relación a hace pocos meses, por lo menos desde diciembre. Tenemos que revivir la Argentina. El sábado y el domingo hice un seminario para 24 personas, cuatro de ellas vinieron de Chile. Trabajé el encuentro de todas las Marías, cuando teníamos cinco años y jugábamos en la plaza, cuando nos contactábamos con cualquier persona en la plaza, jugando, que no era un enemigo, no le teníamos miedo, ese miedo terrible que existe ahora. Y entonces surgió la necesidad de dibujar en la arena donde estábamos jugando el dibujo de la Argentina. Dibujé el territorio que me pertenece. Y me emocioné mucho, porque siento mi pertenencia. No me fui del país en la época más negra, cuando tenía en la puerta gente que me decía: “Judía de mierda, el próximo ataúd va a ser el tuyo”. Y tenía terror, fui a la policía a ver si me ponían vigilancia y nadie me atendió. En estos últimos años he tenido propuestas extraordinarias en Italia pero yo me afirmo acá, en el país. Y acá estoy creando en esta escuela, en este centro que me pertenece y que mantengo gracias a mi trabajo en Italia.
–¿Siente que tiene una devolución, una respuesta?
–Muchísimo. La respuesta es la gente joven que sale de mi estudio y va a diferentes lugares. Gente que aprendió acá y que está trabajando en escuelas de chicos Down, gente que está trabajando con chicos sordos, con chicos y adultos con cierta espasticidad, y en Italia hay gente que ha ido a las cárceles de mujeres. En Italia hay gente que está en tantos lugares, en asilos de ancianos, de la tercera y cuarta edad.
–¿La llaman antiguos discípulos o personas que han participado en sus clases?
–Sí, mucho. Y eso hace que sienta cada vez la responsabilidad mayor. Me siento parte de lo que cada uno de ellos está haciendo. Este año me llamaron de Ecuador para que fuera a iniciar las técnicas de danzaterapia. Pero yo estaba en Italia y entonces viajó una profesional que fue discípula mía. Hizo un trabajo sensacional. Yo quisiera que se difundiera por toda América.
–¿Usted comenzó a desarrollar este sistema con chicos sordos?
–Comencé a valorar la posibilidad de la danza a través del silencio, hace más de 45 años. Ya son mujeres grandes. Hicimos la experiencia juntas, yo aprendiendo de ellos y nos integramos, porque lo importante ennuestra sociedad es no discriminar. Yo trabajo en la integración. Muchos me llaman, mantienen el contacto, no todos, porque la vida es así. Hay una joven que ahora tiene casi veinte años, está conmigo desde hace más de doce años. Llama todos los días, pregunta cómo estoy, llueve o truene, sábado o domingo. Se llama Inés y es Down. Durante más de cuatro años fui a Brasilia a trabajar con gente. Uno de ellos es un joven italiano radicado en Goiás, bastante alejado de Brasilia. Junto con otro muchacho han abierto un lugar para recuperar a chicos de la calle. En ese espacio estoy. Trabaja con danzaterapia, en asilos de ancianos, con discapacitados, con gente muy, muy humilde. Pío, que es este muchacho, llama una vez a la semana los domingos. Nos conocimos hace siete años. Por eso siento esa responsabilidad, porque es algo muy parecido a sembrar, como si ellos salieran de mí. Yo siento que ellos son como una cosecha con la que se puede hacer el mejor pan.
–La danza genera un vínculo más fuerte que la conversación o la lectura...
–Es un vínculo muy afectivo, mucho mejor que el lenguaje verbal. La lectura es otra cosa, también se hace en silencio y también enriquece, pero de otra manera, uno está sentado cuando lee, menos yo que cuando leo puedo estar bailando. Pero las palabras danzan en el cuerpo. Siempre he dicho que las palabras son movimiento. Eso es lo que doy en la clase. La palabra se mueve, abre y cierra el cuerpo, es danza y movimiento. Es dibujo y es forma. Y el trabajo es integrativo. Por eso creo que esto que se llama danzaterapia, danza creativa, tiene que estar en las escuelas, hay que formar a las maestras de jardín, hay que mostrarlo en las escuelas secundarias, en la universidad. Mi trabajo apunta a eso, a formar gente que pueda llevar esta experiencia a esos ámbitos, porque el camino es la apertura hacia el movimiento, no a través de una gimnasia donde se ve el cuerpo de fuera, sino hacia el cuerpo de dentro, el cuerpo que es sabio. La gente viene en esta época más que nunca angustiada por la soledad, por los miedos. ¿Qué es la enfermedad? Es decir no puedo. Entonces vienen con los no puedo. A través de los estímulos, a través de la palabra, de la música, de una exploración de igual a igual, no estoy frente a ellos enseñando, estoy mostrando lo que para mí representa eso que es la vida, el movimiento y de qué manera lo puede tomar esa otra persona. No importa la forma. Podemos escuchar a Piazzolla y hacer que el cuerpo se mueva y hasta podemos hacer movimiento del dolor físico o de la forma de sacarnos ese dolor. No importa si ese movimiento está bien o mal hecho. No existe bien o mal, existe lo que es.
–¿No resulta difícil explicar con palabras el lenguaje del movimiento?
–Ahí está la cosa, por eso, además de los libros, trabajo con videos. Porque la danza es una cuestión directa, de piel. Hago un trabajo sobre la piel: la piel se estira, se afloja, la piel cambia, ¿qué pasa con el tiempo en la piel? No queremos ver los cambios. La palabra es más intelectual, el movimiento es como descarga, una entrega, como una transmisión de pensamiento sin intermediarios, es o no es. Y eso es una ubicación tan colectiva y tan fuerte, que la gente que está alrededor mío se impregna y sale con partes mías que desarrollan y donde se pueden mover sin miedos.
–Muchas de las personas que llegan se deben sentir muy bloqueadas al principio.
–El miedo bloquea, pero lo más impactante es que llega gente de treinta o cuarenta años que se siente vieja y eso es un gran dolor. He cumplido bien los 80, siento que tengo tantas cosas para hacer y tengo tanta esperanza. Estar vivo es estar en movimiento, caer, levantarse y seguir adelante y reconocer en las caídas de qué manera uno puede ayudarse para levantarse. Y otra cosa es aprender que no estamos solos, sentir que lo que te está pasando le pasa al otro, no es diferente. Al no sentirte aislado, hay una compañía.
–Es difícil crecer sin cerrarse, sin perder esa especie de inocencia o la capacidad de sorprenderse...
–Aparte ocurre que la misma generación, en mi caso, por ejemplo, la gente que tiene mi edad, por lo general está detenida desde hace largos años, sentada. Y yo estoy siempre en movimiento, entonces tengo pocas cosas para compartir y eso me duele. Es tremendo. Me preguntan cómo hago para tener la piel así, a mi edad, y yo digo: pensamientos, esperanzas, y el humor. Hay que abrirse y aceptar al otro que está frente a uno, mirarse a los ojos. La gente no mira, tiene miedo.
–¿Ese es el secreto de no envejecer?
–Cada día, cuando me despierto, me digo qué alegría, voy a comenzar a trabajar mi cuerpo, tengo clases para dar, tengo que terminar de escribir algo, tengo que buscar esa música, tengo que saber qué pasa y también qué hago para comer y a quién voy a invitar, porque quiero dar de comer siempre y no perder nunca los vínculos importantes que son la familia y la amistad.
–¿No se cansa nunca?
–Por momentos me siento agotada, pero hay algo que es maravilloso que es el sueño. Me repongo, pero no me dejo estar, porque tengo conciencia día a día del poco tiempo que me falta y entonces quiero estar alerta, seguir trabajando, por eso tengo que reencontrarme diariamente con mi cuerpo. Diariamente trabajo mi cuerpo antes de dar clase. Reconozco los límites que tengo por la edad, utilizo esos límites, busco siempre músicas que me hacen vislumbrar otras posibilidades. Indudablemente siento el paso del tiempo, pero no me impide crear. No son las mismas posibilidades que cuando tenía 20 años. Pero gracias a los que tienen 20 años he ido cumpliendo etapa por etapa este aprendizaje y siento que ahora quizás he comprendido algo frente al cuerpo.
–Cuando siente esos límites del tiempo, ¿es también porque algo quedó sin hacer?
–Posiblemente sí: haber encontrado el amor y no haberlo valorado suficientemente. Eso me da mucha pena. No haber aprendido a ser menos inflexible, menos cabeza dura, haber creído que una tiene toda la verdad. Pero por suerte supe lo que es amar y seguiré aprendiendo, de maneras diferentes. Por eso son buenas las etapas, porque uno aprende al ver desde otro lugar lo que ha vivido.
–¿Cuándo sintió que se producía ese cambio de etapa que le permitía ver esas faltas?
–Yo creo que fue la caída que tuve sobre la pierna, que se rompió la rótula hace tres años. Se aprende de las caídas. Es bueno verse sin máscaras. Paradójicamente la caída me acercó a mi cuerpo, me hizo conocerlo más. Hablé con la parte sana, con mi otra pierna, y ella me fue enseñando lo que podía hacer hasta llegar al dolor, y volver a repetir al otro día, un poquito más, hasta el dolor y así, con una música que amaba mucho, me fui reacondicionando esa pierna que estaba endurecida, con esa rótula quebrada, con un hierro y el terror de pensar de que no podía danzar. Mi mamá no tenía rótula, vivió casi toda su vida con las piernas rígidas. Yo fui las piernas de mi mamá. De ella aprendí las dificultades que tienen las personas que no mueven las piernas y sin embargo a través del canto, las palabras, de cómo ella planchaba los guardapolvos, de cómo amaba la vida, de la fe que tenía en la mirada, me ayudó. Mis abuelos vinieron de Odessa con once hijos, mi mamá era la más chica. En el camino, cuando estaban en Alemania tuvo una infección en la rodilla y cuando llegó acá le quitaron la rótula porque tenía una gran infección. Esa pierna rígida ha estado todo el tiempo en mi cabeza y en mi cuerpo. Cuando me caí, su imagen estaba ahí, pero aprendí que yo no era mi mamá, yo tenía la danza y tenía que seguir. Después de tres meses ya estaba en un avión para ir a trabajar a Italia. Recuperé el movimiento en las dos rodillas. En ese momento aprendí también a pedir ayuda, que es algo que siempre me costó y a reconocer la importancia que está cuando uno la necesita.
–Esa caída, en vez de llevarla a aislarse, la volcó más a su trabajo.
–Es que eso que me pasó a mí no es nada. Me desespera la gente que está enferma de sida y no tiene las drogas que necesita, me desespera la gente que no tiene qué comer. Y vuelvo al laberinto que hicimos esta mañana. Y nos preguntamos cuál es la salida. Y otra vez vuelvo a lo que aprendí de mi caída. Yo pienso que la salida es navegar juntos, no estar más aislados, juntos podemos construir. Pienso que tiene que haber una salida y que la tenemos que encontrar juntos.
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