Dom 02.06.2002

ESPECIALES  › HACE TRES DECADAS ESTALLO EL ESCANDALO MAS FAMOSO DE LA HISTORIA

Treinta años de Watergate

En junio de 1972 caían detenidos cinco hombres que instalaban micrófonos en oficinas del Partido Demócrata. Los arrestados dijeron que eran plomeros. Los periodistas Bernstein y Woodward no les creyeron y siguieron investigando. Su trabajo causó la primera renuncia de un presidente norteamericano.

Por Consuelo Saavedra

Si se trata de analizar el periodismo y su vínculo de amor-odio con el poder, Alex Jones es una de las voces más autorizadas en Estados Unidos. Ganador del Premio Pulitzer en 1987, por más de 10 años cubrió a los medios de comunicación para el diario The New York Times. Actualmente conduce el programa “Media Matters” para la televisión pública estadounidense y es profesor en la Universidad de Harvard, donde dirige el Centro Shorenstein dedicado a la investigación sobre prensa, política y gobierno.
–¿Le parece que Watergate ya es un cliché periodístico?
–Eso depende. No hay duda de que Watergate es muy importante, pero la gente piensa que es esa historia la que hizo renunciar a Nixon y no es tan así. Las raíces de lo que pasó están en una serie de reportajes que se publicó un año antes.
Jones se refiere a los llamados “Papeles del Pentágono”. A mediados de 1971, un analista del Departamento de Defensa filtró a The New York Times un informe confidencial que detallaba cómo los sucesivos gobiernos, desde Eisenhower hasta Nixon, se habían ido involucrando en la guerra de Vietnam. La Casa Blanca trató de impedir la publicación argumentando razones de seguridad nacional, pero la Corte Suprema determinó que la censura previa no era legítima. Las mentiras, los errores y los engaños quedaron al descubierto. Los ciudadanos comunes, igual que los reporteros, perdieron la inocencia y dejaron de creer a pie juntillas en todo lo que decía el gobierno. De ahí en adelante la prensa americana se distanciaría para siempre de las versiones oficiales. Para Jones, los “Papeles del Pentágono” marcan un momento decisivo en la historia del periodismo de Estados Unidos: “Los diarios pensaron que el público tenía derecho a conocer esos documentos secretos y eso nunca antes había ocurrido. Ese fue el punto de quiebre, el instante en que los medios más poderosos dijeron: OK, no tenemos por qué hacer siempre lo que dice el gobierno”.
–¿Y esto le quita valor a Watergate?
–No, para nada. Lo que quiero destacar es que antes de Watergate la relación entre la prensa y la administración ya estaba rota. Cuando poco después aparece Watergate, fue en un contexto de mucha rabia y amargura dentro del gobierno por lo que habían sido los “Papeles del Pentágono”. Nixon era muy paranoico y sentía mucha antipatía por los medios. En cambio los medios estaban en su salsa por la guerra de Vietnam y por la propia personalidad de Nixon.
–¿Dónde radica la relevancia de Watergate desde el punto de vista del periodismo?
–Creo que lo que hizo The Washington Post fue de verdad extraordinario. Por un buen rato corrieron solos con la historia y además les encargaron el caso a dos reporteros sin experiencia, tenidos a menos por sus colegas. Muchos periodistas del Post, sobre todos los encargados de la Casa Blanca, aportillaron a Woodward y Bernstein y no creían que estuvieran destapando una historia grande. Los editores del diario fueron valientes, resistieron las presiones y confiaron en una pareja de periodistas que eran unos don nadie y que terminaron siendo una revelación.
–¿Y qué pasaba mientras tanto con The New York Times, que poco antes se había llenado de gloria revelando los documentos del Pentágono?
–El Times se equivocó, simplemente. Pensaron que como los tipos que habían entrado a la oficina del Comité Nacional del Partido Demócrata eran exiliados cubanos, el complot tenía que estar en Florida y mandaron para allá a su mejor gente. Perdieron un montón de tiempo buscando la historia donde no estaba. El Post, en cambio, con dos desconocidos de la sección metropolitana, empezó a escarbar en el Comité para la Reelección del Presidente y se fue por el carril correcto. Woodward y Bernstein tenían a “Garganta Profunda”, una fuente excepcional que los orientó y les dijo dónde había que mirar. Entre junio y octubre de 1972, el Washington Post dio un golpe tras otro con artículos que llevaban la firma de Carl Bernstein y Bob Woodward. Los títulos eran explosivos y centímetro a centímetro iban cerrando el cerco alrededor de Nixon: “Asesor de seguridad republicano entre los detenidos en el affaire de los micrófonos ocultos” (19 de junio); “Sospechoso en el caso de los micrófonos escondidos recibió dinero de campaña” (10 de agosto); “Mitchell controlaba fondo secreto de los republicanos” (29 de setiembre); “FBI descubre que asistentes de Nixon sabotearon a demócratas” (10 de octubre). Curiosamente las exclusivas de la dupla no evitaron que Nixon fuera reelecto presidente con un sólido 60 por ciento de los votos en noviembre de ese año.
Watergate pasó de bomba molotov a explosión nuclear recién en enero de 1973, cuando comenzó el juicio contra los involucrados en el robo a las oficinas demócratas. A partir de entonces la verdad salió a borbotones, sin necesidad de Garganta Profunda ni de periodistas. James McCord, uno de los acusados del asalto, confesó que había actuado por orden del Comité para la Reelección del Presidente y que además le habían pagado para que se declarara culpable y no inculpara a sus superiores. Luego vino la investigación del Senado, las audiencias televisadas, la aparición de las cintas grabadas en el Salón Oval, la amenaza de acusación política contra el Presidente y finalmente, el 9 de agosto de 1974, el discurso de Nixon anunciando su renuncia.
–¿Eran Woodward y Bernstein tan talentosos como se dice o sólo tuvieron la suerte de encontrarse con un buen informante?
–Hay diferentes opiniones al respecto. Yo en lo personal creo que hicieron un trabajo espectacular y los respeto mucho. Especialmente a Woodward, que es un líder mundial en el periodismo de investigación, aunque no comparto muchos de sus métodos. El les dice a los lectores, confíen en mí, soy Bob Woodward y lo que les cuento es cierto. Jamás dice cómo y dónde consigue la información. A mí no me gusta ese sistema de fuentes anónimas, pero eso no quita que Bob sea un hombre honorable que se preocupa de hacer seriamente su trabajo. Soy un admirador suyo.
–¿Y de Bernstein, no?
–Es que Bernstein no es tan disciplinado. No trabaja como lo hace Woodward, ni es tan obsesivo como él. Woodward no ha parado de reportear en toda su vida. Bernstein, en cambio, ha hecho algunas cosas, ha escrito, ha hecho televisión, es un hombre interesante; pero tengo la sensación de que aún sigue buscando su destino en la vida.
–¿Cree que Watergate cambió la percepción que tienen los estadounidenses sobre el periodismo?
–Si se escarba en los detalles, nuevamente uno se encuentra con que la mitología no coincide con la realidad. Se dice, por ejemplo, que Watergate aumentó el interés de los jóvenes por dedicarse al periodismo, pero, si uno mira las estadísticas, los estudiantes estaban pasándose al periodismo desde antes, fundamentalmente por causa de la guerra y de los movimientos sociales de los 60. También se responsabiliza a Watergate de haber creado una cultura de reporteo más agresiva y claro, quizás el sueño de desbancar a un presidente hizo que algunos periodistas se pusieran hiperagresivos, pero tampoco es para tanto. En general, el que es investigado siempre acusa al periodista de ser agresivo. Lo que sí creo es que el público confunde el periodismo de investigación que se hizo en Watergate con el tipo de trabajo que se hace en la prensa sensacionalista. Eso es un tremendo error. Watergate fue un proceso de husmear, pero en busca de asuntos serios. Gran parte del desprestigio actual del periodismo es por la intrusión superficial y obscena en la vida privada de las personas, lo que no tiene nada que ver con Watergate.
–¿Monica Lewinsky cabe en esa categoría?
–¡Ah, no! Esa era una gran historia, imposible de no reportear. Si te fijas, no hay presidente que haya sido más investigado que Bill Clinton. ¿Tiene eso que ver con una herencia de Watergate? Yo creo que no. Tiene que ver con el propio Clinton. La prensa no persiguió a Carter, ni a Reagan, ni a Bush padre de la manera en que acosó a Clinton y eso es porque si la prensa olfatea una historia buena, la va a exprimir hasta la última gota. O. J. Simpson fue así, Monica también.

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